miércoles, 8 de julio de 2015

Entrevista a John Metcalfe, un violinista en el tejado del rock

Trabajó con Morrissey, Blur, Coldplay y Peter Gabriel, fue parte de Factory Records y del corazón de la escena post-punk. Y acaba de lanzar un hermoso disco. ¿Algo más? Sí, le hicimos una linda entrevista en la que habla de todo eso.



Quizás no sepas quién es, pero lo escuchaste cientos de veces. Quizás en Viva Hate, de Morrissey, por ahí en la emocionante “The Universal”, de Blur, o a lo largo de Ghost Stories, de Coldplay. Y es quien le dio forma a la metamorfosis orquestal de Peter Gabriel, en sus últimos Scratch My Back y New Blood. Por su formación y vasta experiencia en la música clásica, unidas a su sensibilidad y criterio pop, John Metcalfe es uno de los arreglistas y productores más prestigiosos de la industria. Pero este neozelandés también fue protagonista de una de las últimas explosiones artísticas del rock inglés, como parte de la escena post-punk de Manchester con Factory Records (donde impulsó el nacimiento del subsello Factory Classical) y miembro de The Durutti Column, banda liderada por Vini Reilly y símbolo de aquellos años de “24 Hour Party People” con epicentro en el boliche The Haçienda (época que Metcalfe desmitifica).

Multinstrumentista, pero principalmente violinista, también es fundador del Duke Quartet y tiene una extensa carrera en solitario, donde la música de cámara se cruza con su pasión por la electrónica. Su nuevo trabajo, The Appearance of Colour (que acaba de editarse por Real World, el sello creado por Gabriel) es un bellísimo e inclasificable álbum que reúne elementos del ambient, el clásico, el soundtrack y el post-rock y que cuenta con la colaboración, entre otros, de Natasha Khan (más conocida como Bat for Lashes). Apenas una de las tantas razones para dialogar con un hombre que es la cuerda que une a gran parte del rock británico.

 ¿Por qué decís que este es tu disco más riguroso hasta la fecha?
Me tomó mucho tiempo. No sé si esto también aplica a otros artistas, pero con los años me fui poniendo muy autocrítico. En el pasado, hubiera dicho “bueno, este soy yo en este momento y estoy feliz con lo que es”. Pero hoy necesito ser más estricto conmigo en términos de composición, mezcla, producción y los sonidos que uso, porque es importante darle a cada pieza musical la oportunidad de que exprese de la manera más próxima lo que intentás decir: desde un punto de vista musical, emocional y técnico. Así que no quería ser permisivo conmigo para nada, algo que en el pasado creo que sí hice, je, je.

Compusiste muchos de los temas de tu último álbum en situaciones contemplativas de tu alrededor: Mirando las hojas de un árbol en verano, o viendo la nieve caer desde la habitación de un hotel. Me da la sensación de que, si fueras un pintor, serías un paisajista…
Es muy acertado y una buena forma de verlo. Es gracioso, porque cuando lo empecé no me di cuenta de que sería un álbum sobre la naturaleza en sí misma. Pero sí creo que algunos de los temas más largos definitivamente tienen algo de viejas pinturas, de tratar de crear atmósferas… Son cosas con las que se puede pasar un tiempo, como ir a una galería y mirar una pintura. No me interesa mucho el arte que requiere mirarlo o escucharlo solo una o dos veces para captarlo. Amo los trabajos que, en realidad, tienen más detalles, que tienen capas y capas que tenés que ir pelando y cuanto más escuchás, más descubrís. Entonces, sí: es como un paisaje, en el sentido que querés seguir volviendo y, cada vez que lo hacés, ves nuevas hojas, formaciones rocosas o una parte del cielo con nubes que no habías notado antes. Es como desarrollar una relación a largo plazo con la música.

¿Cuáles con los puntos de contacto que encontrás entre la música clásica y la electrónica?
¡En definitiva, todo se reduce a ondas, ja! ¡Es solo sonido, es solo música! Y no lo digo en un sentido cualitativo. Es sonido, no hay nada más entre ellos. Por supuesto que la gente ama categorizar las cosas en áreas muy específicas, nos encanta etiquetar la música porque, quizás, nos sentimos más seguros cuando sabemos qué obtenemos. Eso conduce a muchos a trabajar confinados en un área en particular, lo cual puede producir cosas muy buenas, claro. Pero, en varios aspectos, cuantos más márgenes tenés para trabajar, más creativo y expresivo podés ser. No le veo ningún propósito a decir “yo no escucharía esto o no usaría este sonido porque es demasiado clásico o demasiado pop…”. Yo trabajo bajo el lema: “Cualquier cosa que funcione está bien”. Usá los sonidos de los instrumentos que quieras. Mi único criterio es que tienen que funcionar emocionalmente, tiene que llegar a la gente de alguna manera.

