miércoles, 28 de octubre de 2015

(Solo) diez películas de Steven Spielberg

Por el estreno de su nuevo film, Puente de espías, nos metimos en el problema de elegir únicamente diez títulos del gran cuentista de Hollywood.



Tiburón (1975)
La caza del gran (¡GIGANTE!) tiburón blanco fue un infierno en el agua para Spielberg. Más de un directivo de Universal pidió su cabeza cuando el presupuesto se duplicó producto de innumerables retrasos en la filmación, problemas de locación, un guión que se escribió sobre la marcha y diversas ironías técnicas (como que uno de los tres tiburones de utilería terminará hundido). Encima, los protagonistas Robert Shaw y Richard Dreyfuss se odiaban, y hasta algunas escenas se crearon inspiradas en la mala relación que tenían tras las cámaras. Pero no hay mal que por bien no venga: Jaws se convirtió, hasta la llegada de Star Wars poco después, en el film más taquillero de la historia (cuarenta años después, lleva recaudados más de 470 millones de dólares) y fue la película que definió el concepto moderno de blockbuster.


Encuentros cercanos del tercer tipo (1977)
Su primer encuentro con la ciencia ficción fue, también, el regreso a un primer amor, ya que el film guarda muchos paralelismos con Firelight, una cinta que hizo cuando apenas tenía 17 años. Originalmente, iba a tratar sobre una conspiración ovni  gubernamental, pero luego viró a la historia de un hombre obsesionado con visitas espaciales (y, bueno, también con el puré de papas).


Los cazadores del arca perdida (1981)
Casi se llamó Indiana Smith e iba a estar interpretado por Tom Selleck. Pero, por esas cosas del destino (y del estudio CBS, que no quería perder a la estrella de su serie Magnum P.I.), Harrison Ford se calzó el sombrero y se convirtió en el arqueólogo más aventurero del mundo. Debe ser, también, uno de los filmes con más escenas históricas por minuto. ¿Se acuerdan del reemplazo del golden idol por un saco de arena? ¿Del escape de la piedra gigante rodante? ¿Del “pozo de las almas” con centenares de serpientes? ¿Esa del avión en el desierto? ¿O la lluvia de tarántulas? ¿Y la fantasmagórica apertura del arca y esas caras derretidas? ¿Y cómo olvidarse del mono nazi? Toda tu infancia está acá.


E.T., el extraterrestre (1982)
Iba a ser una película de terror sobre una familia de granjeros acechados por un temible alien (incluso el famoso dedo luminoso estaba pensado como un arma). Pero el director, abrumado por los nazis y las explosiones de Los cazadores…, sintió que debía regresar a la tranquilidad y espiritualidad cósmica de Encuentros cercanos… Y así transformó esa historia en una gran fábula sci-fi para toda la familia. Una vez más, tuvo razón.


El color púrpura (1985)
Fue su primer drama histórico y un gran riesgo artístico, ya que confió el protagonismo en dos desconocidas (Whoopi Goldberg y Oprah Winfrey, todavía una conductora de TV en Chicago) para retratar los abusos, la pobreza y el racismo que enfrentaban las mujeres negras en los Estados Unidos a comienzos del siglo xx. Las dos entregaron actuaciones que valieron nominaciones al Oscar, el film fue un suceso y Spielberg, sin dejar la aventura y fantasía, abrió su paleta hacia otro cine.


Jurassic Park (1993)
Hace poco más de 20 años, nadie sabía lo que era un velociraptor y el último T-Rex vivo era Barney, hasta que vino Spielberg e hizo que los dinosaurios volvieran a dominar el mundo.

La lista de Schindler (1993)
Apenas seis meses después de reventar las boleterías con pochoclos prehistóricos, hizo su “salto de madurez” hacia temas crudos y comprometidos con su demoledora mirada sobre el holocausto. Oscar, consagración para los cultores del “cine serio” y un film no apto para ir a apretar (pregúntenle a Seinfeld, si no).


Minority Report: Sentencia previa (2002)
Spielberg tomó el cuento original de Philip K. Dick y creó un thriller policial à la Blade Runner con fascinantes componentes estéticos de anticipación, muchos de los cuales hoy son casi realidad (como publicidades personalizadas o computadoras que se operan mediante gestos). Pero debajo de tanto gadget, no pierde el hilo del dilema favorito del autor: la existencia del libre albedrío en una realidad que parece predeterminada. Este año, se convirtió en una serie de FOX.


Caballo de guerra (2011)
Así como lo hizo en Rescatando al soldado Ryan, Spielberg cuenta la épica de un soldado. Solo que ese soldado es un caballo y sirve para exponer todas las virtudes y miserias del ser humano: desde la crueldad y la avaricia hasta la compasión, la nobleza y la valentía. El director apela a los clásicos  recursos de la época de oro de Hollywood: diálogos grandilocuentes, batallas dramáticas, coros de violines, besos apasionados y siluetas recortadas en atardeceres de furioso naranja. Todo lo que hoy podría considerarse como una estética antigua, trillada y hasta grasa, Spielberg lo reivindica en una obra conmovedora.


Lincoln (2012)
Lejos de una biopic tradicional, el director retrata al célebre presidente de los Estados Unidos en los últimos meses de su vida mostrando las pujas, los acuerdos y las traiciones detrás de la aprobación de la enmienda constitucional que abolía la esclavitud. Quizás sea su film más teatral y, más allá de su visión pedagógica y patriarcal de la política norteamericana, es un pedazo ineludible de su historia.



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La maravillosa vida de John Grant

Cómo un hombre de más de 45 años se transformó en la gran revelación musical luego de atravesar bullying, alcoholismo, drogas, sífilis y HIV.



