jueves, 20 de agosto de 2009

Sólo quiero ver a la enfermera

Nurse Jackie y HawthoRNe: una enfermera y dos miradas de la condición humana.


Desde 1991 que no había una serie cuyo principal personaje fuese enfermera (la sitcom Nurses, creo). Bueno, 18 años después tenemos dos, que serán tres en septiembre cuando se estrene en Estados Unidos Mercy, por NBC.

Podrá ser una moda, pero realmente es una bocanada de oxígeno en una grilla tan ahogada de doctores (Mental, House, Royal Pains, Grey's Anatomy, Private Practice, ER, ¡ufff!). Y si la finalidad es revitalizar los cada vez más trillados medical dramas de la TV, qué mejor que poner el foco en quienes conocen y tratan a diario todas las miserias humanas sin ser las protagonistas. Las que asumen el riesgo de inyectar lo que un tipo de bata blanca solo firmó en un papel. Las que realmente controlan a cada hora que los pacientes no se vayan con San Pedro. Y las que lavan los culos limpiando, a veces, las cagadas de los médicos.

Sí: para tener un poco de "realidad hospitalaria" (guau, qué contradicción), no quiero ver al doctor, solo quiero ver a las enfermeras. Y la pantalla chica yanqui cumple con dos nuevos programas que las pone como estrellas para retratar la vida y la profesión desde diferentes lentes: Nurse Jackie y HawthoRNe.

En la primera, la genial Edie Falco (de The Sopranos) hace de Jackie Peyton, una particular enfermera con sus propios códigos para curar. Jackie es capaz de falsificar el documento de un muerto para transformarlo en donante, tirar al inodoro la ojera de un diplomático herido por tajear a una prostituta y, después, robarle la billetera para darle el dinero a una chica que necesita un taxi para volver a su casa tras fallecer su novio.

En su hogar la espera un calmo y amoroso marido más dos hermosas hijas, pero en el hospital tiene un encendido romance con el farmacéutico quien, también, es su dealer porque, me olvidaba: por sobre todas las cosas, Jackie es adicta a los ansiolíticos, los calmantes o cualquier pastilla que le ayude a sobrellevar los dobles turnos de su doble vida.

En un hospital de Nueva York que, irónicamente, se llama All Saints, Falco encarna a una santa pecadora o a una diabólica Robin Hood, como prefieran. Lo cierto es que, con guantes blancos y humor negro, Nurse Jackie salva todos los grises de la condición humana y demuestra, otra vez, el éxito de una de las fórmulas actuales de la TV: personajes con moral ambigua crean series adictivas. Si no me creen, pregúntense por qué nos gusta tanto Gregory House (House), Dexter Morgan (Dexter), Nancy Botwin (Weeds) o Walter White (Breaking Bad). Porque son falibles, complejos, multidimensionales y dependientes (de otros, de drogas, de dinero, de problemas). Porque son trágica y encantadoramente humanos.

Es muy diferente a lo que nos ofrece la jefa de enfermeras Claudia Hawthorne (Jada Pinkett Smith, de The Matrix Reloaded y Revolutions), una hermosa, fuerte pero compasiva mujer maravilla en bata blanca. Viuda y madre de una adolescente, siempre encuentra la energía para luchar por el bienestar de sus pacientes, no importa la hora (sufre de insomnio) o si tiene que andar peleándose con guardias de seguridad, médicos, abogados y familiares. Nunca se rinde, ni siquiera ante un doctor que abandona los intentos de resucitación de un herido: ella toma el desfibrilador y lo trae de vuelta a este mundo. Así es: Claudia revive a los muertos y hasta tiene tiempo de preocuparse por conseguir un desinfectante de mayor calidad para el personal de limpieza del sanatorio, apretado por el recorte presupuestario.

Es demasiado, pero la serie, más allá de su meloso dramatismo, cumple con creces su cometido de mostrar el aspecto heroico de la profesión y los valores más nobles de nuestra especie: piedad, compromiso, amor, respeto, etc.