¿Cuál fue tu primer trabajo como músico profesional y qué recordás?
Bueno, la primera vez que me pagaron fue en la escuela, cuando tenía diez años. Había una chica en mi clase, llamada Vicky, que me pagó 2,5 kiwis [slang para la moneda de Nueva Zelandia] para que tocara algo para entretenerla. Me acuerdo de que con eso me compré unas golosinas y que pensé “guau, esto está bueno: creo que podría hacer una carrera de esto”. Ja, ja.

Fuiste parte de Factory Records y de una época de sellos emblemáticos como 4AD, Creation o Mute, de donde salieron artistas fundamentales. ¿Qué función tiene un sello hoy en una industria musical digitalizada donde un artista puede autoeditarse y autopromocionarse?
Creo que los sellos siempre tuvieron una gran influencia. Por supuesto que primero está la música, que estará siempre allí, escrita por gente, independientemente de si están con un sello o no (especialmente hoy, que es tan fácil hacer un álbum por tu cuenta). Pero los sellos actúan como hacedores de gustos, desarrollan una suerte de sonido in house o “vibra” y sirven como una “ventana” particular al mundo para conocer artistas.

Mute, 4AD y One Little Indian siguen existiendo. Fat Cat ha sido un sello británico de mucha influencia, y seguro que hay muchos sellos así en la Argentina y en todo el mundo que influyen en la gente, que empieza a reconocer un sonido y dice “no conozco a esta banda, pero la voy a escuchar porque sé que puede ser interesante”.

Hay tanta música hoy en el mundo, y la paradoja es que es muy fácil sacar algo por internet, pero es muy complicado que se escuche tu voz. Siempre hubo música ambiental, pero hoy hay música absolutamente en todo y para todo: en ascensores, restaurantes, alguien mete un gol y hay una música para eso... Y como hay mucha música que se usa para venderte cosas, para la gente es aún más difícil. La música se está haciendo cada vez más fuerte y comprimida. Es como si estuvieran gritando “¡acá estoy, acá estoy!” todo el tiempo.

Creo que el trabajo de los sellos pequeños es, fundamentalmente, artístico. Están dirigidos por tipos que aman la música y están siempre escuchando qué hay ahí afuera de interesante. Y, si tenés la suerte de firmar con uno, tenés más chances de alcanzar una audiencia más amplia, lo cual es muy importante hoy, cuando la expectativa es que la música debe ser gratuita, y eso es algo que creo que a muchos artistas les resulta difícil superar.

¿Cómo conociste a Tony Wilson, fundador de Factory, y cómo fueron aquellos días?
Era muy joven, tenía 18, 19 años, y había ido a Manchester a estudiar música clásica, pero era un fanático de Factory, The Durutti Column, Joy Division y New Order. Estaba muy enganchado con toda esa música y ese sello. Realmente, fue pura suerte: unos músicos amigos míos le escribieron a Tony, para ver qué onda, sin esperar demasiado. Y la casualidad quiso que The Durutti Column estuviera haciendo por entonces un álbum neoclásico, y Tony los llamó. ¡Yo estaba tan celoso! Pero, cuando finalmente me sumé a la banda y conocí a Tony, no estaba nervioso ni nada por estilo porque él era un tipo común. Recuerdo que era muy divertido, agradable y tranquilo, y todo se volvió muy normal rápidamente: era uno más y llegué a conocerlo bastante bien. De aquellos días, lo que más amé fueron los shows, y aún es lo que más me gusta. Lo que toda esa época me dio no fueron anécdotas cool, sino el hecho de que pude salir de gira, viajar, subirme a un escenario, tocar para la gente y disfrutar de todo eso.

¿Qué opinas de la reconversión de las oficinas de Factory en un boliche? ¿Fuiste?
No, pasé por la puerta un par de veces de camino hacia algún otro lado. Y recuerdo haber mirado hacia la derecha y haberlo visto. Pero el tiempo sigue adelante. Toda esa era ha sido inmortalizada por la película 24 Hour Party People y cosas así, lo cual está bien. La gente le otorga como un aura mística al lugar, pero fue solo un tiempo en el que algunas personas se juntaban a escuchar y hacer buena música, bailar. Ya fue. Todo tiene un final. Creo que lo añoramos porque el final fue bastante súbito, porque se fueron a la quiebra. Cuando las cosas mueren jóvenes, las idolatramos y las recordamos de una forma en particular, sea o no verdad. Y Factory tiene como un misterio alrededor, onda “Oh, ¿cómo era?”. ¡Era solo gente en un lugar bailando! Su música fue muy influenciadora y, en algunos casos, diría, grandiosa, pero de vuelta: es solo música.

