Los hermanos
británicos convirtieron el Luna Park en un boliche.
Gran parte del éxito de Disclosure
es su habilidad para sintonizar dance y pop con la ayuda de las nuevas estrellas
de la industria, como Sam Smith, The Weeknd, Lorde,yGregory Porter.
Una duda era conocer cómo se sostiene el dúo británico sin la presencia en
escena de estos astros, solo con sus pistas vocales de fondo. Y ayer los
hermanos Lawrence confirmaron que, a fin de cuentas, como en la mayoría de las
buenas cosas de la vida, solo se necesitan dos para pasarla bien.
Los muchachos convirtieron el Luna Park en un boliche de
Costanera con una cuidada puesta en escena, beats sensuales y hits
irresistibles, como “Nocturnal”, “Omen”, “Holding On” y “Magnets”, de su último
y gran álbum Caracal, más “White
Noise” “You & Me”, “When a Fire Starts to Burn” y “F for You”, de su celebrado
debut Settle, como momentos
destacados.
También hubo lugar para sorpresas, como el nuevo y venenoso
tema “BOSS”, la aparición en vivo de Brendan
Reilly para cantar “Moving Mountains” y el cierre con el que ya es un
clásico de la banda, “Latch”, con la voz de Sam Smith emergiendo por segunda
vez en la noche. Porque, claro: por dos, es doblemente divertido.
El “Linyera” habla
de Anda, su nuevo álbum, el tango, Europa,
Gilda, el rock nacional y adelanta una sorpresa de Los Abuelos de la Nada.
En el bar de una esquina de su querida Villa Ortúzar,
Daniel Melingo se prepara para morfarse
“la pelusa del durazno”. Así es como le dice a este lapsus que lo encuentra entre
el lanzamiento de un nuevo disco y el comienzo de una gira, y que nosotros, los
que estamos del otro lado del grabador, llamamos entrevistas o, simplemente, “promoción”.
“Me mentalizo de que esta es la etapa de comunicar
lo que se hizo, que es la que menos me gusta —cuenta, entre incómodo y agitado
por la innumerable cantidad de cafés que lleva en su estómago—. Pero habiendo
plasmado el disco es un alivio, porque hablar de antemano es imposible, ya que
nunca tengo claro dónde voy. Esa es la premisa que me pongo para grabar cada
álbum: sorprenderme e ir sacando la meta en el camino”.
Desde hace, fácil, década y media que Melingo viene
sorprendiendo (y sorprendiéndose) con la ruta del tango que ha encarado, que lo
llevó a buscar orígenes y trazar nuevos destinos para un género que considera
“nómade”, trazando puentes sonoros más lejanos que los que unen al Río de la
Plata, y que lo puso arriba de grandes escenarios de Europa. “El mes que viene
me voy a tocar a lugares fascinantes, como el Bouffes Du Nord. Es un teatro
circular del 1700, emblemático, que dirige Peter
Brook. Hace diez años que, con mi manager, estamos intentando tocar ahí y
ahora, finalmente, se nos da con Anda”,
cuenta, cual purrete entusiasmado.
Anda es una nueva aventura del “Linyera”,
este personaje suerte de Tom Waits
delincuente y chaplinesco que comenzó a desarrollar en el brillante disco
homónimo de 2014, y que ahora se sumerge en una surrealista travesía tras los
pasos del tango.
“Este fue un disco de diseño: fue más de un año de
prueba y error, de tomarme diez meses en elegir el repertorio, hasta que
quedaron diez canciones de un total de 25 —revela—. Después, empecé a trabajar
en la similitud de la orquestación de las canciones, en crear un vínculo sonoro
y tímbrico entre temas dispares, que funcionara para la dramaturgia, que te
cuente una historia. Tiene como un guión que sirve para darle un sentido a la secuencia
de canciones del Linyera”.
¿Y en qué anda
ahora el personaje?
