lunes, 29 de febrero de 2016

Entrevista a James Jagger: de tal palo…

Charla exclusiva con el hijo de Mick y protagonista de Vinyl, la nueva serie de HBO.



“¿De Argentina? Justo intercambiamos mails con mi viejo y me contó que la está pasando genial allá”. Mientras Mick Jagger paseaba por Palermo y revolucionaba el país, su hijo James está del otro lado del mundo y del teléfono, trabajando para Vinyl, la nueva serie que lo tiene como una de sus estrellas.
La apuesta de HBO se interna en el mundo de la música de los años 70 desde la historia de Richie Finestra (un genial Bobby Cannavale), presidente de una discográfica a la que intenta salvar de la ruina mientras debe lidiar con sus demonios personales, los excesos del rock y un crimen que pondrá en riesgo todo. La serie fue creada y producida por Mick Jagger, Terence Winter y Martin Scorsese, quien dirigió un primer episodio doble que, más que piloto, resulta una desaforada película sobre la locura, la codicia y la corrupción del musicbiz.

Vinyl trata sobre la maquinaria de la industria musical, y se ubica en una época muy interesante en materia cultural en Nueva York, que marcó un cambio de paradigma — explica James—. Reinaba el sentimiento de que estabas empezando algo nuevo con todos esos artistas y estilos que salían del underground. No conozco otro tiempo en el que hayan pasado, en términos de música popular, tantas cosas, tantos géneros, todo en un mismo lugar”. El actor interpreta a Kip Stevens, el reventado líder de los proto-punks Nasty Bits, banda que podría significar una salvación para el alicaído sello de Finestra, quien está en la búsqueda casi existencial de un nuevo sonido (y una nueva vida).

¿Recibió James algún consejo de papá, estrella indiscutida de aquellos inspirados y agitados años? “Sí, me ayudó a hacerme una idea de cómo era Nueva York en 1973, lo interesante que era y por qué. A él le encanta la historia y contribuyó con muchas cosas para mi personaje”, respondió. El parecido con su majestad satánica sorprende y más de uno va a creer haber visto a un joven Mick en algunas escenas, como si se hubiera escapado ayer de sus películas de los 70, Performance o Ned Kelly.

Sin embargo, el apellido Jagger tiene un peso y James no niega que su inclusión en el elenco trajo comentarios y miradas maliciosas al ser su padre el productor de la serie. “Seguro que despertó algunas suspicacias, pero yo audicioné como cualquier otro —se defiende—.  Me grabé en Londres haciendo algunas escenas del programa y lo mandé. Después, tuve que ir a Nueva York a reunirme con la directora de casting, para hacer una prueba ahí. Un tiempo después me llamaron para avisarme que estaba dentro. En última instancia, creo que si hubiera sido malo no habría conseguido el papel”.

James tiene pasta de rockstar. Lidera una banda, Turbogeist, aunque parece estar en un parate indefinido (“ya no estamos tocando, así que veremos… Yo escribiendo algunas canciones por mi cuenta con un amigo”, dice), y ya interpretó a un músico en la película sobre Ian Dury Sex & Drugs & Rock & Roll (2010). “Siempre me gustó el cine. Desde chico que quise estar metido en algún aspecto de eso. Pero la actuación no me pareció una opción hasta que cumplí los 16 o 17”, revela.

Vinyl representa su debut en la televisión y un salto a los primeros planos de la mano de quien es, ni más ni menos, uno de los directores más importantes de la historia. “Martin Scorsese está lleno de energía. Es contagioso, tiene tanto entusiasmo por lo que hace. No podés evitar quedar impresionado con que un hombre de su edad tenga tanta pasión —cuenta, con admiración y mucha incredulidad por lo que está viviendo—.  Todo esto es muy surrealista: es lo primero que se me viene a la cabeza para decir. A veces, me tuve que pellizcar, porque no lo puedo creer”.



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jueves, 25 de febrero de 2016

Adelanto: llegan al país miles de discos en vinilo

Warner y Universal traerán unas 30.000 unidades de títulos internacionales. Además, se reeditarán trabajos de Vox Dei, Serú Girán y Miguel Mateos.