En pocas palabras: si para HawthoRNe la vida es (a pesar de todo) bella, para Nurse Jackie es (sobre todo) una perra. Ambos diagnósticos son acertados. De vos depende el tratamiento a seguir.

Leer en Rolling Stone >>

miércoles, 12 de agosto de 2009

Impuestazo tecnológico: otro lujo del gobierno

La media sanción al proyecto para aumentar el IVA a productos informáticos y electrodomésticos vuelve a plantear las desigualdades de la política fiscal nacional y un debate sobre el proyecto digital del país. Mientras, Internet y la blogósfera geek arden en protestas contra la iniciativa.

Por si alguien tenía dudas de que en nuestro país tener una PC es un lujo, bueno: ya casi hay una ley que lo confirma. Hace unos días, la Cámara de Diputados dio media sanción al proyecto que eleva del 10,5 al 21 por ciento el IVA a los artículos electrónicos (como computadoras, celulares, monitores, aires acondicionados, entre otros) que sean importados o no estén fabricados en Tierra del Fuego, categorizándolos como "productos suntuarios". Es decir, tu reproductor de MP3 o, peor, tu estufa eléctrica es como una joya o un yate.

El proyecto cita por finalidad que "quienes más poseen colaboren en mayor medida en la formación de las reservas necesarias para enfrentar con mejores medios la crisis financiera internacional", pero en realidad vuelve a mostrar las incongruencias y desigualdades de la política fiscal nacional y a plantear la necesidad de un debate sobre cuál es el proyecto digital de país que queremos.

Establecer un impuesto a la importación puede ser una de las muchas medidas que debe tener una política nacional de desarrollo industrial. Pero, hasta ahora, la creación de un gravamen que beneficia solo a una provincia y a una parte del sector empresarial local en cuestión es la única idea que salió desde el gobierno. Para peor, la oposición no presentó ninguna contrapropuesta, y el único cambio sobre el proyecto original radica en que las notebooks y las netbooks (justamente, dos de los productos de IT más "lujosos") quedaron exceptuadas del "impuestazo tecnológico".

La medida (regresiva, inoportuna y meramente recaudadora), es un golpe al bolsillo de la clase baja y media, ya que encarecería los productos entre un 25 y 30 por ciento, lo que acrecienta la brecha digital en un sector y hace más lenta la renovación y adopción de nuevas tecnologías en otro. Pero hay otros factores críticos:

- Va a contramano de los planes de informatización que lanzó el gobierno nacional, como el Programa miPC, que tiene como objetivo brindar modelos de computadoras a precios más accesibles para personas y pymes, que ahora se verían afectados por el aumento.

- Apunta a defender la industria nacional, pero en realidad la está dividiendo, ya que la ley solo beneficia a las empresas integradoras instaladas en Tierra del Fuego, que tendrían una reducción de impuestos internos del 61,47 por ciento. Se quedan afuera muchas compañías ubicadas en Buenos Aires, Santa Fe, San Luis y Córdoba, lo cual está provocando algunos enfrentamientos entre las entidades y cámaras que agrupan a las firmas del sector en las distintas regiones.

- Su intención de buscar una sustitución de importaciones es, en gran parte, una quimera, ya que nuestro país no brinda (ni lo hará, al menos en el mediano plazo) opciones locales para gran parte de los productos extranjeros afectados. Los celulares de "alta gama" son un ejemplo que trae otra implicancia indirecta. Estos dispositivos son los que permiten el acceso a servicios de telecomunicaciones 3G, y al encarecerlos se desalienta el consumo y se ralentiza la oferta y adopción de estas prestaciones.

- No presenta los elementos necesarios para incentivar la verdadera fabricación nacional. La industria de hardware argentina es, fundamentalmente, armadora. Se ensamblan aquí componentes prefabricados en el extranjero y, si bien esto no es lo ideal, tampoco es una deshonra para el orgullo patrio. Por el contrario, es la fuente de 18.000 empleos directos e indirectos, según la CAMOCA.

