Charla exclusiva con
el hijo de Mick y protagonista de Vinyl,
la nueva serie de HBO.
“¿De Argentina? Justo
intercambiamos mails con mi viejo y me contó que la está pasando genial allá”.
Mientras Mick Jagger paseaba por Palermo y revolucionaba el país, su hijo James
está del otro lado del mundo y del teléfono, trabajando para Vinyl, la nueva serie que lo tiene como
una de sus estrellas.
La apuesta de HBO se interna en el mundo de la música
de los años 70 desde la historia de Richie Finestra (un genial Bobby
Cannavale), presidente de una discográfica a la que intenta salvar de la ruina mientras
debe lidiar con sus demonios personales, los excesos del rock y un crimen que
pondrá en riesgo todo. La serie fue creada y producida por Mick Jagger, Terence
Winter y Martin Scorsese, quien dirigió un primer episodio doble que, más que
piloto, resulta una desaforada película sobre la locura, la codicia y la
corrupción del musicbiz.
“Vinyl trata sobre la maquinaria de la
industria musical, y se ubica en una época muy interesante en materia cultural
en Nueva York, que marcó un cambio de paradigma — explica James—. Reinaba el
sentimiento de que estabas empezando algo nuevo con todos esos artistas y
estilos que salían del underground. No conozco otro tiempo en el que hayan
pasado, en términos de música popular, tantas cosas, tantos géneros, todo en un
mismo lugar”. El actor interpreta a Kip Stevens, el reventado líder de los proto-punks
Nasty Bits, banda que podría significar una salvación para el alicaído sello de
Finestra, quien está en la búsqueda casi existencial de un nuevo sonido (y una
nueva vida).
¿Recibió
James algún consejo de papá, estrella indiscutida de aquellos inspirados y agitados
años? “Sí, me ayudó a hacerme una idea de cómo era Nueva York en 1973, lo
interesante que era y por qué. A él le encanta la historia y contribuyó con
muchas cosas para mi personaje”, respondió. El parecido con su majestad
satánica sorprende y más de uno va a creer haber visto a un joven Mick en algunas
escenas, como si se hubiera escapado ayer de sus películas de los 70, Performance o Ned Kelly.
Sin
embargo, el apellido Jagger tiene un peso y James no niega que su inclusión en el elenco trajo
comentarios y miradas maliciosas al ser su padre el productor de la serie. “Seguro
que despertó algunas suspicacias, pero yo audicioné como cualquier otro —se
defiende—. Me grabé en Londres haciendo
algunas escenas del programa y lo mandé. Después, tuve que ir a Nueva York a
reunirme con la directora de casting, para hacer una prueba ahí. Un tiempo
después me llamaron para avisarme que estaba dentro. En última instancia, creo
que si hubiera sido malo no habría conseguido el papel”.
James tiene pasta de rockstar. Lidera una banda, Turbogeist,
aunque parece estar en un parate indefinido (“ya no estamos tocando, así que
veremos… Yo escribiendo algunas canciones por mi cuenta con un amigo”, dice), y
ya interpretó a un músico en la película sobre Ian Dury Sex & Drugs & Rock
& Roll (2010). “Siempre
me gustó el cine. Desde chico que quise estar metido en algún aspecto de eso.
Pero la actuación no me pareció una opción hasta que cumplí los 16 o 17”,
revela.
Vinyl representa
su debut en la televisión y un salto a los primeros planos de la mano de quien
es, ni más ni menos, uno de los directores más importantes de la historia. “Martin
Scorsese está lleno de energía. Es contagioso, tiene tanto entusiasmo por lo
que hace. No podés evitar quedar impresionado con que un hombre de su edad
tenga tanta pasión —cuenta, con admiración y mucha incredulidad por lo que está
viviendo—. Todo esto es muy surrealista:
es lo primero que se me viene a la cabeza para decir. A veces, me tuve que
pellizcar, porque no lo puedo creer”.
Warner Music confirmó a Generación B que traerá títulos de
más de 30 artistas internacionales, desde clásicos hasta últimos lanzamientos. “El
tema de los vinilos estuvo atado, al menos hasta ahora, a los vaivenes de la
importación. Hoy, el panorama es que pudimos ingresar 20.000 unidades, la
mayoría en vinilo — explica Juan Cibeira, responsable de Promoción del sello—. Estamos
completando la edición de ciertos artistas que estuvieron demorados, como por
ejemplo los álbumes de Led Zeppelin Presence,
In Through The Out Door y Coda. También estará disponible Phil
Collins, con la serie de relanzamientos de su discografía solista remezclada,
que incluye Face Value, Both Sides y Take A Look At Me Now Collector’s Edition, que es un mix de los dos
discos en un box con tres vinilos”.
Además, vendrá lo último de Coldplay (A Head Full of Dreams), Iron Maiden (The Book of Souls) y Enya (Dark
Sky Island), en diferentes ediciones. El listado también menciona joyas del
catálogo de Warner como Space Oddity,
de David Bowie; Blue Valentine, de
Tom Waits; y los debuts de Eagles y The Doors, además de trabajos de Foals (Holy Fire); Royal Blood (idem); Air (Moon Safari); Green Day (Insomniac) y Bruno Mars (Unothodox Jukebox). También habrá
algunos must para los ochenteros,
como Scoundrel Days, de A-ha; 1987, de Whitesnake; Private Dancer, de Tina Turner y Hatful of Hollow; de los Smiths.
“El vinilo es un mercado muy interesante que, sin ser tan
masivo, está creciendo a partir de la importación regular, aunque todavía no
hay una oferta normal de las nuevas bandejas tocadiscos, que también atraviesan
las mismas restricciones a la importación —cuenta Cibeira—. En Chile, la
importación abierta de estos reproductores, con modelos nuevos a precios
accesibles, brindó un gran impulso al consumo de vinilos”.