Relatamos sus andanzas; es una como una travesía
imaginaria que le ocurre cuando comienza el disco, luego de una escena simbólica
en la que una gitana le lee la mano y, cuando le dice lo que le va a pasar, se desvanece
y entra en una ensoñación que dura todo el álbum. Y su obsesión en este sueño
es el origen del tango, la relación entre todos los lugares de donde viene el
género teniendo en cuenta lo nómade del tango, el ida y vuelta que tuvo
históricamente en diferentes épocas. Voy creando vínculos imaginarios que los
mezclo con fuentes documentales reales, a partir de canciones de Osvaldo
Pugliese, Edmundo Rivero, Erik Satie y mías, entre otros.
Hablando de
las idas y vueltas del tango, “En un bosque de la china” fue un tema que pasó
de estar prohibido por sus connotaciones picarescas a ser considerado una
canción infantil que cantaba hasta el Topo Gigio. ¿Por qué lo elegiste, y más
como primer corte?
Por muchos motivos. En la tarea de escoger las
canciones, trabajé la dramaturgia, la razón de su porqué y su secuencia. Y algo
importante en esa selección es que tengan un sentido intrínseco, casi familiar.
“En un bosque de la china” es una canción que tiene un vínculo con mi infancia;
no sé si mi abuela me la cantaba para dormir.
El gran contraste de esta canción infantil es la
imagen dura que tiene el video que hizo Luis
Ortega: el hallazgo es la oposición de este foxtrot que cantaba el Topo
Gigio, con esa sordidez que solo Luis sabe entregar.
El clip abunda
de marginalidad y surrealismo, dos elementos que nutren mucho tu universo artístico.
¿Qué encontrás en esas estéticas?
Son un punto de partida muy importante para mí. Mis
personajes más sustanciales son los perdedores: es ahí donde hago pie. El
universo onírico, el surrealismo, la marginalidad: ahí tenemos mucho caldo de
cultivo para desarrollar.
¿Y vas a
seguir desarrollando al Linyera en el futuro?
Yo creo que da para una saga. No sé cómo se va a
transformar, porque sostener esta orquesta de ocho, nueve miembros es
complicado. Este disco lo grabé así no por mantener el personaje del Linyera,
sino también para sostener y profundizar esta sonoridad. Los dos últimos discos
son parientes, en todo sentido.
Te estás por
ir de gira a Europa. ¿Qué pasa allá con tu música que no pasa acá?
Pasan cosas en ambos lados. La música en Europa
está establecida culturalmente de otra manera. Allá hay un consumo de la música
enorme, es prácticamente como una religión. Ir a un concierto es como ir a
misa. El poder que tiene la música allá es muy diferente conceptualmente, más
allá del poder adquisitivo de la gente. No es que allá se vuelvan más locos, o
acá haya más fans: el sentimiento es el mismo, pero hay una diferencia en el
valor social. Aunque, cuando toco tanto allá como acá, se despiertan las mismas
cosas. Hay un asombro, una comunicación, una hipnosis, que se produce de la
misma manera.
Se acaba de
estrenar Gilda. ¿Cómo fue que
llegaste a participar del film?
Fue una alegría para mí, porque a lo largo de los
últimos años fui cayendo en el cine de manera accidental. Mi hermano es actor,
labura de eso, pero a mí jamás se me ocurriría. Sin embargo, varios directores
me vieron en su imaginación, me fueron escribiendo papeles y así fui entrando…
Y Lorena Muñoz
te vio como el padre de Gilda…
Para mí fue increíble, porque no se sabía nada del
papá. Lo construimos con Lorena, ella lo empezó a escribir, como un personaje inspirado
en mí, que muere cuando Gilda tiene 16 años y le marca la pauta en la música
popular. La madre quería que fuese concertista de piano, y ella mantuvo oculto
su romance con lo popular hasta que triunfó. El padre es el que la involucra en
lo popular.
Tenés una
escena muy fuerte en la película, cuando esa Gilda adolescente sacude el cuerpo
muerto de su padre y ese cuerpo sos vos...