Lo que sigue bien podría ser una película. Una feel good movie, más bien. Esas cintas agridulces en las que el protagonista pasa por todas las miserias hasta la superación personal y el triunfo. Las que nos hacen salir del cine con la actitud de «¡la puta que vale la pena estar vivo!». Por ejemplo, la historia de un músico que, luego de una vida de rechazos, alcoholismo, cocaína, amores tóxicos, desenfreno sexual, sífilis y HIV, se convierte, con más de 45 años y contra cualquier estrategia o pronóstico del marketing musical, en una de las grandes revelaciones y termina peleándole un título de mejor artista a Justin Timberlake y Bruno Mars.

Este film empieza con una escena en la actualidad de John Grant limpio, sobrio y exitoso, hablando con Generación B de su nuevo disco, Grey Tickles, Black Pressure. «La primera parte, “grey tickles”, es la traducción literal al inglés de la expresión en islandés para “crisis de la mediana edad”. Y “black pressure” es la traducción del turco para “pesadilla”. Pensé que era una forma divertida de hablar sobre sentirse incómodo en el mundo», explica el cantante que, ahora, solo es adicto a los idiomas. Habla, además, ruso, alemán, islandés, algo de sueco, bastante de francés y tiene «un español muy fluido, aunque no como para hacer la entrevista», dice, claro, en castellano.

Su tercer álbum es otra irresistible colección de baladas dramáticas confesionales y synth-pop gélido de los 80 cargada de humor negro y observaciones autodenigrantes. De la garganta de este crooner acomplejado se pueden escuchar cosas como «soy el hijo de puta más grande que vayas a conocer» o «quería cambiar el mundo, pero ni siquiera podía cambiarme los calzoncillos» y hasta bromas sobre ser HIV positivo («No puedo creer que me haya perdido Nueva York en los 70, podría haber hecho punta en el mundo de la enfermedad…»), sin olvidar que hay otras personas que están peor («Hay chicos que tienen cáncer, así que las apuestas no van más, porque no puedo competir con eso»).

Según él, este trabajo «trata sobre entrar en la madurez, permitirte ser y aceptar el mundo como es. Porque, ahora, me siento más cómodo conmigo mismo». Y, si hacemos un flashback en la edición, veremos que eso es el resultado de haber pasado décadas como un paria.

Grant nació en Michigan y, alrededor de los 12 años, se mudó con su familia a Denver, Colorado. Sus padres, miembros de una iglesia bautista, descubrieron su homosexualidad y lo obligaban a ir a ver un psicólogo, buscando cambiarlo, corregirlo o vaya a saber qué. Así, tuvo que soportar abusos verbales, físicos y emocionales tanto de los miembros de la congregación como de sus homofóbicos compañeros de escuela.
Durante años, vivió con la angustia de que «tenía algo mal» y de no poder ser él mismo. A los 20, se fue a estudiar a Berlín, donde comenzó a sufrir trastornos de ansiedad y a depender de la  bebida y las drogas. Allí estuvo unos seis años hasta que, en 1994, volvió a los Estados Unidos para convertirse en el vocalista de The Czars, un sexteto de slowcore y folk-rock. Duraron una década y produjeron cinco álbumes privilegiados por la crítica e ignorados por el público masivo (qué raro, ¿no?), hasta que las adicciones y la conducta autodestructiva del cantante terminó disolviéndolos en 2004.

Grant pasó los siguientes seis años tratando de poner su vida en orden. «Era necesario dejar las drogas, y me mudé a Nueva York para empezar de nuevo, para tomar algo de perspectiva —recuerda—. Trabajé usando mis conocimientos de ruso en traducciones, y como mozo en un restaurante. Seguía escribiendo, pero no mucho. Casi había abandonado la música».

¿Cuándo sentiste que habías tocado fondo?
Había ido a un hospital para tratar de que me dieran algún medicamento que me hiciera dejar el alcohol. Ahí, te hacían exámenes gratuitos para ver si tenías alguna enfermedad de transmisión sexual, y salió que tenía sífilis. Estaba muy mal, había terminado un par de veces en la guardia porque tomaba demasiada cocaína… Pensé que iba a matar a alguien o me iba a matar yo. Realmente, me vi muriendo. Así que decidí dejarlo ese día.

Hacia 2010, una banda de amigos llamada Midlake, basada en Texas, lo convenció de que intentara volver a componer, «así que me mudé allá e hice mi último esfuerzo», recuerda. Así surgió Queen of Denmark, su debut solista, un descarnado y revelador relato sobre su infancia, relaciones enfermizas, culpas, aceptación y redención. La crítica lo amó. Mojo lo calificó como clásico instantáneo y lo galardonó disco del año. Y Sinéad O'Connor hizo un cover del tema homónimo en su álbum How About I Be Me (And You Be You)?. «Pude ponerme en contacto con ella para agradecérselo y nos hicimos amigos. Así fue cómo terminó colaborando en mi siguiente disco».


La vida de Grant parecía equilibrarse hasta que, durante una estadía en Suecia, recibió la noticia por parte de un antiguo amante de que había contraído HIV. Lo mantuvo en silencio durante más de un año, sin revelárselo ni a amigos ni a familiares, hasta que, en la edición 2012 del Festival Meltdown de Londres, lo hizo público desde el escenario a todos los presentes.

¿Por qué lo revelaste así?
Fue una decisión muy difícil, pero es algo sobre lo que se tiene que hablar. No tiene que ser un tabú, un secreto, una cosa horrible. Esa es la razón por la cual decidí hacerlo en ese momento. Estaba por cantar una canción que escribimos con Andy Butler, de Hercules and Love Affair, que trata sobre el deseo de haber podido tomar otras decisiones cuando era más joven. Ya tenía unos 40 cuando contraje HIV, y deseo haber podido evitar ese comportamiento autodestructivo. Entonces, ¿por qué sentir vergüenza de hablar de algo sobre lo que iba a cantar? Así que me pareció muy natural. No quería ser sensacionalista. Simplemente, quería ser consciente de mi motivación. Y estoy contento de haberlo dicho.

¿Cómo es, en tu experiencia, vivir con HIV?
Las drogas tienen un efecto raro en mí. A veces, me siento muy, muy cansado, y creo que eso lo causa la medicación. Y, a veces, estoy como mareado y veo patrones extraños cuando me levanto a la mañana. Pero, la mayoría del tiempo, me siento bastante bien. El virus es indetectable en mi sistema, así que vamos bien.

Hoy, Grant encontró su hogar en Reikiavik, Islandia. «Fui para dar un concierto y me gustó el paisaje. Como no tenía nada que me atara, decidí mudarme. Conocí buena gente y a mi actual novio. Creo que encontré espacio, lugar para respirar aquí». Allí se juntó con Biggi Veira, de los electrónicos Gus Gus, con quien produjo su segundo disco, Pale Green Ghosts. Fue el trabajo que cimentó su sonido actual, el de un Harry Nilson o Dennis Wilson reencarnado en el cuerpo de un pescador nórdico fanático de Gary Numan. Y con el que consiguió un gran reconocimiento internacional. La obra se metió en todos los listados de la prensa especializada de mejores discos de 2013 y le valió una nominación como Mejor Artista Internacional en los BRIT Awards, junto a Justin Timberlake, Drake, Eminem y Bruno Mars.

«Nunca me lo hubiera imaginado. Simplemente, disfruté el momento, fui a la entrega y la pasé bárbaro —recuerda—. Conocí a Boy George esa noche, que fue lo más cool. Pero, lamentablemente, no vi sexo bajo las mesas ni nada parecido».

Después de todo lo viviste, ¿qué te pasó por la cabeza cuando estabas ahí?
[En español] Me di cuenta de que todo es posible en este mundo.

Y ese sería un excelente título para esta película.




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miércoles, 21 de octubre de 2015

Diez películas marcianas

Repasamos la fascinación de Hollywood con el planeta rojo.



Invasores de Marte (1953)
Unos meses antes de que La guerra de los mundos se convirtiera en un clásico de clásicos, apareció este pequeño gran film sobre marcianos que se apoderaban de la mente de las personas, haciéndolos actuar de manera fría e inhumana. La paranoia roja comenzaba a copar la cabeza de los norteamericanos.



La guerra de los mundos (1953)
Ahora miramos a nuestro colorado vecino con ganas de coparle el patio. Pero hasta hace 50 años, Marte inspiraba terror. H.G. Wells lo imaginó como un lugar de horribles invasores en su novela original, que Orson Welles llevó a la radio en 1938 en un drama que causó pánico masivo. Y, cuando llegó al cine, la ciencia ficción nunca sería igual.




El vengador del futuro (1990)
Exitazo dirigido por Paul Verhoeven y protagonizado por Arnold Schwarzenegger como un obrero terrestre que resulta ser un luchador por la independencia marciana. Basada en un relato de Philip K. Dick con muchas de sus obsesiones: dobles personalidades, confusión entre fantasía y realidad, manipulación mental, vigilancia corporativa y mujeres con tres tetas.



¡Marcianos al ataque! (1996)
Tim Burton es un experto en recuperar íconos olvidados de la subcultura pop de los años 50 y 60, en este caso, las figuritas de los marcianitos más jodidos que tuvo la ciencia ficción. Con un elenco galáctico (Jack Nicholson, Glenn Close, Pierce Brosnan, Annette Bening, Danny DeVito, entre otros) y estilo B-movie, construye una sátira política que funciona como una simpática respuesta a su contemporánea (y recalcitrantemente republicana) Día de la independencia.



Misión a Marte (2000)
Brian De Palma fue una de las víctimas de esa extraña fiebre marciana que afectó a varios cineastas y estudios a principios de siglo, como un verdadero millenium bug extraterrestre. El director de Carrie pone en órbita a Tim Robbins, Gary Sinise y gran elenco en una misión de rescate que terminará descubriendo el verdadero origen de la humanidad. Entre mensajes new age y leyendas de Cydonia, resulta que todos somos polvo (rojo) de estrellas.



Planeta rojo (2000)
Un todavía galán Val Kilmer nos muestra que la terraformación del mundo vecino para hacerlo habitable quizás no sea la mejor idea; en especial, si tenés que luchar contra insectos marcianos carnívoros (¡y explosivos!) y un robot con el modo psicópata en on. Igual, las consecuencias fueron más catastróficas para el público y la taquilla.



Fantasmas de Marte (2001) 
¿Qué hacía Jason Staham antes de convertirse en el último héroe de acción? Bueno, era bailarín en videos de The Shamen https://youtu.be/wFB3q0mMBK8 y Erasure. https://youtu.be/AvhgG9ee9Aw Pero, después, fue parte de este absurdo y delirante space-western de John Carpenter. Pero al maestro del horror se le perdona todo.



Doom (2005) 
Uno esperaría que las puertas al infierno estén en Mercurio (por el calorcito, ¿vio?), pero no: ¡están en Marte! Y vos un marine que tiene que reventar la mayor cantidad de demonios posible en un laboratorio del planeta rojo. En los 90, Doom fue una revolución: uno de los primeros y más exitosos first person shooter, esos juegos que nos ponen en perspectiva de volarle la cabeza a cualquier cosa que se mueva. Pero, con esta adaptación al cine, fueron los fans los que se quisieron pegar un tiro. Igual, hay que darle un crédito extra en su intento de replicar en pantalla grande la experiencia gamer y darnos la mejor escena tributo a la acción en primera persona.



John Carter: entre dos mundos (2012)
Un exsoldado de la guerra de secesión de los Estados Unidos (Taylor Kitsch, de la segunda temporada de True Detective) es transportado por accidente a un Marte habitado por extrañas criaturas, y se verá involucrado en una lucha entre las dos principales civilizaciones del planeta. La primera incursión en el cine live action del director Andrew Stanton  (Buscando a Nemo, Wall-E) mezcla western, ficción histórica, comedia y grandes batallas, con un resultado que amartiza entre La guerra de la galaxias, Furia de Titanes  y El príncipe de Persia.



Misión rescate (2015)
Fiel adaptación del excelente best seller El marciano, de Andy Weir, el director Ridley Scott regresa al espacio para contarnos la historia de un astronauta (Matt Damon) que queda varado en Marte y debe pelar puro ingenio y sabiduría para sobrevivir 549 días hasta que llegue el rescate. Cálculos matemáticos para reservar calorías, fórmulas químicas para producir agua y técnicas para cultivar las primeras papas marcianas con caca terrícola, Misión rescate es un enorme aguante a la ciencia: única fuente de vida y esperanza.



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lunes, 19 de octubre de 2015

Entrevista a José James: "Es la industria, no los músicos, la que piensa en géneros"

Hablamos con el inclasificable cantante antes de su primera visita a nuestro país. Estilos, política y su amor por Billie Holiday.

Foto: Janette Beckman


Hay estudiosos del jazz, embajadores del hip hop, cultores del blues, defensores del old time rock and roll, investigadores de la electrónica y amantes del soul. Hay artistas inquietos que lo prueban todo, con mejores o peores resultados, sin perder una nota de personalidad. Y está José James, que es todo eso junto. Un tipo que se podría ubicar, con toda justicia y naturalidad, en cualquiera de las bateas de una disquería porque esas, para él, son solo categorías de un negocio.  

«Yo no pienso en los géneros; escucho la música —se explica, mientras hace todo lo posible para que su hija de dos años no interrumpa su charla con Generación B—. El público sabe que me gustan distintos tipos de música, le encanta mi voz y no piensa que canto cierto estilo. Creo que es la industria, y no los músicos, la que piensa en términos de géneros».

James nació en Minneapolis hace 37 años, pero su nombre lleva sangre latina («Mi papá es de Panamá, pero nunca lo conocí. No sé nada sobre él», revela). De adolescente escuchaba Nirvana, Radiohead y todo el hip hop que podía meter en sus oídos, mientras estudiaba a Dexter Gordon, Billie Holiday, Thelonious Monk, Miles Davis y Charlie Parker en la New School for Jazz and Contemporary Music de Nueva York. «Entré al jazz a través del hip hop: ese estilo está basado en el jazz,  en los ritmos que samplea. Además, el jazz en los años cincuenta tenía mucho más que ver con la comunidad, los artistas estaban más conectados con las cuestiones sociales. Y esa energía se fue al hip hop».

Esa mezcla de intereses sonoros se manifestaron en 2008 en Dreamer, su debut que lo llevó a recorrer escenarios de Europa, Estados Unidos, Japón y Brasil, y a colaborar con artistas tan disímiles como Chico Hamilton, Nicola Conte, Junior Mance y Basement Jaxx. Le siguieron dos discos, Blackmagic y For All We Know, y luego firmó contrato con el histórico sello Blue Note, con el que lanzó No Beginning No End (2013) y While You Were Sleeping (2014), trabajos eclécticos donde se atrevía a mezclar un neo soul a la Frank Ocean con guitarras psicodélicas sacadas del arcón de Jimi Hendrix.

Su último trabajo es Yesterday I Had the Blues: The Music of Billie Holiday, un sentido homenaje  a nueve clásicos de la que considera su «madre musical». «No quería hacer, por ejemplo, un álbum electrónico de Billie Holiday, con beats o neo soul. Para mí, eso no es realmente un tributo, sino que tiene que ver más con los egos personales o del momento. ¿Entendés? Así que sabía que tenía que estar con muy buenos jazzistas, como Jason Moran, John Patitucci y Eric Harland, porque quería capturar la intimidad de la música de Holliday, su sentimiento», comenta.

En el disco se destaca una sobrecogedora versión de «Strange Fruit», la canción compuesta por Abel Meeropol sobre los linchamientos raciales durante los años 30 en Estados Unidos, que la cantante convirtió en un himno de protesta. «Quería conservar ese sentimiento triste que tiene, pero no hacerla igual a lo que hizo Nina Simone con el piano, sino algo que evocara toda una época del país, como si fuera una canción de trabajo en el campo».

«Strange Fruit» fue versionada y empleada decenas de veces por diversos artistas, entre ellos Kanye West, que incluyó sampleos del cover de Simone en su reciente y polémica canción «Blood on the Leaves». «Creo que es fantástico que la haya usado y tan bien. Kanye es brillante —opina—. El hecho es que “Strange Fruit” sigue siendo una canción muy importante hoy, porque hay brutalidad, asesinatos y violencia en el país».

Muchos de los artistas que citás como influencias, como Billie Holiday, Nina Simone, Marvin Gaye y Gil Scott-Heron, asumieron un compromiso social y político a través de su música. ¿Vos también te involucrás o preferís separar tu carrera de eso?
Creo que no hay manera de no involucrarte en la política como artista. Honestamente, que alguien se gane la vida siendo creativo ya es una declaración política. Igual, creo que todos tenemos nuestros momentos. Si escuchás a Gaye, no vas a encontrar manifestaciones en toda su carrera, pero sí tiene una proclamación muy fuerte y directa en «What’s Going On».

También solés decir que querés ser un artista contemporáneo. ¿Qué significa eso concretamente? ¿Cuál es el «signo de los tiempos» hoy en la música?
Creo que significa ser receptivo y escuchar varias cosas y estilos. Hay muchos músicos a los que no les gusta la electrónica y esa onda, y a mí me interesa. También, significa tener presencia en las redes sociales, Twitter, Spotify. Se trata de realmente ocupar tu lugar en la música del siglo xxi.

James ya se encuentra trabajando en su próximo álbum («Estoy tratando de incorporar en el R&B cosas funky de los años 60 y 70, como de los Mizell Brothers, y del jazz de Donald Byrd y Eddie Henderson. Es como un popurrí», adelanta), pero antes visitará por primera vez nuestro país, cuando el próximo jueves 22 se presente en el ND Teatro, respaldado por el bajista Solomon Dorsey, Nate Smith en batería y el pianista argentino Leo Genovese. «¡No puedo esperar a estar allá! —se entusiama—. Leo siempre me cuenta sobre lo maravilloso de Buenos Aires, la música, la comida, la noche. Como no toqué nunca, el show va a tener un poco de todo: hip hop, jazz, R&B… Como yo».


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domingo, 18 de octubre de 2015

El mágico mundo de Guillermo del Toro

Un recorrido por lo mejor de la filmografía del director mexicano, ante el estreno de su nuevo film: La cumbre escarlata.




El espinazo del diablo (2001)
“¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor quizás, un sentimiento suspendido en el tiempo…”, dice protagonista del film que, después de Cronos (1993), reencuentra al director con Federico Luppi en la escalofriante historia de un niño atormentado por un espíritu durante la Guerra Civil Española. “Intenté usar el orfanato como el clásico edificio poseído del romance gótico y la historia del fantasma para probar lo mismo que quise probar en El laberinto del fauno: que los únicos monstruos reales son los humanos y que de lo único que debés tener miedo es de la gente” explicó, años más tarde, sobre el film que comenzaría a desarrollar su realismo mágico.


Hellboy (2004)
Una de las mejores adaptaciones de un cómic al cine y, posiblemente, uno de los castings más acertados de la historia: ¿acaso Ron Perlman no nació para interpretar al demonio con puño de piedra? La creación de Mike Mignola fue un parque de diversiones para que Del Toro (un fan del personaje) jugara con sus obsesiones: ocultismo, totalitarismo, mitología, conspiraciones y mucha fantasía nerd.


El laberinto del fauno (2006)
Del Toro se inspiró en una experiencia sobrenatural de su infancia, su encuentro “real” con un fauno, para la historia de una niña que escapa de la opresión del franquismo a un mundo de fantasía. El director considera este cuento de hadas antifascista como “la hermana” de El espinazo del diablo. “Tenía que hacer un film que, estructuralmente, fuera su eco y que pudieras verlas una tras otra. El laberinto… es como su lado femenino —le contó al diario The Guardian—. Quise hacerla porque el fascismo es, definitivamente, una cosa de hombres y un juego de niños, por lo que quise oponerle a eso el universo de una nena de once años”.


Titanes del Pacífico (2013)
Verdadero tributo hollywoodense a dos especialidades del arte visual japonés: el mecha anime (los dibujitos con robots gigantes) y el cine de kaiju (de monstruos gigantes, como Godzilla). Una superproducción 3D con la hipérbole de acción mecánica de Transformers y el futurismo de Blade Runner que nos recuerda que, cuando éramos chicos, todos quisimos ser piloto de Mazinger.


La cumbre escarlata (2015)
Edith Cushing, aspirante a escritora e hija de una acaudalado industrial (Mia Wasikowska), se enamora de Thomas Sharpe, un misterioso baronet (Tom Hiddleston). Juntos se irán a vivir a una mansión de pesadilla, en Inglaterra, acechada por horribles espíritus. Pero es a los vivos a quienes hay que temer. Dicen que siempre se vuelve al primer amor y así es como el director regresa al terror gótico en un drama que homenajea a los sangrientos clásicos de Hammer (hasta el apellido de la protagonista parece un guiño a Peter Cushing, actor fetiche del estudio). Del Toro condensa aquí todo el imaginario de su filmografía (niños traumados, insectos, casas embrujadas, máquinas barrocas) con resultados sobrecogedores más allá de algunas reiteraciones estéticas (los espectros son muy similares a lo ya visto en El espinazo… y, en especial, en Mamá, obra del argentino Andrés Muschietti, que el mexicano produjo en 2013). Pero, después de todo, ¿qué es un fantasma, sino “un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez”?



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jueves, 15 de octubre de 2015

Belle and Sebastian, sin hipsterismos

Antes de su segunda visita a Buenos Aires, hablamos con el baterista Richard Colburn.



Belle and Sebastian son los Beatles del twee”. La sentencia aparece como ejemplo en el popular sitio UrbanDictionary.com cuando, claro, uno busca la definición de “Twee”: el lunfardo sajón para “aquello que es enfermantemente dulce” o “las cosas que son nauseabundamente lindas”.

Twee es también el nombre que recibió ese movimiento de gentiles barbudos con pulóveres al crochet y sensibles mujeres de look Amélie que, armados de ukeleles, anteojos de marco grueso, vinilos y bicicletas, tomaron la cultura pop contemporánea. Fueron los soldados de una “revolución delicada” (como la llamó el periodista y escritor Marc Spitz) que copó música, cine, libros, televisión y moda con Wes Anderson como líder, Zooey Deschanel como Evita y Belle and Sebastian como marcha militante de la ternura.

Sin proponérselo, los chicos de Glasgow fueron la banda de sonido del twee, pero también uno de los mejores sinónimos del “indie”: una forma de sentir y producir la música que hoy no tiene nada de revolucionaria. “Es gracioso, porque en el pasado el significado original de la palabra era que eras totalmente independiente de todo, en la manera de pensar y de actuar. Pero ahora bandas que hubieran caído en esa categoría pueden firmar con grandes sellos y estar en lo alto de los charts. La verdad, ni siquiera sé si el término debería seguir existiendo”, dice el baterista Richard “Rico” Colburn a Generación B. “Nosotros seguimos en la nuestra a lo largo de los años, no nos subimos a ninguna moda, tendencia ni nada de eso y somos muy afortunados de tener una gran base de fans”.

