En tiempos en que la
canción domina la industria, lanzamientos de Beyoncé, Kanye West, Rihanna y David
Bowie revalorizan el concepto de disco.
Todavía no llegamos a mayo y ya podemos calificar este año como
uno de los más despiadados de la historia reciente, en el que perdimos a íconos
como David Bowie, Maurice White, George Martin y Prince (sin
olvidar a Lemmy, que partió casi en
el albor de 2016). Pero que las lágrimas
por la desaparición de estos innovadores irremplazables no cubran un fenómeno
reconfortante: la revitalización que se está viendo estos días del álbum como vehículo
artístico.
Desde la irrupción de iTunes
y la reconfiguración del mercado hacia la comercialización de canciones
“sueltas”, se viene debatiendo la “muerte del disco” como obra, como encarnación
expresiva. “Ya nadie escucha álbumes, lo importante son los singles” parecía ser una máxima
instalada en la industria y, claro, los números grabaron esa idea en bronce. Con
la aparición, a mediados de 2003, de la tienda virtual de Apple (y la expansión del formato digital por sobre el físico), la venta
global de álbumes se desplomó año tras año. Entre 2000 y 2014, en los Estados
Unidos las cifras pasaron de más de 13.000 millones de dólares a unos 1.850
millones, una caída cercana al 86 por ciento, según la RIAA.
Solo en Gran Bretaña, en 2003 se
vendieron casi 31 millones de singles,
contra unos 157 millones de álbumes, en ambos casos con el CD como soporte
dominante. Diez años más tarde, los simples superaban los 188 millones de
unidades, contra menos de 100 millones de discos, ya con el formato digital
como principal medio.
ITunes y el resto de las
“disquerías” online que fueron
surgiendo dieron vuelta el negocio y desarmaron al disco económica y
conceptualmente: la audiencia ahora podía comprar solo los temas que le gustara,
disgregando el álbum y atomizándolo en obras (y elecciones) de 0,99 dólares.
Este modelo se mantiene hoy y, muy
probablemente, también lo haga en el futuro (después de todo, ¿por qué debería
cambiar? ¿Qué tiene de malo?). Sin embargo, las últimas producciones de artistas
como David Bowie, Suede, Kanye West, Rihanna y Beyoncé, entre muchos otros, parecen
volver a poner el foco en la importancia del álbum como forma y unidad de
expresión artística (proceso en el que el revival
de las ediciones en vinilo juega también su parte).
El último acto de David Bowie fue
un disco: no un show, ni un libro, ni
un single, ni un escándalo mediático.
Un testamento de su talento entre sus últimos deseos, obsesiones, miedos y
definiciones (¿Cuánto peso histórico tiene ahora ese final con “I Can't Give
Everything Away”?).
Ese mismo enero negro, Suede (otros
ingleses y, en gran medida, herederos el ex Duque Blanco) editaron Night Toughts, un logrado trabajo que coquetea
con una ópera rock audiovisual sobre pérdidas, excesos, penas y sueños rotos y que
hasta viene acompañada de su propia película. ¿Qué sentido tiene si solo
cargamos en nuestro MP3 el corte “Outsiders”?
Mientras tanto, en los Estados
Unidos, Rihanna ponía fin a tres años de expectativas con su demorado ANTI: toda una declaración de que podía
ser una artesana de álbumes más que una abastecedora de top tens tan seguros como impersonales. La portada, a cargo del
pintor y escultor Roy Nachum, con
esa pequeña Robyn Fenty enceguecida
por su coronación como Rihanna y un mensaje en braille sobre miedos y
liberación, envasa su acto de madurez (con todos los aciertos y errores que
implica crecer musicalmente).
El lanzamiento en febrero de The Life of Pablo del inefable Kanye
West será, por lejos, uno de los acontecimientos del año: una explosión de ego contenida
en una obra en constante metamorfosis (el músico modificó el tracklist varias veces desde su aparición)
y rodeada de sus características contradicciones, delirios, conventillos 2.0 y
grandilocuencia (“Este no es álbum del año, es el álbum de la vida”, definió el
rapero en su siempre desbordante cuenta de Twitter). The Life of Pablo (que tuvo hasta cuatro nombres diferentes) tuvo
su premiere en el Madison Square
Garden durante un show de moda de
West, y poco más tarde estuvo disponible en exclusiva en el servicio musical Tidal. El disco logró 250 millones de streams en los primeros diez días y, se
estima, duplicó la base de suscriptores de la plataforma online liderada por Jay-Z.
Se convirtió el primer álbum en llegar al número uno en los Estados Unidos por
ventas que llegaron en un 70 por ciento por sistemas de streaming, ya que el disco no fue (y, según West, nunca será)
editado en CD.
Lo de Kanye reconceptualiza el
álbum: lo libera de ataduras físicas, lo deja “abierto” a la “actualización” constante
y hasta lo (retro)alimenta con su ecosistema personal (caprichos, peleítas
mediáticas, fashion business, acuerdos
comerciales y kardashianismos varios).
En el ámbito local, Los Fabulosos Cadillacs acaban de
anunciar que su regreso luego de siete años será con un álbum conceptual, La salvación de Solo y Juan (Primer Acto),
que llegará el próximo 27 de mayo. Y la primera muestra no fue, como es usual,
un corte adelanto, sino cuatro temas presentados al unísono: una acción que pone
al single como herramienta
contextualizadora de una obra, que convierte “canciones” en verdaderas “pistas”
para armar un relato.
Por otro lado, Babasónicos se apresta a lanzar Impuesto
de fe, con nuevas versiones de su amplio cancionero. El disco forma parte
de un proyecto más abarcativo titulado Desde
adentro, un concepto multiplataforma y celebratorio de sus 25 años de
carrera que incluye, además de ediciones en DVD, Blu-ray y vinilo, un especial
para televisión que será emitido por HBO.

La última (y alta) nota la dio el fin
de semana pasado Beyoncé, que reveló
su Lemonade y volvió a sorprender al
mundo con un disco que salió sin previo aviso. Tal como ya lo hizo en 2013 con Beyoncé, la cantante se despachó con un
“álbum visual”, en el que cada track
tiene su respectivo video. En esta oportunidad, relata la crisis de un
matrimonio (en realidad, el suyo con Jay-Z) a partir de una infidelidad. Es un
trabajo monumental, sonoramente meticuloso, revelador y líricamente íntimo, y tiene
una lista de créditos, colaboraciones y sampleos tan larga como inusitada, que
incluye a Jack White, Diplo, Kendrick Lamar, The Weeknd,
James Blake, Ezra Koening (Vampire
Weekend), Joshua Tillman (Father John Misty), Burt Bacharach y ¡Led Zeppelin!
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