¡Fue muy fuerte eso! Fue todo un día de rodaje en
el Hospital Israelita, y yo me había alegrado porque, al fin, tenía una escena
sin diálogos. ¡Pero fue lo más difícil que me tocó hacer en mi corta carrera
como actor! Fueron 14 tomas con la cámara, acercándose cada vez más y más, y yo
sin poder pestañear ni respirar. ¡Prefiero aprenderme los textos!
Este 2016 se
están cumpliendo los 50 años del rock nacional, y vos sos una parte importante
de esa historia. ¿Te merece alguna reflexión en particular estas cinco décadas?
Para mí, lo importante de este año fue el homenaje que
le hicimos a Miguel Abuelo en la
Usina del Arte. Y el próximo 22 de octubre, que es mi cumpleaños 59, nos vamos
a juntar Los Abuelos en el set de Andrés
Calamaro en el Personal Fest a hacer unos temas. Vamos a tocar “No te
enamores nunca…”.
No sé… Mi sensación con el rock nacional es esa: reunirme,
como hice el otro día, con Vicentico
y armar un villancico para Navidad. O ir a verlo a Charly a Coronel Díaz y encontrarlo tocando el piano. Para mí es eso:
buscar lo que está vivo en mí y en mis amigos, y ahí encuentro el rock nacional.
Claro, para
vos el rock nacional es una junta de amigos…
Y sí: Es algo
visceral, con el cuerpo puesto ahí. El resto es teoría.
Tierna, dura y emotiva, con ambición comercial sin perder sello
autoral, el film sobre la trágica ídola de la bailanta se constituye como la
gran biopic musical del cine
argentino.
La cultura
musical argentina rebosa, lamentablemente, de íconos fatales. Desde Carlos Gardel hasta Rodrigo, pasando por Federico Moura, Luca Prodan y Norberto “Pappo”
Napolitano, sus historias entregan valioso material para obras que nunca llegaron
a concretarse (al menos, dignamente) en la pantalla grande local. Así, a
diferencia de lo que ocurre en Hollywood y otros mercados, la biopic musical es una deuda pendiente del
cine nacional, un género que, acaso, solo fue explorado (y explotado) con éxito
por Tango Feroz, con su muy libre y
polémica adaptación de la vida de José
Alberto “Tanguito” Iglesias.
Gilda: no me arrepiento de este amor, el film que hoy se
estrena en más de 240 salas de nuestro país, salda una buena parte de ese
pasivo, con una realización impecable y una descollante
interpretación de Natalia Oreiro en
el rol de la más recordada heroína de la bailanta.
La
película de la directora Lorena Muñoz se centra en los últimos años de la vida
del personaje, cuando Miriam Alejandra Bianchi deja de ser una melancólica maestra jardinera de
Villa Devoto y se juega por un deseo, convirtiéndose en Gilda, un fenómeno de la música tropical, primero, y una santa
pagana, después.
Este es un relato de
superación, de lucha contra las adversidades (económicas, culturales, sociales),
de “seguir los sueños” cueste lo que cueste y, en ese sentido, la producción no
oculta su ambición de blockbuster y apela
a todos los recursos de una típica biopic
hollywoodense en esa tónica, incluido un timing
de marketing perfecto: estrenarse
justo cuando se cumplen veinte años de la muerte de la artista. Pero eso no significa
que Muñoz, en su primer trabajo de ficción tras una vasta experiencia en el ámbito
documental, haya resignado la visión personal y las asperezas de la realidad.
Gilda… guarda
un cuidado equilibrio entre lo comercial y lo autoral. Divierte, emociona e inspira
desde su mensaje feminista, ya que, en esencia, esta es la historia de una madre
de casi 30 años que despierta y se anima a romper con los sojuzgamientos machistas
para encontrar su verdadero ser. Al mismo tiempo, no ahorra en durezas. Sin
demonizar, muestra las miserias mafiosas del circuito de la bailanta y aborda,
con cariño y respeto, el drama de la intimidad de Gilda: el dolor por la muerte
de su padre (encarnado por Daniel
Melingo); la convivencia con un marido celoso y enfermo; el romance con su pareja
artística, “Toti” Giménez; y el terrible
final en aquella maldita Ruta 12 (reflejado con una elegancia y un lirismo sobrecogedor).
Y en esa construcción, el trabajo de Natalia Oreiro
es soberbio. Como un presagio, con sus canciones Gilda siempre estuvo signando su
carrera, desde aquel personaje de “La Cholito” en Muñeca Brava hasta “La Monito” de Sos Mi Vida, y ponerse en la piel de la cantante parecía un destino
escrito hasta por la naturaleza: el parecido físico entre ambas en escena es
asombroso. Sin dudas, este es el papel de su vida para la actriz, que hace una verdadera
composición en tres dimensiones, de esas que logran traspasar la pantalla y
tocar el corazón del espectador.
El gran mérito del film es
ayudar a entender, más allá de los trazos gruesos que tiene, por qué Gilda es un
ícono cultural que atravesó géneros y clases sociales. ¿Acaso no la cantamos en
la cancha? ¿No fue musa rockera de Attaque
77, Leo García, Pablo Krantz y Los Enanitos Verdes? ¿No la bailó Mauricio Macri, pasito a pasito, hasta
llegar a la Casa Rosada? ¿Y cuántos oligarcas se sintieron un poco más
populares al compás de su groncho sonido?
Las respuestas están a la vista en este amoroso retrato de una
artista que es, como alguna cantó otro ídolo trágico de nuestra música, “parte
de todos”.
Cómo es Todos nuestros átomos, el nuevo disco de
una banda por explotar.
Hace diez años que Utopians
es un tic tac in crescendo. Cada
disco sube la adrenalina, aumenta el peligro y dispara las tensiones. Y ahora Todos nuestros átomos, su quinto
trabajo, los pone a segundos de reventar, finalmente, a la popularidad como una
de las grandes bandas argentinas surgidas en esta última década.
Su álbum previo, Vándalo,
de 2014, los llevó a grabar al famoso estudio Sonic Ranch de Texas, Estados
Unidos, y el espíritu garage se cargó de nafta rutera y ganó kilometraje entre
el ripio y la nostalgia desértica. Sin embargo, la vuelta a Buenos Aires les
sienta mejor. La portada del álbum, con sus reminiscencias del film Metrópolis, ya los ubica en el
imaginario de una ciudad nocturna, y ahí el sonido del cuarteto se enciende.
“Tren de la Alegría”, con su paisajismo de “roturas” urbanas, no solo es el arrollador
primer corte del disco, es el “you are here” (o, perdón, el “Ud. está aquí”,
ahora que Barbi Recanati canta en
español) del nuevo mapa que transita la banda.
Y en esta geografía de cemento y asfalto, Utopians no solo conservó
su roña, polvo y chivo natural, sino que ganó elegancia, matices y sensualidad.
Está el punk animal (“Alimaña”, “Todo lo que tengo”) y los agites rockeros
(“Los ríos”, “Uhh”) de siempre, pero también aparecen la melancolía blues y una
brillante oscuridad new wave que desnuda la mano del productor Jimmy Rip, tipo
que reunió en las pistas del grupo todos los sonidos de su currículum con Television, Mick Jagger, Jerry Lee Lewis
y Debbie Harry.
Barbi
sigue siendo la piba aguerrida con momentos de ternura y fragilidad, pero ahora
su voz ganó texturas, quiebres sexis y épicos. Canciones como “Reflejo”, con motor
Motown y carrocería The Cars; “Las
arañas”, un tributo a David Bowie
entre finas cuerdas; y “Lo tuyo”, acaso el gran tema de la placa y de donde se
desprende la frase que la titula, son los mejores ejemplos de la aceleración
atómica de estos artistas que siguen expandiéndose, encendidos, y ya deberían
ser un boom.
Antes de su show en
Buenos Aires, Lzzy Hale nos cuenta lo que significa ser una power woman en la
escena del hard rock mundial.
Elizabeth “Lzzy” Hale
es una de las pocas (aunque cada vez más) artistas femeninas reconocibles en el
hard rock y el metal, y la viene peleando desde hace casi dos décadas cuando, siendo
una quinceañera, comenzó a transitar el lado pesado de la música junto a su
hermano, Arejay.
“A las mujeres de mi generación, y en especial la de mis
viejos, no se las alentaba a vincularse con el rock and roll: ¡esa es
justamente una de las cosas en las que no querés que tu pequeña hija se meta!
Por todo el tema del sexo, las drogas, pero también porque no hay ninguna
garantía de que ahí puedas hacer una carrera”, revela la cantante a Generación B.
A principios de 2000, formaron el cuartero Halestorm y, en 2005, ficharon para una
multinacional que vio el potencial en la voz y presencia de Lzzy para sacudir
la escena. La apuesta pagó en 2012, cuando su segundo álbum, The Strange Case Of..., se convirtió en
un éxito que les dio un Grammy por el single “Love Bites (So Do I)” y hasta los
hizo sonar en la serie Glee.
El grupo llegará por segunda vez a Buenos Aires para
presentar su último trabajo, Into the
Wild Life (2016), en el marco del Maximus Festival, que se realizará el
próximo 10 de septiembre en Ciudad del Rock. Y Hale promete un show que será
“un caos controlado”.
Varios artistas nos
dijeron que trabajar con tu hermano puede ser una bendición y un dolor en el
culo al mismo tiempo. ¿Cómo es en tu caso?
Es definitivamente un poco de ambas cosas, ja, ja. Amo a mi
hermano, me viene acompañando en esto desde ya hace 19 años. No estaría acá sin
él. Pero, al mismo tiempo, tenemos una amistosa competencia de hermanos sobre
el escenario, en términos de “quién lo hace mejor”.
¿Por qué hay tan
pocas mujeres en el hard rock y el metal?
En los últimos años, veo cada vez más mujeres en bandas y
más, también, que van a conciertos de rock. La cosa está evolucionando. Cada
generación se siente más y más cómoda haciendo lo que usualmente hacen los
hombres. Cuando era chica, tuve la suerte de tener padres que me apoyaron
mucho, aún cuando estaban, según me confesaron hace poco, aterrorizados de que
yo me metiera en el negocio de la música. Todas las señales de alarmas estaban
encendidas para mis pobres viejos. Pero eso no pasa con los padres de esta
generación, que ya tienen mi edad y recuerdan lo que significa que te sermoneen
con “esto no es una buena idea”. Entonces, más padres hoy responden “sí” cuando
la nena les dice que quiere tomar clases de guitarra o formar una banda.
¿Hubo gente que te
miró con prejuicio o dudó de tu credibilidad solo por tu condición de mujer?
Sí, siempre hubo algo de eso. Ya no me pasa porque llevo
años trabajando. Pero, particularmente al principio, la gente se sorprendía
porque me veía manejar mi equipo y luego salía al escenario… Era ahí que
entendían que iba a estar bien. Todavía está el estigma de ser una mujer en el rock,
pero con otras como yo lo estamos rompiendo. En lo personal, nunca le presté
mucha atención a toda esa negatividad, porque solo me importa la opinión que
tengo de mí. Así que si siento que estoy haciendo un buen trabajo, todo lo que
digan los demás no me importa.
Hablemos del último
álbum. Hay un cambio de sonido, con elementos de country y del pop-rock de los
80. ¿Cuál fue la inspiración?
Somos el tipo de banda que suele tomar influencias raras al
voleo. Por eso, cuando estamos por grabar un disco, siempre vamos agarrando lo
que nos entusiasma. Porque pensamos que, si nos gusta, siempre existe la
posibilidad de que a la gente también le guste. Tratamos de no analizar
demasiado. Y no hubo realmente una decisión consciente alrededor de todos esos
nuevos sonidos e influencias. Solo se trató de pasarla bien en el estudio y, en
última instancia, si algo sonaba bien, es porque era lo correcto. Entonces, ¡a
grabarlo! Ja, ja, ja.
Compartiste
escenarios y festivales con decenas de artistas. ¿Quién son los más locos con
los que saliste de gira y por qué?