La fiebre negra no se detiene. Luego de la primicia de Generación B de que se comenzará a fabricar vinilos en la Argentina, y tras la reedición en ese formato de obras fundamentales del rock nacional, más toda la discografía de Gustavo Cerati, en las próximas semanas arribarán a las disquerías locales miles de títulos importados. 

Warner Music confirmó a Generación B que traerá títulos de más de 30 artistas internacionales, desde clásicos hasta últimos lanzamientos. “El tema de los vinilos estuvo atado, al menos hasta ahora, a los vaivenes de la importación. Hoy, el panorama es que pudimos ingresar 20.000 unidades, la mayoría en vinilo — explica Juan Cibeira, responsable de Promoción del sello—. Estamos completando la edición de ciertos artistas que estuvieron demorados, como por ejemplo los álbumes de Led Zeppelin Presence, In Through The Out Door y Coda. También estará disponible Phil Collins, con la serie de relanzamientos de su discografía solista remezclada, que incluye Face Value, Both Sides y Take A Look At Me Now Collector’s Edition, que es un mix de los dos discos en un box con tres vinilos”.

Además, vendrá lo último de Coldplay (A Head Full of Dreams), Iron Maiden (The Book of Souls) y Enya (Dark Sky Island), en diferentes ediciones. El listado también menciona joyas del catálogo de Warner como Space Oddity, de David Bowie; Blue Valentine, de Tom Waits; y los debuts de Eagles y The Doors, además de trabajos de Foals (Holy Fire); Royal Blood (idem); Air (Moon Safari); Green Day (Insomniac) y Bruno Mars (Unothodox Jukebox). También habrá algunos must para los ochenteros, como Scoundrel Days, de A-ha; 1987, de Whitesnake; Private Dancer, de Tina Turner y Hatful of Hollow; de los Smiths.

“El vinilo es un mercado muy interesante que, sin ser tan masivo, está creciendo a partir de la importación regular, aunque todavía no hay una oferta normal de las nuevas bandejas tocadiscos, que también atraviesan las mismas restricciones a la importación —cuenta Cibeira—. En Chile, la importación abierta de estos reproductores, con modelos nuevos a precios accesibles, brindó un gran impulso al consumo de vinilos”.

Por su parte, Universal hará lo suyo con su inventario de pesos pesados. Si bien no hay información oficial, fuentes vinculadas a la discográfica dijeron que ya arribaron al país más de 15.000 unidades de grandes títulos, entre ellos diversos álbumes de The Beatles, The Rolling Stones, Queen y Bob Marley, que “estarán a la venta el mes que viene”. Se rumorea que la empresa planea un evento presentación, similar al “Día de los vinilos” que organizó su competidora Sony Music el año pasado por la reedición de algunos emblemáticos del rock argentino en ese formato.

Además, la recuperación del catálogo del histórico sello Music Hall permitirá que más obras nacionales vean su versión en 12 pulgadas. Por lo pronto, La biblia, mítico trabajo de Vox Dei, resurgirá en edición doble, como la original de 1971. También se lanzarán los dos primeros discos de Serú Girán y el célebre Rockas vivas de Miguel Mateos/ZAS, que alguna vez fue el álbum más vendido del rock local. ¿Podrá la vuelta del vinilo revivir ese éxito?

Los títulos se sumarán a ediciones puntuales, como la que Babasónicos hizo días atrás de Vedette, su compilado de lados B del álbum Babasónica, en una edición de vinilo de 180 gramos transparente. Habrá que ir preparando la billetera.

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miércoles, 24 de febrero de 2016

Se fabricarán vinilos en la Argentina

Grupo Laser Disc comenzará a producir unas 40.000 unidades mensuales hacia comienzos de abril. Según la empresa, invirtió “cerca de un millón de dólares”.



Pronto volverán los vinilos industria argentina o, mejor dicho, “Made in Mataderos”. Grupo Laser Disc, replicadora de CD y DVD ubicada en ese barrio porteño, confirmó en exclusiva a Generación B que comenzará a fabricar discos en el país.