Por su parte, Universal hará lo suyo con su inventario de
pesos pesados. Si bien no hay información oficial, fuentes vinculadas a la
discográfica dijeron que ya arribaron al país más de 15.000 unidades de grandes
títulos, entre ellos diversos álbumes de The Beatles, The Rolling Stones, Queen
y Bob Marley, que “estarán a la venta el mes que viene”. Se rumorea que la
empresa planea un evento presentación, similar al “Día de los vinilos” que
organizó su competidora Sony Music el año pasado por la reedición de algunos emblemáticos
del rock argentino en ese formato.
Además, la
recuperación del catálogo del histórico sello Music Hall permitirá que más
obras nacionales vean su versión en 12 pulgadas. Por lo pronto, La biblia, mítico trabajo de Vox Dei, resurgirá
en edición doble, como la original de 1971. También se lanzarán los dos
primeros discos de Serú Girán y el célebre Rockas
vivas de Miguel Mateos/ZAS, que alguna vez fue el álbum más vendido del
rock local. ¿Podrá la vuelta del vinilo revivir ese éxito?
Los
títulos se sumarán a ediciones puntuales, como la que Babasónicos hizo días
atrás de Vedette, su compilado de lados
B del álbum Babasónica, en una
edición de vinilo de 180 gramos transparente. Habrá que ir preparando la billetera.
Grupo Laser Disc comenzará
a producir unas 40.000 unidades mensuales hacia comienzos de abril. Según la
empresa, invirtió “cerca de un millón de dólares”.
Pronto volverán los vinilos industria argentina o, mejor
dicho, “Made in Mataderos”. Grupo Laser Disc, replicadora de CD y DVD ubicada
en ese barrio porteño, confirmó en exclusiva a Generación B que comenzará a fabricar discos en el país.
La compañía incorporó dos prensas (y piensa sumar otro par),
que le permitirán tener una capacidad de producción de 40.000 unidades por mes.
“La intención la tuvimos desde hace unos años, lo que pasa es que había que
concretarla. Hubo problemas y dudas, además de una larga lucha para conseguir
las máquinas, pero ya estamos en el tramo final de la terminación de la
fábrica”, aseguró Nicolás Muscó, gerente comercial de la firma. “Calculamos
empezar en un mes y medio, entre finales de marzo y principios de abril. Esa es
la idea, pero a veces surgen contingencias. Aunque no debería haberlas, porque
esto es más sencillo que hacer un CD. Es mecánico”.
En ese sentido, el ejecutivo explicó el procedimiento de manufactura
que realizarán. “Acá nos traen el archivo de audio en WAV de 24 bits y hacemos
el tradicional corte de acetato, aunque ya no es más acetato, sino que se
emplea una plancha de PVC laqueada, donde se transfiere el contenido musical.
De ahí, pasa a un área de procesos químicos para lograr dos matrices de metal,
una por cada lado del disco. Esas matrices se colocan en la prensa y, luego de
disolver el PVC (que viene ya en negro u otro color), se colocan las etiquetas
y sale el disco terminado. Después, obviamente, se controla la calidad de cada
partida. Trabajamos con norma ISO 9000 y estamos asociados internacionalmente a
CDSA (Content Delivery & Security Association), que nos autoriza a
controlar la propiedad intelectual. En otros lados hay fabriquitas de CD y
vinilos que te hacen compilados de lo que vos quieras, pero no pagan ningún
derecho”.
La empresa está en el proceso de pruebas y ajustes, y
todavía no se sabe que títulos o qué discográfica debutarán con la pasta negra
nacional. Por lo pronto, se estima que los tres grandes sellos presentes en el
país serán sus primeros clientes. “Ya Sony y Warner me prometieron empezar,
primero, a hacer los títulos locales, y luego lo importado. Nos falta
Universal, que creo que lo va a hacer también porque, si no, no va a poder
competir —reveló Muscó—. La ventaja que tenemos con respecto al extranjero no
es precisamente el precio, sino la velocidad por hacer todo el proceso en la
Argentina”. Consultado por si la elaboración local repercutiría en una baja en
los importes, el directivo sonrió: “Y… vamos a ver cómo sigue esto”.
De esta manera, la Argentina se sumaría pronto como uno de
los pocos lugares del mundo donde existen plantas de vinilo, que cada vez dan
menos abasto para atender la creciente demanda por el revival del formato. “La idea es apostar por algo que sorprendió.
Empezó a moverse hace cinco años, y nadie pensó que iba a pegar tanto”, afirmó
el directivo, que no descarta producir para la exportación: “Por eso, las dos
prensas más. Para Chile vamos a hacer seguro. Brasil es más difícil, porque ahí
ya hay dos plantas, una en Río de Janeiro y otra en San Pablo”.
Muscó
estimó la inversión en “cerca del millón de dólares. Esta es la única empresa
que tiene perspectiva para la industria, que está pensando en el mañana y no en
que esto se muere: al revés, le estamos buscando la vuelta”.
La nueva serie de HBO
es un retrato salvaje de la industria, donde la música es la verdadera
protagonista. CUIDADO: spoilers al mango.
Vinyl, la nueva
serie de HBO creada por Mick Jagger y Martin Scorsese, comenzó con un error
histórico: los New York Dolls no derrumbaron el Mercer Arts Center, tal como se
muestra. No fue una noche de estruendosas guitarras de Johnny Thunders y toneladas
de maquillaje de David Johansen la que tumbó aquel célebre antro del underground de la Gran Manzana, que se
vino abajo solito
una tarde de agosto de 1973 por el peso de su propia decadencia. Pero hay que
entender algo, puristas del rock: todo buen relato (o, mejor dicho, todo buen
relato de Scorsese) tiene algo de verdad, mucho de fantasía y una
exageración del tamaño del Madison Square Garden.