La cuestión pasa por alentar a que esta industria vaya "hacia atrás" en la cadena de producción, para que también se termine fabricando aquí la materia prima de los artículos. Con una medida que atenta contra el consumo y que no es federal, estamos muy lejos de tener en el sur, o en cualquier parte del país, la "Manaos argentina" que propone el gobierno, en referencia a la intención de replicar aquí el polo industrial informático que existe en esa ciudad de Brasil.

El proyecto no solo desató fricciones entre diversos armadores locales, sino muchas críticas en la población, desde los medios y, en especial, en Internet.

En Facebook se creó el grupo ¡Mi celu no es un lujo! (también tiene blog), que ya supera los 700 miembros, y en Twitter apareció el espacio #noalimpuestazo. Al mismo tiempo, hay una movida para que los usuarios envíen un e-mail a los senadores solicitando la desaprobación de la iniciativa.

Por otro lado, varios bloggers lanzaron el sitio http://noalimpuestazo.com/ donde hay información sobre la medida y su alcance, y algunos se transformaron en modelos de una original campaña de protesta con fotos que ironizan sobre las consecuencias que acarrearía esta ley que atrasa nuestro presente y (a)grava el futuro.

Leer en Rolling Stone >>

lunes, 10 de agosto de 2009

Hay vida en el universo sci-fi

Warehouse 13 y Defying Gravity, dos nuevas opciones para los viejos amantes de lo fantástico.
Para los fans del espacio, la acción y el misterio, el final de Battlestar Galactica dejó un agujero negro que la ausencia de Fringe (vuelve el 17 de septiembre) no ayuda a olvidar. Pero en las últimas semanas se estrenaron en Estados Unidos dos series que, con entretenimiento, logran hacer olvidar la nostalgia.

La primera es Warehouse 13, que presenta las aventuras de Myka Bering (Joanne Kelly, de Vanished) y Peter Lattimer (Eddie McClintock, de Bones y Crumbs), agentes del Servicio Secreto que son reclutados por la misteriosa Mrs. Frederick (C. C. H. Pounder, de The Shield y Bagdad Cafe) para trabajar en un galpón ultrasecreto que almacena objetos históricos sobrenaturales. Su misión, guiados por el jefe geek "Artie" Nielsen (Saul Rubinek), es recuperar aquellos que andan sueltos por el mundo e investigar nuevos casos.

Con la química de The X Files, el humor de Eureka y cierta estética steampunk à la Torchwood, la pareja se enfrenta a la dura tarea de recolectar toda clase de poderosos artefactos "poseídos" (la silla del hipnoterapeuta James Braid, la brújula de Rheticus o el broche de pelo de Lucrezia Borgia) usando, también, un arsenal de particulares gadgets (como una pistola eléctrica de Nikola Tesla, el videocelular de Philo Farnsworth o un "espectómetro", que permite ver las imágenes de las personas que hayan estado en una habitación en las últimas cinco horas). ¿El resultado? Historia y weird science se mezclan para lograr un muy divertido show.

La segunda es Defying Gravity, creada por el experimentado James Parriot, tipo que tiene en su currículum trabajos en El hombre nuclear, La mujer biónica, Viajeros, Dark Skies y, más en la actualidad, Grey's Anatomy y Ugly Betty.

Situado en el 2052, el programa relata la historia de los ocho tripulantes de la misión espacial Antares en su viaje de seis años por distintos puntos del sistema solar. Por el momento, uno podría describirla como una cruza entre Grey's Anatomy con una versión sexy de 2001: A Space Odyssey, ya que reúne el drama sentimental y los enredos amorosos con el imaginario visual del célebre film de Stanley Kubrick.

Pero hay algo que engancha mucho de la serie y es su "componente Lost". Por un lado, un ritmo narrativo con flashbacks para explicar el pasado de los protagonistas. Por el otro, la presencia de un gran "enigma" para atrapar al espectador: saber quién (o qué) es "Beta", alguien (o algo) que mueve los hilos y el destino de la misión provocando confusos y misteriosos hechos (enfermedades repentinas en los astronautas, sueños extraños, accidentes inexplicables y más).

Amigos de lo fantástico, ahí las tienen: dos buenas opciones para no sentirnos tan solos en el universo (televisivo).

Leer en Rolling Stone >>