martes, 2 de abril de 2013

A ferpect circus: ese espectáculo llamado rock



Tan solo una cosa me sorprendió del show que hace unas horas dio A Perfect Circle en Buenos Aires. No fue que la organización, por alguna razón, hiciera cruzar las vías del Ferrocarril Urquiza de noche a los asistentes que venían desde la calle Punta Arenas para caminar 300 metros a oscuras hasta el puente peatonal de Chorroarín, para otra vez cruzar esas vías (esta vez más seguros, claro: había un puente) y volver a transitar esos 300 metros de regreso, pero de la vereda de enfrente, hasta los ingresos.
Menos me sorprendió la nula ventilación del Estadio Cubierto Malvinas Argentinas, verdadero templo del sopor si los hay en esta ciudad, que provocó que la gente se agolpara en la única puerta de acceso abierta en busca de algo de oxígeno entre vahos de sudor y Paty.
No me extrañó que anunciaran desde los parlantes la absoluta prohibición, por solicitud de la banda, de filmar o tomar fotografías, bajo amenaza de retención del material y expulsión del recinto para quienes la violaran. Por ende, no me resultó llamativo que la seguridad del lugar sacara agresivamente, al menos, a dos personas que desafiaron la advertencia.
De más está aclarar que no me extrañó que los encabezados por Billy Howerdel y Maynard James Keenan dieran un buen recital: ajustados, potentes, de furiosa efectividad y oscura elegancia. Pero claro, tampoco me sorprendió (es costumbre ya) ver otra visita internacional con una puesta en escena mínima y un show de apenas 70 minutos.
Y menos sorpresa aun fueron los precios y el difícil regreso: ¿qué es el rock sin agua mineral hiperinflacionada y ese largo peregrinar hacia o desde lugares alejados, inhóspitos, de difícil acceso o egreso para el transporte público?
No, nada de esto fue digno de mi asombro. Lo único, solo eso que me cautivó, fueron unos cartelitos, prolijitos en su confección, impresos a dos colores e idiomas, pegados en la pared a lo largo de los diversos puntos de circulación del estadio.
Avisos que, entre prohibiciones, advertencias y amenazas varias, aclaraban: “El espectáculo de esta noche es de naturaleza similar a una ópera o cine”.
Una ironía, una burla cruel, dirán algunos, a juzgar por lo descripto y cosas aún peores que se vivencian en la mayoría de los recitales y festivales a los que solemos asistir desde hace años, en donde no se reciben el trato o las comodidades de "una ópera o cine".  
Pero no. Fue un anuncio revelador, una señal. En un país donde el rock se ha futbolizado al punto que manoseo, hacinamiento, sobreprecios, demagogia, desorganización y violencia son la “pasión”, el “aguante” y el “sentimiento” de la “cultura rock”, qué bueno es que nos adviertan cuál es la naturaleza de todo esto: ser un espectáculo, ni más ni menos, con personas que deben comportarse, seguir normas, claro. Pero, sobre todo, que deben exigir y ser tratadas, ni más ni menos, como espectadores. No fanáticos, ni hinchas, ni ganado.
Recordémoslo cada vez que compremos el barro, la falta de transporte, la inseguridad, las instalaciones precarias, los hurtos, los amasijos de gente, el vaso de Pepsi al valor del kilo de coca y toda esa “épica” de este esceptáculo ferpecto llamado “rock”.


 

Gracias a Pablo Gándara (de Metal-Argento) y Alejandro Stamerra (que se vino de Rosario a ver el show) por las fotos, que sí pudieron sacar.

No hay comentarios: