El “Linyera” habla
de Anda, su nuevo álbum, el tango, Europa,
Gilda, el rock nacional y adelanta una sorpresa de Los Abuelos de la Nada.
En el bar de una esquina de su querida Villa Ortúzar,
Daniel Melingo se prepara para morfarse
“la pelusa del durazno”. Así es como le dice a este lapsus que lo encuentra entre
el lanzamiento de un nuevo disco y el comienzo de una gira, y que nosotros, los
que estamos del otro lado del grabador, llamamos entrevistas o, simplemente, “promoción”.
“Me mentalizo de que esta es la etapa de comunicar
lo que se hizo, que es la que menos me gusta —cuenta, entre incómodo y agitado
por la innumerable cantidad de cafés que lleva en su estómago—. Pero habiendo
plasmado el disco es un alivio, porque hablar de antemano es imposible, ya que
nunca tengo claro dónde voy. Esa es la premisa que me pongo para grabar cada
álbum: sorprenderme e ir sacando la meta en el camino”.
Desde hace, fácil, década y media que Melingo viene
sorprendiendo (y sorprendiéndose) con la ruta del tango que ha encarado, que lo
llevó a buscar orígenes y trazar nuevos destinos para un género que considera
“nómade”, trazando puentes sonoros más lejanos que los que unen al Río de la
Plata, y que lo puso arriba de grandes escenarios de Europa. “El mes que viene
me voy a tocar a lugares fascinantes, como el Bouffes Du Nord. Es un teatro
circular del 1700, emblemático, que dirige Peter
Brook. Hace diez años que, con mi manager, estamos intentando tocar ahí y
ahora, finalmente, se nos da con Anda”,
cuenta, cual purrete entusiasmado.
Anda es una nueva aventura del “Linyera”,
este personaje suerte de Tom Waits
delincuente y chaplinesco que comenzó a desarrollar en el brillante disco
homónimo de 2014, y que ahora se sumerge en una surrealista travesía tras los
pasos del tango.
“Este fue un disco de diseño: fue más de un año de
prueba y error, de tomarme diez meses en elegir el repertorio, hasta que
quedaron diez canciones de un total de 25 —revela—. Después, empecé a trabajar
en la similitud de la orquestación de las canciones, en crear un vínculo sonoro
y tímbrico entre temas dispares, que funcionara para la dramaturgia, que te
cuente una historia. Tiene como un guión que sirve para darle un sentido a la secuencia
de canciones del Linyera”.
¿Y en qué anda
ahora el personaje?
Relatamos sus andanzas; es una como una travesía
imaginaria que le ocurre cuando comienza el disco, luego de una escena simbólica
en la que una gitana le lee la mano y, cuando le dice lo que le va a pasar, se desvanece
y entra en una ensoñación que dura todo el álbum. Y su obsesión en este sueño
es el origen del tango, la relación entre todos los lugares de donde viene el
género teniendo en cuenta lo nómade del tango, el ida y vuelta que tuvo
históricamente en diferentes épocas. Voy creando vínculos imaginarios que los
mezclo con fuentes documentales reales, a partir de canciones de Osvaldo
Pugliese, Edmundo Rivero, Erik Satie y mías, entre otros.
Hablando de
las idas y vueltas del tango, “En un bosque de la china” fue un tema que pasó
de estar prohibido por sus connotaciones picarescas a ser considerado una
canción infantil que cantaba hasta el Topo Gigio. ¿Por qué lo elegiste, y más
como primer corte?
Por muchos motivos. En la tarea de escoger las
canciones, trabajé la dramaturgia, la razón de su porqué y su secuencia. Y algo
importante en esa selección es que tengan un sentido intrínseco, casi familiar.
“En un bosque de la china” es una canción que tiene un vínculo con mi infancia;
no sé si mi abuela me la cantaba para dormir.
El gran contraste de esta canción infantil es la
imagen dura que tiene el video que hizo Luis
Ortega: el hallazgo es la oposición de este foxtrot que cantaba el Topo
Gigio, con esa sordidez que solo Luis sabe entregar.