Por supuesto, no todo fue una constante en la vida de este sexteto de universitarios que comenzaron a hacer música como una tarea de fin de curso y se convirtieron en un culto mundial de hipsters. Han vivido cimbronazos, como la partida en pleno suceso de su guitarrista y fundador, Stuart David, primero, y de la chelista Isobel Campbell, poco después. “En estas dos décadas, hubo momentos en los que no sabíamos qué iba a pasar —recuerda Colburn—. En 1999, nos tomamos un tiempo, y fueron cuatro o cinco años en que no sabíamos si nos íbamos a volver a juntar. Pero acá estamos”.

Los cambios también se hicieron sentir. Su último álbum, Girls in Peacetime Want to Dance (2015), los reencuentra luego de cinco años y más cerca del synth pop que del acaramelado baroque que los hizo famosos. “Cuando escribimos las canciones era bastante obvio que iban a terminar así, con un sonido más electrónico. Y fue bastante fácil al final, porque dejás que los temas sean lo que iban a ser”, explica el baterista, que no pareció sentirse marginado en sus tareas por el ingreso de teclados y máquinas de ritmo. “A mí me encantó, en serio —aclara—. Me gusta ver a los demás trabajando y el productor, Ben Allen, tiene experiencia en el sonido que Belle necesitaba [trabajó con Cut Copy, Washed Out, Delphic y CeeLo Green]. La verdad es que nunca llegué a aburrirme en el estudio porque pasaban muchas cosas”.

El disco abre paso a los sonidos sintéticos y el baile, pero no por eso deja atrás el lado más sentimental y personal de la banda, que puede escucharse en “Nobody’s Empire”, en la que Stuart Murdoch relata su lucha contra el síndrome de fatiga crónica. “No nos dimos cuenta de entrada, porque nos concentramos primero más en la música que en la letra. Pero, luego, hablando un poco más, descubrimos que era una canción muy personal para él”, revela Colburn.

También es el álbum que, tras media década, los volverá a reunir con el público argentino, cuando se presenten el próximo martes 20 de octubre en el Gran Rex. “El show será muy equilibrado: vamos a tocar las canciones conocidas y unas cuatro o cinco de las nuevas —adelanta—. Buenos Aires es una ciudad maravillosa, una locura. Me encantó la arquitectura, las calles me parecieron fantásticas y quiero conocer más”.

Luego de su estadía porteña, Belle and Sebastian pasará por Chile y Perú, antes de terminar la gira con otro paso por Europa y, quizás, encarar 2016 con un nuevo disco. “Esperamos que sí. El año que viene nos vamos a juntar a ver qué nos sale desde el punto de vista creativo”, dice el hombre que marca el ritmo de esta banda que, lejos de motes y asociaciones culturales, tiene su propia y muy acertada definición en el UrbanDictionary: “Casi literalmente, la mejor cosa que ha salido de Escocia desde [la serie de TV] Balamory. Un grupo que es inteligente y entretenido (lo cual no ocurre a menudo)”. 



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lunes, 12 de octubre de 2015

Entrevista a Vive la Fête: se viene la fiesta

De Bélgica a las pasarelas de Chanel, hablamos con el dúo electrónico antes de su primera visita a Buenos Aires.



Se va terminando el año en que hubo una pequeña invasión belga de los escenarios locales. A las recientes visitas de dEUS y Front 242, ahora se suma la llegada de Vive la Fête, el dúo oriundo de Ghent que se presentará el próximo lunes 19 de octubre en Niceto Club.

La banda se formó en 1997, cuando el guitarrista Danny Mommens (que todavía tocaba el bajo en dEUS) conoció a la vocalista Els Pynoo en una fiesta. Al poco tiempo, ya estaban grabando sus primeros demos y, en 2000, editaron su debut Attaque Surprise. Su mezcla de chanson con sintetizadores vintage, fashionismo new wave y humor punky rápidamente les hizo ganar un espacio en la escena electroclash de entonces. Pero la fama vendría cuando el famoso diseñador Karl Lagerfeld  los convirtió en su accesorio de moda favorito.

“Nos descubrió Michel Gaubert, el encargado de la música de todos los desfiles de Chanel alrededor del mundo —cuenta Mommens a Generación B—. Él nos puso en contacto con Karl, quien días más tarde nos convocó para posar en una sesión de fotos que estaba haciendo. Luego, nos invitó a tocar en la pasarela de la marca en París, Tokio, Nueva York, Las Vegas y Berlín. También tocamos en su casa, y nos llevó a Mónaco para dar un concierto para la familia real. La pasamos de maravillas, y es una gran persona: lo adoramos”.

Así, el dúo se sumó a la larga tradición que vincula la música electrónica con el universo de la alta costura. “No sé por qué se da eso: creo que es un género que encaja. Le da una dimensión extra a un desfile porque es cool. Una banda de rock llamaría mucho la atención, mientras que la electrónica es más modesta y menos intrusiva. Es algo que podés agregar sin que te des cuenta, como la música de películas”, opina Pynoo que, además de esta experiencia en la pasarela, también pasó por el cine en 2010 como protagonista del cortometraje TATA.

“Fue una gran experiencia, pero no creo ser una gran actriz. Solo puedo hacer de otra persona si reconozco algo de mí en ella. Y descubrí que es algo que parece fácil, pero es muy complicado. ¡Prefiero ser yo al ciento por ciento sobre el escenario! No tengo planes de volver a actuar, pero nunca digas nunca”, bromea la blonda cantante.

El dúo llegará a Buenos Aires para presentar su último álbum, titulado (y lanzado en) 2013, que los reencuentra con el sonido más electro y minimalista de sus comienzos. “Teníamos ganas de hacer eso en ese momento. Ya nos había pasado de estar buscando de manera muy ardua algo nuevo, pero en 2013 queríamos tener un sonido más simple, vacío y puro como el que teníamos al principio. Y se sintió muy bien trabajar de esa manera otra vez”, opina el violero.