Como suele hacer, “Marty” amolda a piacere el rigor histórico para dar forma ahora a un retrato orgiástico,
desaforado y frenético de la industria musical de los primeros años 70, en una
Nueva York acelerada en cocaína, brotada por grafitis y con los primeros
síntomas de punk, glam, hip hop y disco a flor de piel. Así, citas verídicas,
guiños de complicidad y caracterizaciones de personalidades reales, como Robert
Plant, Peter Grant, Lou Reed, Andy Warhol, más varios cameos famosos que ya
iremos viendo aparecer, se mezclan con brillantes personajes de la ficción como
Richie Finestra (un bestial Bobby Cannavale), eje de todo este relato salvaje.
Finestra nunca existió, aunque algunos juran que se parece a
Walter Yetnikoff (presidente de CBS Records por aquellos tiempos), mientras que
otros lo equiparan con Marty Thau (famoso empresario y productor que fuera representante
de los Dolls). Es como El Lobo de Wall
Street, pero del musicbiz: un
tipo con “oído de oro, lengua de plata y bolas de acero” que amasó fortuna e
hizo de su sello, el también ¿ficticio? American Century Records, un pequeño
imperio bajo prácticas matonas: cagó a artistas, fraguó contratos, transó con mafiosos
y se esnifó todo rastro de moralidad que pudiera conservar de sus épocas de bartender.
Tiene como socios a dos malandras: un jefe de ventas (J.C.
MacKenzie) capaz de fondear en la bahía las copias de los vinilos que las
disquerías no venden para evitar pagarles reembolsos, y un responsable de
promoción (Ray Romano) que actúa como “director de sobornos”, dedicado a repartir
guita y coca a musicalizadores corruptos para garantizar la difusión de sus
artistas. “¿O acaso creías que las canciones suenan en la radio porque son
buenas?”, remata en off. Ahora, su
empresa se está desangrando en deudas y el capo, junto a sus buenos muchachos, no tiene miramientos
en dibujar el balance y un contrato con Led Zeppelin para tratar de vendérsela
a los desprevenidos alemanes de PolyGram.
Finestra desea salvar la compañía y hasta quiere otra vida,
ser un hombre nuevo y no este Frankenstein de pantalones acampanados en el que
se convirtió. Pero no puede escapar del reventado y demencial hábitat del que
forma parte, que despierta sus peores demonios y en el que todos, todos, desde
los músicos y DJ hasta los representantes de A&R, pasando por la secretaria,
son adictos. Nadie se re(s)cata y, encima, un muerto viene a complicarle la resurrección.
Hasta que una epifanía se le viene, literalmente, a la cabeza.
“Es más sobre Scorsese que sobre el negocio de la música que
conozco y conocí. Es Goodfellas con
música”, define Dan Beck, exdirectivo de Epic Records y uno de los tantos
empresarios que no están felices con cómo el directorlos dejó pintados, en una nota de Billboard de Estados Unidos. Jerry Greenberg, nombrado presidente
de Atlantic en 1974, lo secunda: “Como alguien que estuvo ahí en aquellos días,
esto fue hecho obviamente para la televisión. No recuerdo ninguna disquera que
fuera así”.
¿Cuánto es realidad y cuánto es invento? ¡Todo es
entretenimiento! Y la verdadera protagonista es la música. El soundtrack de Vinyl (que Warner acaba felizmente de editar en nuestro país) es la
amalgama para este mashup de
desmesura. Originales históricos de Ottis Reading, Edgar Winter y Jimmy Castor se
mezclan con covers clásicos de Dee
Dee Warwick (“Suspicious Minds”) y Foghat (“I Just Want to Make Love to You”),
pero también con nuevas reinterpretaciones y composiciones exclusivas. David
Johansen regrabó algunos de sus temas de los Dolls, mientras que el vocalista de
Vintage Trouble, Ty Taylor, retropropulsa el divertido “Cha Cha Twist”. Y Mick
Jagger hace pareja con su hijo James (que actúa en la serie como líder de los
proto-punks Nasty Bits) para firmar “Rotten Apple”.
La música tiene un rol tan estelar en Vinyl que, los viernes de cada semana, en Estados Unidos se editará
un EP digital con nuevos tracks, a
modo de anticipo de los capítulos que se emiten el domingo. El último incluye a
Julian Casablancas con su
versión de “Run Run Run”, de The Velvet Underground. Y a mediados de abril,
para el final de los diez episodios que componen esta primera temporada, se
lanzará un segundo volumen de la banda sonora.
¿Habra second season? Obvio, eso ya
está arreglado. Martin Scorsese compró a todos desde la primera escena y ahora
nosotros, también, no podemos escapar de esta adicción. Bienvenidos a la
máquina.
No solo
Kanye West rebautiza sus discos. Acá, una lista de otras obras con problemas
de identidad.
The
Beach Boys - Pet Sounds (1966)
Por esas misteriosas razones
del marketing en Oceanía, el disco
ícono de los muchachos de la playa se conoció en Australia como The Fabulous Beach Boys y tuvo una
portada diferente. Lanzamientos posteriores se pusieron a tono con el mundo.
The Beatles – «The White Album» (1968)
Ya todos sabemos que «El álbum blanco» no es más que el
nombre popular para referirse al autotitulado trabajo doble de los chicos de
Liverpool. Pero no muchos conocen que, en realidad, iba a llamarse A Doll’s House, título de una obra de Henrik Ibsen. El artista John Byrne (alias
«Patrick») llegó a diseñar una portada acorde (que recién apareció en 1980,
como tapa del compiladoThe Beatle’s Ballads). Pero la banda
descartó el nombre cuando Family, un grupo de rock progresivo británico, editó Music
in a Doll's Houseapenas unos meses antes.