El clip abunda
de marginalidad y surrealismo, dos elementos que nutren mucho tu universo artístico.
¿Qué encontrás en esas estéticas?
Son un punto de partida muy importante para mí. Mis
personajes más sustanciales son los perdedores: es ahí donde hago pie. El
universo onírico, el surrealismo, la marginalidad: ahí tenemos mucho caldo de
cultivo para desarrollar.
¿Y vas a
seguir desarrollando al Linyera en el futuro?
Yo creo que da para una saga. No sé cómo se va a
transformar, porque sostener esta orquesta de ocho, nueve miembros es
complicado. Este disco lo grabé así no por mantener el personaje del Linyera,
sino también para sostener y profundizar esta sonoridad. Los dos últimos discos
son parientes, en todo sentido.
Te estás por
ir de gira a Europa. ¿Qué pasa allá con tu música que no pasa acá?
Pasan cosas en ambos lados. La música en Europa
está establecida culturalmente de otra manera. Allá hay un consumo de la música
enorme, es prácticamente como una religión. Ir a un concierto es como ir a
misa. El poder que tiene la música allá es muy diferente conceptualmente, más
allá del poder adquisitivo de la gente. No es que allá se vuelvan más locos, o
acá haya más fans: el sentimiento es el mismo, pero hay una diferencia en el
valor social. Aunque, cuando toco tanto allá como acá, se despiertan las mismas
cosas. Hay un asombro, una comunicación, una hipnosis, que se produce de la
misma manera.
Se acaba de
estrenar Gilda. ¿Cómo fue que
llegaste a participar del film?
Fue una alegría para mí, porque a lo largo de los
últimos años fui cayendo en el cine de manera accidental. Mi hermano es actor,
labura de eso, pero a mí jamás se me ocurriría. Sin embargo, varios directores
me vieron en su imaginación, me fueron escribiendo papeles y así fui entrando…
Y Lorena Muñoz
te vio como el padre de Gilda…
Para mí fue increíble, porque no se sabía nada del
papá. Lo construimos con Lorena, ella lo empezó a escribir, como un personaje inspirado
en mí, que muere cuando Gilda tiene 16 años y le marca la pauta en la música
popular. La madre quería que fuese concertista de piano, y ella mantuvo oculto
su romance con lo popular hasta que triunfó. El padre es el que la involucra en
lo popular.
Tenés una
escena muy fuerte en la película, cuando esa Gilda adolescente sacude el cuerpo
muerto de su padre y ese cuerpo sos vos...
¡Fue muy fuerte eso! Fue todo un día de rodaje en
el Hospital Israelita, y yo me había alegrado porque, al fin, tenía una escena
sin diálogos. ¡Pero fue lo más difícil que me tocó hacer en mi corta carrera
como actor! Fueron 14 tomas con la cámara, acercándose cada vez más y más, y yo
sin poder pestañear ni respirar. ¡Prefiero aprenderme los textos!
Este 2016 se
están cumpliendo los 50 años del rock nacional, y vos sos una parte importante
de esa historia. ¿Te merece alguna reflexión en particular estas cinco décadas?
Para mí, lo importante de este año fue el homenaje que
le hicimos a Miguel Abuelo en la
Usina del Arte. Y el próximo 22 de octubre, que es mi cumpleaños 59, nos vamos
a juntar Los Abuelos en el set de Andrés
Calamaro en el Personal Fest a hacer unos temas. Vamos a tocar “No te
enamores nunca…”.
No sé… Mi sensación con el rock nacional es esa: reunirme,
como hice el otro día, con Vicentico
y armar un villancico para Navidad. O ir a verlo a Charly a Coronel Díaz y encontrarlo tocando el piano. Para mí es eso:
buscar lo que está vivo en mí y en mis amigos, y ahí encuentro el rock nacional.
Claro, para
vos el rock nacional es una junta de amigos…
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