La banda ya se encuentra componiendo nuevo material (“ya tenemos unas cinco canciones,  con los típicos ingredientes y la energía de Vive la Fête”, promete Pynoo) y ansiosa por su primer show en el país. “No sabemos mucho de la Argentina actual. Obvio conocemos la historia de Che Guevara, a Maradona y a Messi —dice Mommens—. Estuve leyendo sobre Buenos Aires para tener una idea de dónde vamos y tengo ganas de ver, oler y saborear la ciudad. El show va a ser poderoso, con los clásicos de la banda. Es importante que la gente conozca las canciones, así las puede cantar y ¡hacer una gran fiesta!”.






viernes, 2 de octubre de 2015

Vuelve Psi, en la cabeza de la metrópolis

La serie brasilera de HBO regresa con una segunda temporada más fuerte: violencia de género, sadomasoquismo, acoso infantil y exorcismo en la gran urbe de San Pablo.



Con In Treatment, Lie to Me, Criminal Minds y hasta Hannibal, los retorcidos vericuetos de la mente han copado la televisión. Pero pocas series han abordado las problemáticas psicológicas de la vida urbana moderna como Psi, la producción original de HBO Latin America que este domingo a las 22 estrenará su segunda temporada.

Situada en San Pablo, Brasil, Psi presenta la historia de Carlo Antonini, médico psiquiatra, doctor en psicología clínica y psicólogo que se involucra de forma muy personal en complejos casos de transexualidad, pedofilia, autismo, maltrato infantil, eutanasia y hasta vampirismo. Sin tapujos ni golpes bajos, la serie evita caer en prejuicios y solemnidades, cuenta con una notable factura técnica y dramática y hasta sabe encontrar el humor porque, como a sus guionistas les gusta repetir, «lo normal no es ser normal».

En su segundo año, el ciclo promete profundizar la propuesta con diez episodios en los que se abordará cuestiones como la prostitución entre adolescentes, el sadomasoquismo y hasta el exorcismo. «Creo que va a ser más oscura que la anterior, porque ese es el objetivo de la serie: traer temas fuertes a la discusión. Hay muchas personas que no tienen idea de que estas cosas pasan y otros saben que ocurren, pero pocos hablan de eso», dice Alex Gabassi, uno de sus directores.
En esta temporada, Carlo se reencontrará con su entusiasmo por la profesión y el deseo de ser terapeuta y, luego de vivir un año en Italia, regresa a Brasil para ser el coordinador de una ONG orientada al cuidado de víctimas de violencia doméstica, el tema que trata el crudo capítulo que abre el ciclo 2015.

Muchas de las historias de Psi están inspiradas en las vivencias de Contardo Calligaris, creador y director general de la serie,  quien es un versado psicoanalista de origen italiano que desarrolló su carrera en las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos hasta que se radicó en Brasil. Esa experiencia internacional y multilingüe le ha permitido imprimirle a la ficción una mirada universal de los problemas, lejos de la localía paulista. «La serie se sitúa en San Pablo, pero podría ser en el DF de México o cualquier otra megalópolis. Para mí, lo importante es que la escena terapéutica se dé en la gran ciudad, en algo que es más grande que uno», explica.

Sobre los traumas de la vida moderna y cómo los plantea su serie, Calligaris dice que «lo más preciado para un terapeuta es mantener la capacidad de asombrarse con lo más común y, a la vez, encontrar que lo más extraordinario es absolutamente banal. Por ejemplo, me acuerdo de un paciente coprófago, que vagó de psicólogo en psicólogo durante un buen tiempo porque escandalizaba a todo el mundo. Cuando vino a verme en París y me contó que comía sus propios excrementos, yo le dije: “Bueno, ¿y qué más?”. Eso hizo que pudiera abrirse, hablar y quedarse conmigo».

Carlo, el protagonista, es en cierta forma su alter ego, aunque él prefiera tomar cierta distancia del estilo del personaje: curioso, hipercrítico y muy intervencionista en la realidad de sus pacientes y de su círculo social. «No tengo claro si uno debe meterse en la vida de los pacientes de la misma manera. Pero es algo que aprendí muy temprano. Cuando era un joven psicoanalista en Francia, estaba muy angustiado porque una paciente amenazaba con realizar un suicidio colectivo. Fui a hablar con mi supervisor, y él me dijo: “Si está preocupado, vaya a verla”. Y fui, en el momento previsto en que ella iba a matarse junto a su familia. Ese es un tipo de intervención que Carlo haría».
«Es una característica del personaje, pero también una cualidad dramática, que funciona muy bien en la serie —acota Tata Amaral, una de sus directoras—. No espera que las situaciones vengan hasta él, sino que es un tipo que se mezcla con la vida, que busca las aventuras».
  
Emílio de Mello, quien compone a Carlo en pantalla, reconoce que la base de la preparación del personaje es el contacto directo con Calligaris. «Contardo nos da toda la referencia clínica; su conocimiento es fundamental. Mi relación con él es tan intensa que me he sorprendido a mí mismo, en mesas con amigos, viendo y pensando como psicoanalista», afirma.

El actor confesó que varias historias de la serie lo emocionaron. «El capítulo sobre una nena abusada por sus padres me tocó profundamente. Y el del exorcismo también, por su abordaje poco convencional». ¿Cómo hace para desligarse de los temas tan conflictivos de su personaje al final de la grabación? «De la misma manera que un periodista —retruca—. ¿Cómo hacen ustedes para hablar o escribir sobre el niño sirio encontrado muerto en la playa y, después, ir para sus casas y seguir la vida? ¿Cómo lo digieren?».

La respuesta, quizás, esté en hacer terapia. «Contardo siempre nos dice que los problemas no se curan. La psiquiatría sirve para ayudar a vivir con tus propios demonios», aporta el director Rodrigo Meirelles. Y Calligaris completa: «Cesare Pavese, un escritor italiano que detestaba a Freud, decía que el psicoanálisis era una disculpa para los asesinos. Decir que, como me pasó tal cosa en la infancia, entonces puedo matar. Pero en su diario, Trabajar cansa, él admitía: El psicoanálisis enriquece la vida».