The Who - Tommy(1969)
La ópera rock de los
británicos cuenta la historia de un niño que es sordo, tonto y ciego, y así se
iba a titular: Deaf, Dumb and Blind Boy.
Hasta que Pete Townshend y compañía prefirieron algo, digamos, menos «literal».
The Rolling Stones – Let it Bleed (1969)
Sus majestades satánicas querían
que el sucesor de Beggars Banquet setitulara Automatic Changer. Incluso Keith Richards llamó a su amigo el
artista Robert Brownjohn (que diseñó las secuencias de apertura de
varios filmes de James Bond) para que elaborase una portada en sintonía. Luego, los Stones descartaron el título, pero
mantuvieron la famosa tapa que hoy es
parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
The
Beatles - Let It Be (1970)
El lanzamiento final de John,
Paul, George y Ringo se grabó antes que Abbey
Road (que, vale mencionar, alguna vez tuvo el working title de Everest)
bajo el nombre de Get Back. En 2003,
Paul McCartney, que siempre estuvo disgustado con la producción que Phil
Spector hizo del álbum, se deshizo de muchos de sus arreglos y lanzó una
versión con nuevo nombre: Let It Be…
Naked.
Led Zeppelin - Presence
(1976)
Acaso el álbum más
subvalorado de Led Zeppelin, registra uno de los períodos más difíciles de la
banda, con Robert Plant recuperándose de un accidente automovilístico. No tuvo
título hasta el día final de la grabación, víspera de acción de gracia, cuando
Jimmy Page sugirió que lo iban a bautizar Thanksgiving.
El estudio Hipgnosis ideó un arte de tapa con fotos de personas interactuando con
un objeto en forma de obelisco. «El diseñador dijo que, cuando pensaba en el
grupo, siempre pensaba en poder y fuerza. Que había una presencia ahí. Eso fue
todo. Él quería llamarlo Obelisk.
Pero, para mí, era más importante lo que había detrás del obelisco. La tapa es
una broma, para ser honesto. Una suerte de cargada al film 2001. Creo que es divertida», explicó Page años más tarde.
Fleetwood Mac - Rumours(1977)
Uno de los discos récord de
la historia de la música fue concebido en medio de un verdadero despelote
emocional: John y Christine McVie se habían divorciado, los recién llegados Lindsey
Buckingham y Stevie Nicks se amaban y odiaban con la misma intensidad, y Mick
Fleetwood descubrió que Jenny Boyd, esposa y madre de sus hijos, lo engañaba
con su mejor amigo (algo para lo que encontró consuelo en la cama de Nicks,
como para echar nafta al fuego). El disco se iba a llamar Yesterday’s Gone (línea extraída de la canción «Don’t Stop»), lo
cual no hubiera estado nada mal, aunque Rumours
suena, por lejos, mucho más apropiado y descriptivo del momento de la banda.
Talking Heads - Remain In Light (1980)
David Byrne y compañía
grabaron este clásico con Melody Attack
en la cabeza, título sacado de un videojuego japonés homónimo. El nombre inspiró
la tapa original del álbum, en la que se ve una formación de aviones militares
pixelados por computadora, la que luego, al cambiarse el título, se transformó
en la contraportada que hoy conocemos.
Morrissey - Viva
Hate (1988)
El debut en solitario de Moz iba
a llamarse Education in Reverse.
Incluso, en Australia llegaron a editar con ese título las primeras copias (que
hoy cotizan en alza en eBay). Otro dato curioso: el álbum incluye la polémica
canción «Margaret on the Guillotine» (en la que se sueña con la muerte
de Thatcher), que iba a ser el nombre original del álbum de The Smiths The Queen is Dead.
Soda Stereo – Canción
animal (1990)
¿A cuántos millones de años
luz hubiera estado el visceral éxito de este álbum si el trío decidía conservar
su título original, Tensión e integridad?
U2 - Achtung Baby (1991)
¿Se imaginan a esta verdadera
obra maestra titulada Adam, 69, Man
o Cruise Down on Main Street? Esos
fueron algunos de los títulos que Bono y sus amigos barajaron antes decidirse
por Achtung Baby, una frase que solía
decirles durante las grabaciones el ingeniero de sonido Joe O'Herlihy, y
que se menciona en la canción «To Be or Not to Be (The Hitler Rap)», parte de la banda sonora del film
homónimo de Mel Brooks de 1983.
Nirvana - In Utero(1993)
Kurt Cobain quería ponerle al
tercer (y último) álbum de estudio del trío grunge I Hate Myself And I Want To Die, título de una canción que,
después, no fue incluida en el disco. Parece que Krist Novoselic lo convenció
de que era un poquito zarpado y que podían llegar a tener que darle muchas
explicaciones a un juez si algún fan con los cables cruzados se lo tomaba de
forma muy literal.
Wilco - Yankee
Hotel Foxtrot (2001)
Esta joyita de la banda de
Chicago tenía como título provisorio Here
Comes Everybody, hasta que el vocalista Jeff Tweedy escuchó The Conet Project, un box de discos con grabaciones de
misteriosas estaciones de radio de onda corta. Uno de los tracks es el audio de una mujer repitiendo las palabras «Yankee,
Hotel, Foxtrot» (alfabeto fonético de la OTAN para las letras Y, H y F). La
banda decidió renombrar así su trabajo y hasta incluyó clips de estas grabaciones en el disco, lo cual no terminó bien, ya
que recibieron una demanda por violación del copyright.
Radiohead - Hail
To The Thief (2003)
Los británicos consideraron bautizar
su sexto trabajo como The Gloaming.
También pensaron en Snakes and
Ladders, Little Man Being Erased
y The Boney King of Nowhere (que,
si agarran el álbum, verán que quedaron como subtítulos de las canciones «Sit
Down. Stand Up», «Go To Sleep» y «There There», respectivamente). Hail to the Thief juega con «Hail to the
Chief», título del himno presidencial de los Estados Unidos, en alusión a que «el
país más poderoso del mundo es gobernado por alguien que se robó una elección»,
según definió Thom Yorke en referencia a George W. Bush en una entrevista.
Kanye West – The Life of Pablo (2016) Hablemos
de crisis de identidad: el flamante trabajo del señor Kardashian tuvo al menos
¡cuatro! títulos cuasi oficiales. Primero, dijo que se iba a llamar So Help Me God, después Swish, más tarde Waves, hasta que finalmente se decidió (por ahora, nunca se sabe).
El músico ya había dado muestras de su volatilidad en 2010, cuando su disco My Beautiful Dark Twisted Fantasy fue
anunciado durante mucho tiempo como Good
Ass Job.
Hablamos con el dúo español antes de su show en Buenos Aires.
Dicen ser “absolutamente mainstream”, tienen uno de los discos
más exitosos de la historia del rock español (Estrella de mar, de 2002) y compartieron escenarios con notables figuras,
como Moby, Lenny Kravitz, Annie Lennox
y Queen. Sin embargo, Eva Amaral y Juan Aguirre son dos “indies” en esencia: desde cuando se
conocieron en el fondo de un bar de Zaragoza a principios de los 90 y comenzaron
a componer juntos, hasta cuando tocaban el cielo arriba de hits siderales como “Te
necesito” y “Sin ti no soy nada”.
El dúo encontró una
particular forma para llegar a las masas bajo sus propios métodos y recursos y,
desde 2011, con el lanzamiento de Hacia
lo salvaje, tiene su propio sello. “Somos una banda
libre y libertaria en su forma de funcionar”, explican desde España en diálogo
con Generación B. “Para nosotros, la
autogestión ha sido siempre básica a la hora de hacer discos. Antártida es el
nombre de nuestro sello y, más que eso, es una bandera bajo la cual editamos
nuestra música”.
Su último trabajo es Nocturnal, un álbum en el que, sin
abandonar el pop universal que los caracteriza, suenan más crudos y
comprometidos, y que presentarán el próximo 3 de marzo en el Teatro Vorterix. “Va a ser un reencuentro con una ciudad que sentimos como nuestra. Esperamos un show enérgico, eléctrico”, adelantan.
¿Qué experiencias de estos cuatro años que hubo
entre los álbumes influyeron en la creación de Nocturnal?
Multitud de viajes en América y Europa, además de los
tiempos convulsos y cambiantes que nos han tocado vivir en este rincón de
Europa así como experiencias personales y de gente cercana. Cualquier
sensación, cualquier sentimiento puede ser el detonante para un texto, para una
canción.
¿Tenían algún objetivo sonoro en particular para
este álbum? ¿Querían que se escuchara de determinada manera o que transmitiera
algo específico?
Componemos de una forma muy caótica, básicamente
anárquica, dejando que hable la parte más irracional e instintiva. Luego, una
vez que el sonido se ha registrado, pensamos sobre lo que hemos hecho. Pero
creemos en la fórmula de dejarnos llevar sónicamente. Es una manera de estar
abiertos a sorpresas. Así es como entendemos el hecho de hacer música. Es un
proceso de búsqueda, de continua insatisfacción. Esta idea de viaje a lo
desconocido forma parte de la filosofía de la banda. Es como un proceso
continuo de cambio.
Han dicho que son “populares, no rebuscados”.
¿Cómo se encuentra el equilibrio para tratar de llegar a la mayor cantidad de
gente posible sin caer en un fórmula “apta para todo público” y sin resignar la
experimentación?
La filosofía de la banda pasa por aislarnos completamente
de este tipo de categorías. Básicamente, siempre hemos volado por encima de las
etiquetas de la industria del entretenimiento. Siempre hemos estado al margen
de esta industria. En ese sentido, somos una banda libre y libertaria en su
forma de funcionar.
Si bien no se consideran una banda politizada, en
este trabajo aparecen más a la vista las críticas y opiniones, como en
“Ratonera”, “La ciudad maldita” o “Llévame muy lejos”. ¿Fue algo que salió por
inspiración y reacción al contexto social en España? ¿O decidieron
conscientemente estar más atentos e involucrarse con lo que está pasando en el
país?
Siempre se han filtrado en nuestros discos imágenes de
los tiempos en los que fueron escritos y grabados. No es algo nuevo. Lo que
ocurre es que, últimamente, a nivel global, hay una presión del poder muy
fuerte sobre cada uno de los ciudadanos. Tiene que ver con la voracidad
imparable de las élites económicas que influye poderosamente sobre las
decisiones políticas.
“La ciudad
maldita” es una canción muy personal, relacionada con un familiar de Eva que
fue fusilado…
Sí. Está dedicada a una persona que sufrió la pérdida de
un ser querido a causa de una guerra injusta. Pretende destacar la vitalidad y
la luz de esa persona que dejó su ciudad natal tras el fusilamiento de su padre
y cómo vuelve después de mucho tiempo a ese lugar con
unas ganas de vivir impresionantes. Es una canción que habla del recuerdo, de
la necesidad de la memoria para seguir adelante. En ese sentido, las historias
de España y de Argentina ofrecen tristes similitudes.
¿Cómo está la escena del rock español por estos
días?
Hay un momento de efervescencia enorme. Hay bandas
diferentes y de distintos géneros que merecerían más atención de los medios. En
nuestra ciudad, Zaragoza, siempre ha florecido un montón de grupos
interesantes. Ahora mismo destacaríamos nombres que pueden buscar en la red,
como Copiloto, Calavera, Ygram…
Y al revés: ¿Qué artistas argentinos de los
últimos tiempos están sonando hoy en España? Estuve unos días en Madrid y
Barcelona en septiembre pasado y nadie sabía nada del rock argentino actual,
salvo mencionar a Andrés Calamaro…
En nuestro caso ocurre que estamos bastante conectados
con Argentina. Tenemos amigos allí y escuchamos su música de forma bastante
habitual. La última banda argentina que vimos tocar en un club de Madrid fue El
mató a un policía motorizado.