The Durutti Column fue una banda pionera en lanzar discos en nuevos formatos físicos. ¿Qué te parece el exitoso revival del vinilo?
Es grandioso. Me estoy poniendo viejo, recuerdo los vinilos, y lo que más me gusta es lo táctil; es algo sólido que podés ver y tocar. Y la otra cosa es que, como a mí me encanta el arte, el color, tener el artwork en tamaño más grande me hace quererlo más. No puedo amar el download. Puedo amar la música, pero la idea de que son números binarios almacenados en un chip en algún lugar no me entusiasma, mientras que, con un disco, es como entrar en una suerte de éxtasis. Lo agarrás, lo ponés en el tocadiscos… es algo muy mecánico y chapado a la antigua. Además, el sonido del vinilo tiene un color y una personalidad propios. Así que, por supuesto, estoy muy contento de que haya revivido.

¿Seguís en contacto con Vini Reilly?
Sí, y con Bruce [Mitchell, baterista de The Durutti Column]. Lamentablemente, Vini tuvo una serie de derrames cerebrales, hace unos dos o tres años. Está bien, pero le ha afectado su capacidad de tocar. Está lidiando con eso, de manera asombrosa. Estuve con él el año pasado en Manchester, y sigue siendo el gran Vini Reilly tocando la guitarra, y eso es algo fantástico de escuchar.

¿Cómo fue trabajar con Peter Gabriel y la tarea de reimaginar tantas canciones importantes en estilo orquestal?
Fue un viaje emocionante y fue increíble trabajar con un artista como él, que es un explorador sonoro. Quería probar un montón de cosas en ese momento, lo cual fue fantástico. Fue mucha presión porque tomamos canciones que están muy marcadas en las emociones de la gente, que son famosas porque la gente las ama. Son temas con los que alguien ha tenido sexo, ha tenido un hijo, se ha enamorado o lo que sea. Cuando sos joven, esa música va a lo profundo de tu corazón, te da cierto sentido de quién sos. Y cuando empezás a toquetear eso es como tirar una enorme piedra en una piscina muy tranquila.

En algún punto, tenés que ignorar la presión y hacer lo correcto para la performance, sentir qué es lo que está bien y tomar el riesgo. Y no tiene sentido hacer algo que sea similar. Tenés que realmente reconstruirlo. Tenés que vivir al borde del peligro e ir donde sentís que hay que ir, embarcarte en un viaje en el que la canción cobra un nuevo sentido. La cuestión es que hay que encontrar una nueva luz en las letras porque, al fin y al cabo, son canciones, que tratan del amor, de la vida, del universo… y algunas son muy políticas. Lo interesante es que, cuando Peter estaba eligiendo los temas, me di cuenta de lo que hace falta para escribir una buena letra y una buena melodía. ¡Y no es nada fácil de hacer!

Fue emocionante trabajar con él. Cuando comenzamos, pensé que iban a ser solo unas canciones y terminaron siendo tres años y medio de trabajo muy cerca de él.

También colaboraste con tres artistas que marcaron tres épocas muy particulares del pop inglés: Morrissey, Blur y Coldplay. ¿Cómo fue cada una de esas experiencias?
Debo decir que las tres fueron muy similares porque yo estaba ahí para hacer una tarea específica y los tres son artistas establecidos, famosos y que estaban muy enfocados en el trabajo. Soy muy afortunado de que, cuando voy a trabajar con gente así, es en un estudio y siempre se trata sobre la música y no sobre cualquier otra cosa que esté pasando. Fui muy bien recibido porque soy alguien que puede representarles una ventana hacia un sonido más práctico. Porque pueden tener ideas, pero no necesariamente han sido entrenados para concretarlas rápidamente en la dirección que ellos quieren. Esa es una de las cosas para las que estoy ahí. Y está bueno: mis arreglos está en un álbum de Blur, de Coldplay; eso es algo cool. Pero, en el momento, es algo muy rápido. Recuerdo que estaba ansioso la primera vez que vi a Chris Martin, pero son solo cinco minutos y, luego, ya no importa: todos están ahí enfocados en tratar de crear algo grandioso.

¿Hay alguna chance de que puedas visitar pronto la Argentina?
Uh, me encantaría, porque solo fui una vez con Peter Gabriel y quedé fascinado. El problema con las giras es que nunca estás en un lugar lo suficiente, pero la pasé bárbaro allá y todos los argentinos que conocí son fantásticos. Me encantaría volver, así que si hay algún manager que nos esté leyendo y le guste mi álbum, ¡yo ya estoy listo!



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