Uuuhh… Hace unos meses, compartimos un tour con Lita Ford y una banda llamada Dorothy y fue la primera vez que
tuvimos un line up de todas mujeres. Y te digo: estuve en la ruta con hombres
toda mi vida, y nos ponemos muy zarpados. Pero no hay nada más demencial que
estar rodeado de una banda de mujeres del rock, ja, ja, ja. El humor es
diferente, todo es una locura. La pasé tan genial que lo vamos repetir en los
próximos meses. Así que debe ser locura de la buena.
Vas a tocar en Buenos
Aires con Rammstein, Marilyn Manson, Disturbed, Bullet for My Valentine,
Shinedown… ¿Qué me podés contar de ellos?
¡Uh, me gustan todos! Obviamente, Manson es una leyenda. Cuando
vi a Rammstein por primera vez en vivo, no te lo puedo explicar, pero fue la pirotecnia
más impresionante que alguna vez vi. Y,
claro, a Shinedown los conocemos desde hace once años. Va a ser genial, son
todas personas que realmente admiro. Y
estar en 2016 en este lugar de la escena del rock es realmente aleccionador.
Formaste esta banda
cuando tenías apenas 15 años. ¿Qué te imaginabas en ese momento?
Hay una diferencia entre creer que podés lograr algo, en ver
qué hay más allá y… Todo lo que quería
hacer era encontrar la manera de hacer música por el resto de mi vida, tocar todo
lo que pueda. Y nunca me imaginé que íbamos a llegar tan lejos, que mi hermano
y yo no nos hayamos matado todavía, ja, ja. Me siento muy agradecida y muy
afortunada de ser uno de los pocos artistas que han podido sacar cuatro discos.
Conozco muchas personas muy talentosas que nunca pudieron editar ni el primero.
Creo que ha sido una combinación de suerte y trabajo duro, pero sea cual fuera
la razón por la que estamos acá, estamos muy agradecidos.
¿Qué podemos esperar
del show en Buenos Aires?
Uh, lo que probablemente vayas a ver es una suerte de caos
controlado, ja, ja. Una de las cosas que desarrollamos en los últimos años es
escuchar nuestro entorno y escucharnos entre nosotros y, si bien ningún show es
igual, porque depende de la energía de la audiencia o cosas que surgen de la
nada, a veces a alguno le da un capricho y empieza a tocar algo, y toda la
banda lo sigue. Así que hay mucha confianza. Pero, honestamente, si nunca
vieron a mi hermano en la batería, les espera una grata sorpresa, porque este
tipo es literalmente un solo de batería con patas. Es un gusto verlo.
¿Tenés algún recuerdo
o anécdota de la última visita a la Argentina?
Sí, claro, lo que más recuerdo es la gente. Sé que esto se
lo dicen todo el tiempo, pero se ve la pasión que sienten por el rock. Hace
unos años, la primera vez que fuimos, nadie sabía quién carajo éramos, y todos
venían al hotel, nos seguían por el aeropuerto… Y durante el recital, el
público fue realmente parte de él: lanzaban globos al aire, tenían carteles,
todo el mundo cantaba. Nunca había vivido algo así antes. Es un momento que,
sinceramente, voy a recordar siempre. Así que gracias a todos, de verdad, por
acoger a mi banda en su corazón.
Periodista, conductor y productor, especializado en espectáculos y cultura digital (música, cine, TV, tecnología, libros y tendencias).
Trabajé para más de 25 medios de Argentina y Latinoamérica, entre ellos TN.com.ar, FM 100, Rolling Stone, FM Rock & Pop, La Nación, Quiero Música TV, Radio Con Vos 89.9, Página/12, FM ESPN, Radio Nacional, El Cronista, PC Magazine, Brando, Apertura, 10Musica.com, Nacional Rock 93.7, IT NOW (Centroamérica), La Segunda (Chile), El Tiempo (Colombia), Open (México), Nación (Costa Rica) y más. Escribí el libro "LOSERS - Historias de famosos perdedores del rock", lanzado por Ediciones B (Penguin Random House - 2018).
Contacto: mpoter@gmail.com