Más allá de aquella colaboración con Ariel Rot en
“Sin saber qué decir”, ¿con qué otro
artista argentino desearían colaborar en un futuro próximo?
Normalmente, las
colaboraciones surgen de un modo bastante natural, sin planificarlas demasiado.
Salen por amistad, por casualidad, por admiración o simplemente por alineación
de planetas que hacen que los encuentros ocurran, ja, ja.
Drogas, traición, peleas
y muerte rodearon el disco más difícil de sus majestades satánicas. La historia
del álbum que casi termina con la banda.
Durante más de cinco décadas, los Rolling Stones atravesaron innumerables crisis
que pusieron en vilo su existencia, aunque pocas tan conflictivas como la grabación
de Dirty Work. Lanzado en marzo de
1986, quedó al fondo de la discografía del (por entonces) quinteto como un
testimonio de su peor etapa artística. Pero también puede rescatarse como una
historia de supervivencia.
Los problemas ya venían en el estudio desde
comienzos de los 80. Richards, harto del ego y el afán controlador de Jagger,
lo llamaba despectivamente «Brenda» o «Madam» para poder insultarlo sin que se diera cuenta. La grieta pronto se trasladó a los conciertos. Se dice que, en la gira de Tattoo You, estaba estipulado por
contrato que Jagger dejara el escenario durante las canciones que cantaba
Richards. Y, en alguna oportunidad, el guitarrista llegó a secuestrar
una grúa que elevaba al cantante durante la interpretación de «You Can’t
Allways Get Wat You Want» para despacharse con un solo de veinte minutos.
Para 1983, luego de la grabación de Undercover, la relación entre los Stones
pendía entre jirones de celos, adicciones y hastío (inter)personal. «Estábamos
aburridos de tocar entre nosotros, llegamos a un punto en que nos cansamos de
todo —recordaba Jagger en un entrevista de 1995 para Rolling Stone—. Bill [Wyman] no era muy entusiasta. Es un tipo que
nunca quiere hacer mucho… es un poco vago y aburrido. Y tenías a Charlie
[Watts] exagerando en todo».
En su autobiografía Vida (2010), Richards detalla cómo las tensiones en el grupo llegaron
a los puños una noche de 1984 en un hotel de Holanda, cuando Jagger, borracho,
llamó a las cinco de la mañana a la habitación de Watts y osó preguntarle
«¿dónde está mi baterista?». No tuvo respuesta y colgó, pero a los veinte
minutos, Watts apareció en el cuarto del cantante y le dijo «nunca más vuelvas
a llamarme “tu baterista”» antes de embocarle un terrible gancho de derecha. «Mick cayó de espaldas encima de una bandeja
de salmónahumado que había en la mesa… y en
el último instante lo agarré antes de que cayera a uno de los canales de
Ámsterdam. Tardé veinticuatro horas en calmar a Charlie… pero al cabo de doce
seguía diciendo: “¡A la mierda, voy a bajar a darle otra!”. Y eso que cuesta
mucho hacerlo calentar», reveló el guitarrista.
El clima empeoró en
1985 cuando el frontman decidió concentrar
las energías en su debut solista, She’s
the Boss. Richards se sintió defraudado al ver que su «hermano de diferente
padre» dejaba la banda de lado ni bien acababan de firmar un multimillonario
acuerdo con CBS Records. «El timing
fue muy raro, sacar un disco obviamente comercial justo antes de que empezáramos
a trabajar en un nuevo disco de los Stones —contó el violero a Spin en 1986—. Si hubiera hecho sus
canciones favoritas de folk irlandés con una arpista, tenido a Liberace acompañándolo
en covers de Frank Sinatra o algo que
no pudiera hacer con los Stones, hubiera estado bien. Para mí, un álbum de Mick
Jagger debería haber sido un evento gigantísimo y no cualquier otro disco. Le
dije que era tontería y no un trabajo inspirado».
«Cuando firmamos el contrato con CBS, tenía
estipulado hacer un disco en solitario. Keith sabía de eso, así que no fue algo
que salió de la nada. No
quiero justificar lo que pasó. Fue una mala época. Todos nos estábamos llevando muy mal», se defendió Jagger años más
tarde. Pero la herida estaba abierta. El disco salió en febrero de aquel año, justo
cuando la banda comenzó a componer en Francia. Richards despreciaba She’s the
Boss. «Un título que lo dice todo. Nunca he llegado a escucharlo entero. ¿Quién lo hizo? Es como Mi lucha. Todo el mundo tenía una copia, pero nadie lo escuchaba», escribió décadas
más tarde, aún con saña.
La mayor parte del «trabajo sucio» recayó en
Richards. Según el guitarrista,
el clima en los estudios Pathé Marconi de París «estaba enrarecido». Habían
tenido que retrasar las sesiones varias veces por los compromisos de Jagger,
quien «apenas llevaba canciones con las que trabajar porque las había metido
todas en su disco» y «ni siquiera aparecía en el estudio». «El espantoso
ambiente que se respiraba estaba afectando a todo el mundo. Bill Wyman
prácticamente dejó de acudir y Charlie se volvió a su casa», confiesa el músico
en su libro.
