miércoles, 27 de mayo de 2009

American Idol: ¡qué final más puto!

Contra toda lógica y justicia en el universo, Adam Lambert no ganó. Y quizás es lo mejor que pudo haber pasado.






Entre los muchos placeres culposos que tengo está ver American Idol, afición que ha devenido en cierto fanatismo adolescente desde las últimas dos temporadas tras la aparición de algunos interesantes artistas que han revitalizado el reality. Me refiero, en especial, a David Cook, gran triunfador el año pasado, y el impresionante Adam Lambert, "la" figura de esta edición cuyo final se vio en nuestro país el último domingo.

Versión emo de un Ziggy Stardust estrellado en Broadway, Lambert es uno de los descubrimientos más excitantes del show business musical de los últimos años y, sin dudas, fue el principal responsable de que este haya sido el mejor ciclo de American Idol en su historia, lo que llevó al programa a un nuevo nivel de calidad y popularidad (con un récord de casi 100 millones de votos en la final y 624 en toda la temporada).

Carismático, camaleónico, con presentaciones irreverentes y teatrales y un registro vocal bisexual, capaz de conmover cielo y tierra con una sola nota, "Glambert" se robó escenarios, cámaras y elogios, y su lugar en la final estuvo reservado prácticamente desde su primera audición. Entonces, ¿por qué perdió? Por puto, así de simple. Por puto.

Está más que claro que el triunfo de Kris Allen habla más de la hipocresía y el conservadurismo del público estadounidense que de las virtudes de este muchachito de Arkansas, amante de esas tibias baladas acústicas que tanto seducen a las chicas. En la tierra de la libertad, un gay está para ponerle voz a Cats o letra a Will & Grace, no para ser premiado en el espectáculo televisivo más importante del país. Menos si anda suelto por ahí revoleando las plumas, sacándose fotos travestido, besando tipos, y con un pasado de performances casi prostibularias, dignas de La jaula de las locas en un cabaret del infierno. No way.

Así, no es raro pensar que Lambert haya perdido porque Allen capturó el puritanismo yanki y los miles de "votos cristianos" que quedaron tras la partida de Danny Gokey.

Lo cierto es que el chico del delineador negro y la garganta de oro perdió y, ¿saben qué?, es lo mejor y más divertido que pudo haber sucedido. Durante meses, vimos cómo millones de norteamericanos fueron seducidos por un maricón que, una vez a la semana, por las noches, les hizo lo que él quiso sin dar explicaciones a nadie. Y en el final, le pintó la cara a Kiss, conquistó a Queen y se quedó con la fama sin cargar el (a veces) pesado y desacreditante título de ser el "ganador de un reality show". Un verdadero ídolo, sin etiquetas.


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