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jueves, 1 de octubre de 2015

Entrevista a Mercury Rev: hacia la luz

Jonathan Donahue, vocalista de la banda, habla del nuevo álbum y de cómo franquear la oscuridad guiado por la amistad.



Pocas bandas han atravesado una metamorfosis tan pronunciada como la de Mercury Rev. De la neopsicodelia noise de sus orígenes a la fantasía ornamentada de sus obras recientes, pasando por la salida de su cantante original, Dave Baker, y una decena de cambios en la formación. Pero algo se ha mantenido inalterable a lo largo de esos 25 años de carrera: la amistad entre Jonathan Donahue y Sean “Grasshoper” Mackowiak, el núcleo creativo del grupo surgido en Nueva York. “Es una gema preciosa, una relación a largo plazo, y todos nos esforzamos mucho para mantenerla —dice Donahue, muy animado al teléfono con Generación B—. Todo el mundo sabe que estar en esto y mantener un afecto durante tres décadas es muy difícil”.

En los últimos años, la dupla pasó por situaciones amargas y dulces (Grasshoper, por ejemplo, fue papá). “Es como si fuéramos planetas extraños que completan una órbita cada siete años, y estas canciones son parte de la música que hicimos durante ese período —cuenta el vocalista—. Estuvimos increíblemente ocupados y atravesamos momentos muy extraños en lo personal. Y todo eso se canalizó en el nuevo disco”.

En The Light in You, su octavo álbum que acaba de editarse, se alejan de la impronta electrónica de Snowflake Midnight (2008) y retornan al pop orquestal de sus trabajos más celebrados, como Deserter's Songs (1998) y All is Dream (2001), con melodías cenicientas de amor y resiliencia. “Creo que el disco en general, en especial líricamente, tiene que ver con encontrar el camino para salir adelante mediante esa pequeña luz que se enciende dentro de nosotros en las situaciones difíciles”, explica.   

Dijiste que pasaron por “esas etapas de la vida en las que todo lo que creías que era sólido se derrite”. ¿A qué te referías?
Todos atravesamos alguna vez por estos períodos raros, especialmente al crecer, cuando tenemos dudas, no hay nadie alrededor y enfrentamos muchos cambios en las relaciones. Todos pasamos por momentos locos y oscuros.  Fue uno de esos períodos, tanto para mí como para Grasshopper, simultáneamente. Así que hubo momentos en los que vivimos cosas increíblemente buenas los dos y otros que fueron muy negros, melancólicos y tristes. Y la música es lo que realmente nos sacó de eso y nos ayudó a aferrarnos a algo que es tan importante para nosotros y tan vital para nuestra amistad.

The Light in You suena más optimista y esperanzador que trabajos anteriores. ¿Te estás vinculando con el lado más positivo de tus experiencias a la hora de inspirarte y componer?
Sí, creo que estamos conectados con lo que sucede dentro de todos nosotros. Y cuando las cosas se ponen duras, no sabés hacia dónde ir: todo a tu alrededor es tan incierto y todo lo que pensabas que era sólido y fuerte se disuelve en algo casi invisible. Pero un faro se enciende en mi interior —y quizás también dentro de Grasshopper— y empieza a mostrarme el camino para salir de esta oscuridad. Y lo loco es que esa luz no podés prenderla vos: se enciende sola. No podés identificar dónde está ni cuándo va a aparecer. Simplemente, aparece por su propia naturaleza en el momento en que más la necesitás. Es un fenómeno hermosísimo, pero también es escalofriante cuando te encontrás solo sin ningún punto de referencia, profundamente sumido en la incertidumbre.

Grasshoper dijo que revisitar los temas de Deserter’s Songs los ayudó a ver dónde habían estado y hacía dónde estaban yendo. ¿Ven una relación entre el nuevo álbum con aquel?
Sí, lo siento más cercano a Deserter's Songs que a Snowflake Midnight. Hay más trabajo orquestal en el disco nuevo, y nos encanta ese costado de Mercury Rev: su lado más Disney y romántico. Es algo que aceptamos, que no podríamos dejar de hacer aunque lo intentáramos: lo tenemos muy incorporado. Hay un hilo conductor que atraviesa toda nuestra carrera, pero especialmente en Deserter's Songs , All Is Dream y The Light in You, que tienen ese lado fantasioso que tanto nos gusta.

Este es el primer disco sin la producción de Dave Fridman. ¿Por qué?
No hubo ninguna razón más que problemas de agenda. Fue muy extraño trabajar sin él, porque estuvo con nosotros desde el principio, casi 30 años.

Es el tiempo que llevamos esperándolos en Argentina…
¡Sí, ja, ja! Esta vez estamos tratando muy en serio de ir para Sudamérica, y todo lo que vos y tus lectores puedan hacer para correr la voz de que realmente queremos ir estaría genial. Sería maravilloso finalmente poder tocar allá.
   
Deberías hablar con tu amigo Wayne Coyne (The Flaming Lips), que anduvo por Buenos Aires hace cuatro años y la pasó genial…
¡Sí! A todos los que conocemos que estuvieron por allá les encantó. Y también hay algunos artistas sudamericanos y argentinos, como Juana Molina, que están rompiendo los límites en forma increíble.

¿Qué relación tenés con Wayne en la actualidad?
Muy buena. Nos vemos cada vez que podemos.

La banda está cumpliendo 25 años de trayectoria. Cuando repasás todo el viaje del grupo, todos los cambios, ¿qué ves?
Veo una gran amistad que atravesó períodos intensos. Lleva trabajo hacer que siga siendo vital, que crezca, que haya entusiasmo. Sé que para muchos esto es una banda, pero para mí es una amistad.