Alguna vez pensaron en titularlo
19 Stitches, luego de que un técnico
drogado se cayera sobre una mesa de vidrio y quedara con múltiples heridas. Ron Wood, que aún se recuperaba de su
alcoholismo, compuso temas y se hizo cargo de muchas de las partes de bajo, al
tiempo que Watts hacía lo que podía. Su adicción al speed y la heroína apenas lo dejaba tocar, y varias canciones
quedaron en los palillos de Steve JordanyAnton Fig. Mientras tanto, Richards echaba espuma por la
pluma con letras directas hacia su ausente amigo. «Te voy a machacar hasta que seas un montón
de moretones / porque eso es lo
que estás buscando… / Tengo que pelearme / no lo puedo evitar», lo amenaza «Fight». Y el bromance se pudre en «Had It With You», donde destila más
odio que amor:
«Siempre tratás de molestarme.
Siempre parecés acecharme.
Emitiendo órdenes, gritando instrucciones.
Y me harté, me harté, me harté, me harté de
vos.
Y me harté, me harté, me harté, me harté de
todo».
«Creo que nunca
había escrito ninguna canción, aparte de “All About You”, cuyo protagonista
fuera tan claramente Mick», confesó luego el violero, como si faltara
confirmarlo.
El 13 de julio de 1985, cuando casi promediaba
la grabación de Dirty Work, la banda se
presentó en el festival Live Aid y exhibió en vivo de lo que pasaba en el
estudio: Richards y Woods, por un lado, acompañaron el set de Bob Dylan, mientras
que Mick Jagger hizo su propio show, donde
aprovechó para difundir su flamante single
«Just Another Night» e interpretó el clásico «It's Only Rock 'n Roll (But I Like It)» (en un recordado dueto con Tina
Turner).
Los Stones se resquebrajaban
y, si faltaba un golpe para partirlos, llegó el 12 de diciembre con la muerte
de Ian Stewart de un ataque al corazón. El pianista y road manager, histórico «sexto Stone» a quien
el productor Andrew Loog Oldham había expulsado del grupo en los 60 por feo, era
una autoridad y referencia para el resto de los miembros, una suerte de conciencia
blusera en la forma de un paciente hermano mayor. «Todavía trabajo para
él. Entiendo que los Rolling Stones le pertenecen», afirmó Richards en Vida, quien aseveró que la muerte lo
afectó tanto como la de su hijo.
Dirty Work se
editó poco después, en marzo de 1986, dedicado en su honor y con una grabación
del pianista incluida como tema oculto. El disco fue precedido en febrero por «Harlem
Shuffle», un cover de Bob & Earl
de 1963 que Jagger grabó en apenas dos tomas. Por primera vez en veinte años,
los Stones no lanzaban como primer sencillo un original de Jagger-Richards. Era
un anticipo de la sequía del álbum, donde apenas tres de los once tracks llevaban la rúbrica del célebre tándem.
El segundo single fue el poco
memorable «One Hit (To the Body)», una premonición del rock de fórmula genérica
que la banda editaría en los años venideros (¿alguien puede notar la diferencia
entre este y temas como «Rock and a Hard Place»,
«You Got Me Rocking» o «Rough Justice»?)
«Dirty Work fue el período más complicado de todo nuestro viaje. Te
das cuenta porque tiene cuatro canciones mías, lo cual es un claro signo de que
el motor compositor de Keith y Mick no estaba funcionando bien», se sinceró Ron
Wood en una entrevista de 2003.
Ni la participación de Jimmy Page,
Tom Waits y Bobby Womack, ni la producción del ascendente Steve Lillywhite (Peter
Gabriel, U2, Simple Minds) ayudaron a cubrir la falta de inspiración. La
portada terminó de rematar la obra más débil y fechada de los Stones con una
foto que los hacía lucir como una banda de narcotraficantes fugados de División Miami. Aun así, Dirty Work fue un éxito comercial: los
Stones sonaban (y se veían) en sintonía con los tiempos, encontraron en «Harlem
Shuffle» el hit (y el videoclip)
necesario para no perder el tren de la era MTV y el disco rankeó entre los
primeros puestos en Estados Unidos y el Reino Unido. Pero ¿es un álbum de los
Rolling Stones?
«Es raro, porque usualmente
me gusta hablar de los discos que acabo de hacer, pero con este siento que no
quiero decir mucho. Mick hizo un poco, pero fue un disco inspirado por Keith
Richards», dijo un dubitativo Lillywhite a Spin
en 1986. En 2010, en una entrevista con A.V. Club, no se guardó nada: «Sí, yo
produje el peor disco de los Rolling Stones. Hasta que llegó el que le siguió.
[Risas]. Pero, básicamente, porque no pude rechazarlos. Un verdadero hombre
nunca dejaría pasar la chance de trabajar con leyendas como ellos. Pero eso no
quiere decir que supiera que iba a ser bueno. Es necesario un buen viento de
cola para hacer un gran disco, y los Stones no lo tenían entonces. Había demasiada
amargura. Fue el mal final de sus adicciones. Fue un lío, pero tuve que
hacerlo. Aprendí más de ellos que ellos
de mí, eso es todo lo que puedo decir de la experiencia».
Pese a los deseos de Richards,
Jagger se negó a presentar el álbum en vivo y se lo informó al resto de una
manera, digamos, diplomática: por carta. «Hacer un tour con Dirty Works hubiera sido una pesadilla.
Fue un período terrible —le contó en 1995 al periodista Jann Wenner—. Nos
odiábamos, había muchos desacuerdos. Era lamentable, y Charlie estaba en muy
mal estado… En retrospectiva, estuve ciento por ciento en lo correcto…
Probablemente hubiera sido el final de la banda».
El guitarrista lo tomó como
un vil engaño cuando se enteró de que el cantante iba a presentarse en vivo con
un segundo álbum solista bajo el brazo. «La gran traición de Mick, la que me cuesta perdonar, una maniobra que
parecía diseñada con el propósito de acabar con los Rolling Stones, fue que
anunciara en marzo de 1987que saldría de gira conPrimitive Cool —escribió «Keef»—.Para nosotros aquello fue una bofetada en la
cara, una condena a muerte pendiente de apelación».