La compañía incorporó dos prensas (y piensa sumar otro par), que le permitirán tener una capacidad de producción de 40.000 unidades por mes. “La intención la tuvimos desde hace unos años, lo que pasa es que había que concretarla. Hubo problemas y dudas, además de una larga lucha para conseguir las máquinas, pero ya estamos en el tramo final de la terminación de la fábrica”, aseguró Nicolás Muscó, gerente comercial de la firma. “Calculamos empezar en un mes y medio, entre finales de marzo y principios de abril. Esa es la idea, pero a veces surgen contingencias. Aunque no debería haberlas, porque esto es más sencillo que hacer un CD. Es mecánico”.

En ese sentido, el ejecutivo explicó el procedimiento de manufactura que realizarán. “Acá nos traen el archivo de audio en WAV de 24 bits y hacemos el tradicional corte de acetato, aunque ya no es más acetato, sino que se emplea una plancha de PVC laqueada, donde se transfiere el contenido musical. De ahí, pasa a un área de procesos químicos para lograr dos matrices de metal, una por cada lado del disco. Esas matrices se colocan en la prensa y, luego de disolver el PVC (que viene ya en negro u otro color), se colocan las etiquetas y sale el disco terminado. Después, obviamente, se controla la calidad de cada partida. Trabajamos con norma ISO 9000 y estamos asociados internacionalmente a CDSA (Content Delivery & Security Association), que nos autoriza a controlar la propiedad intelectual. En otros lados hay fabriquitas de CD y vinilos que te hacen compilados de lo que vos quieras, pero no pagan ningún derecho”.

La empresa está en el proceso de pruebas y ajustes, y todavía no se sabe que títulos o qué discográfica debutarán con la pasta negra nacional. Por lo pronto, se estima que los tres grandes sellos presentes en el país serán sus primeros clientes. “Ya Sony y Warner me prometieron empezar, primero, a hacer los títulos locales, y luego lo importado. Nos falta Universal, que creo que lo va a hacer también porque, si no, no va a poder competir —reveló Muscó—. La ventaja que tenemos con respecto al extranjero no es precisamente el precio, sino la velocidad por hacer todo el proceso en la Argentina”. Consultado por si la elaboración local repercutiría en una baja en los importes, el directivo sonrió: “Y… vamos a ver cómo sigue esto”.

De esta manera, la Argentina se sumaría pronto como uno de los pocos lugares del mundo donde existen plantas de vinilo, que cada vez dan menos abasto para atender la creciente demanda por el revival del formato. “La idea es apostar por algo que sorprendió. Empezó a moverse hace cinco años, y nadie pensó que iba a pegar tanto”, afirmó el directivo, que no descarta producir para la exportación: “Por eso, las dos prensas más. Para Chile vamos a hacer seguro. Brasil es más difícil, porque ahí ya hay dos plantas, una en Río de Janeiro y otra en San Pablo”.

Muscó estimó la inversión en “cerca del millón de dólares. Esta es la única empresa que tiene perspectiva para la industria, que está pensando en el mañana y no en que esto se muere: al revés, le estamos buscando la vuelta”.

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martes, 23 de febrero de 2016

Vinyl: los buenos muchachos del rock

La nueva serie de HBO es un retrato salvaje de la industria, donde la música es la verdadera protagonista. CUIDADO: spoilers al mango.



Vinyl, la nueva serie de HBO creada por Mick Jagger y Martin Scorsese, comenzó con un error histórico: los New York Dolls no derrumbaron el Mercer Arts Center, tal como se muestra. No fue una noche de estruendosas guitarras de Johnny Thunders y toneladas de maquillaje de David Johansen la que tumbó aquel célebre antro del underground de la Gran Manzana, que se vino abajo solito una tarde de agosto de 1973 por el peso de su propia decadencia. Pero hay que entender algo, puristas del rock: todo buen relato (o, mejor dicho, todo buen relato de Scorsese) tiene algo de verdad, mucho de fantasía y una exageración del tamaño del Madison Square Garden.