Para echar más leña
al fuego, en una entrevista Jagger dijo que los Stones eran «una piedra atada
al cuello». En respuesta, Richards desató «la Tercera Guerra Mundial» en la
prensa y salió a atacarlo con todo lo que tenía. Hasta amenazó con cortarle la
garganta si se le ocurría tocar canciones de los Stones con otros músicos. «Ya nirecuerdo
todos los comentarios mordaces y las burlas que salieron de mi boca: “Es un disco boy;el grupito para que Jagger se haga una paja;
¿por qué no se junta con Aerosmith?”… —relata Richards en Vida—. Llegó un punto en que la cosa se puso muy fea, y un día un
periodista me preguntó: “¿Cuándo van a dejar el puterío?”. “Pregúntale a la
puta”, respondí. Y luego pensé: “Que haga lo que le plazca, ¡que se rompa la
cara él solito!”. Había dado muestras de la más absoluta falta de amistad y
camaradería, carecía de lo necesario para mantener unida a una banda. Todo era
una mierda».
Dirty Work casi termina como el último disco de los Stones, pero hoy puede verse
como el fusible que evitó el apagón final. Jagger inició su faceta como solista,
y hasta Richards comenzó a pensar y trabajar en la suya de la mano de su propia
banda, los X-Pensive Winos. La guerra entre ambos continuó un tiempo, hasta que
en 1989 acordaron una reunión en Barbados para firmar la paz. «Independientemente
de lo que haya podido pasar, Mick y yo tenemos una relación que todavía
funciona. ¿Cómo si no, al cabo de casi cincuenta años, podríamos plantearnos
aún volver a salir juntos a la carretera?», escribió el guitarrista en su
libro. La respuesta la podemos escuchar esta semana, en la ciudad de las
diagonales.
The Deram Anthology permite redescubrir al artista mucho antes de
que cayera a la Tierra.
Antes de Ziggy, Aladdin y aún más lejos de su versión del
extraterrestre Thomas Newton, hubo un David
Bowie que, ahora, parece más alienígena. Un escuálido veinteañero de
peinado mod y look eduardiano, amante del music hall e ignorante del glam, con el
que podemos (re)hacer contacto.
Universal acaba de editar en nuestro país The Deram Anthology 1966 – 1968, una
colección cronológica de los trabajos que el cantante realizó para aquel sello (subsidiario
del famoso Decca), que nos muestra un asombroso y no muy conocido período del
plástico artista: esos años en los que deja atrás The King Bees, The Manish
Boys, The Lower Third y The Buzz, abandona el nombre Davy Jones
y comienza a moldear su leyenda como David Bowie.
Originalmente lanzado en 1997, el álbum incluye los primeros
singles que grabó para esa
discográfica, sus respectivos lados B y su disco debut completo, una
experiencia que, para quien esté acostumbrado al sonido del Duque Blanco, puede
resultar «el equivalente en vinilo de una mujer loca en el ático» (como alguna
vez el biógrafo David Buckley
describió al primer álbum de Bowie).
Estas son veintisiete canciones de un artista en búsqueda y fuera
de tiempo que, en plena era de psicodelia, LSD, distorsión, y en medio de las
apariciones de Pink Floyd, The Doors y Jimi Hendrix, prefería encontrar su primera forma en los musicales
y el varieté de artistas como Danny Kaye y Anthony Newley. El trabajo de este polifacético
compositor británico fue una influencia formadora para Bowie desde que vio su
obra de temática circense Stop the World – I
Want to Get Off, de 1961, en el West End. «En ese momento empecé a elaborar mi propio
estilo. Newley era el único que no intentaba cantar con un falso acento norteamericano»,
dijo años más tarde, cuando ya se había convertido en Ziggy Stardust. Y en
canciones como «Rubber Band» y «The Lonely Boy» puede escucharse cómo imita su
estilo vocal y hasta exagera la pronunciación británica.
La antología puede resultar el extraño encuentro con un Bowie de otra
dimensión, pero también es el anticipo del genio que caería a la Tierra poco
después. En la teatralidad de canciones como «Uncle Arthur», «Little
Bombardier», «Silly Boy Blue», «There is a Happy Land» y «Please Mr.
Gravedigger» boceta sus primeros personajes. Hay rastros de Aladdin Insane en la joya «Let Me Sleep
Beside You». Y no cuesta imaginar en el soundtrack
de Laberinto (1986) a la
infantil «The
Laughing Gnome», una canción inconcebible hasta para Alvin y las Ardillas que el artista, treinta años más tarde, llegó
a asociar como precursora de «Little Wonder».
«Para mí, un camaleón es algo que se disfraza para verse lo
más parecido posible a su ambiente. Siempre pensé que hice exactamente lo
opuesto a eso», decía Bowie en 1993, sobre el mote que lo acompañaría gran
parte de su vida. Este disco es el primer testimonio de cuán ciertas fueron
esas palabras.
Periodista, conductor y productor, especializado en espectáculos y cultura digital (música, cine, TV, tecnología, libros y tendencias).
Trabajé para más de 25 medios de Argentina y Latinoamérica, entre ellos TN.com.ar, FM 100, Rolling Stone, FM Rock & Pop, La Nación, Quiero Música TV, Radio Con Vos 89.9, Página/12, FM ESPN, Radio Nacional, El Cronista, PC Magazine, Brando, Apertura, 10Musica.com, Nacional Rock 93.7, IT NOW (Centroamérica), La Segunda (Chile), El Tiempo (Colombia), Open (México), Nación (Costa Rica) y más. Escribí el libro "LOSERS - Historias de famosos perdedores del rock", lanzado por Ediciones B (Penguin Random House - 2018).
Contacto: mpoter@gmail.com