Como suele hacer, “Marty” amolda a piacere el rigor histórico para dar forma ahora a un retrato orgiástico, desaforado y frenético de la industria musical de los primeros años 70, en una Nueva York acelerada en cocaína, brotada por grafitis y con los primeros síntomas de punk, glam, hip hop y disco a flor de piel. Así, citas verídicas, guiños de complicidad y caracterizaciones de personalidades reales, como Robert Plant, Peter Grant, Lou Reed, Andy Warhol, más varios cameos famosos que ya iremos viendo aparecer, se mezclan con brillantes personajes de la ficción como Richie Finestra (un bestial Bobby Cannavale), eje de todo este relato salvaje.

Finestra nunca existió, aunque algunos juran que se parece a Walter Yetnikoff (presidente de CBS Records por aquellos tiempos), mientras que otros lo equiparan con Marty Thau (famoso empresario y productor que fuera representante de los Dolls). Es como El Lobo de Wall Street, pero del musicbiz: un tipo con “oído de oro, lengua de plata y bolas de acero” que amasó fortuna e hizo de su sello, el también ¿ficticio? American Century Records, un pequeño imperio bajo prácticas matonas: cagó a artistas, fraguó contratos, transó con mafiosos y se esnifó todo rastro de moralidad que pudiera conservar de sus épocas de bartender.

Tiene como socios a dos malandras: un jefe de ventas (J.C. MacKenzie) capaz de fondear en la bahía las copias de los vinilos que las disquerías no venden para evitar pagarles reembolsos, y un responsable de promoción (Ray Romano) que actúa como “director de sobornos”, dedicado a repartir guita y coca a musicalizadores corruptos para garantizar la difusión de sus artistas. “¿O acaso creías que las canciones suenan en la radio porque son buenas?”, remata en off. Ahora, su empresa se está desangrando en deudas y el capo, junto a sus buenos muchachos, no tiene miramientos en dibujar el balance y un contrato con Led Zeppelin para tratar de vendérsela a los desprevenidos alemanes de PolyGram.

Finestra desea salvar la compañía y hasta quiere otra vida, ser un hombre nuevo y no este Frankenstein de pantalones acampanados en el que se convirtió. Pero no puede escapar del reventado y demencial hábitat del que forma parte, que despierta sus peores demonios y en el que todos, todos, desde los músicos y DJ hasta los representantes de A&R, pasando por la secretaria, son adictos. Nadie se re(s)cata y, encima, un muerto viene a complicarle la resurrección. Hasta que una epifanía se le viene, literalmente, a la cabeza.

“Es más sobre Scorsese que sobre el negocio de la música que conozco y conocí. Es Goodfellas con música”, define Dan Beck, exdirectivo de Epic Records y uno de los tantos empresarios que no están felices con cómo el director los dejó pintados, en una nota de Billboard de Estados Unidos. Jerry Greenberg, nombrado presidente de Atlantic en 1974, lo secunda: “Como alguien que estuvo ahí en aquellos días, esto fue hecho obviamente para la televisión. No recuerdo ninguna disquera que fuera así”.

¿Cuánto es realidad y cuánto es invento? ¡Todo es entretenimiento! Y la verdadera protagonista es la música. El soundtrack de Vinyl (que Warner acaba felizmente de editar en nuestro país) es la amalgama para este mashup de desmesura. Originales históricos de Ottis Reading, Edgar Winter y Jimmy Castor se mezclan con covers clásicos de Dee Dee Warwick (“Suspicious Minds”) y Foghat (“I Just Want to Make Love to You”), pero también con nuevas reinterpretaciones y composiciones exclusivas. David Johansen regrabó algunos de sus temas de los Dolls, mientras que el vocalista de Vintage Trouble, Ty Taylor, retropropulsa el divertido “Cha Cha Twist”. Y Mick Jagger hace pareja con su hijo James (que actúa en la serie como líder de los proto-punks Nasty Bits) para firmar “Rotten Apple”.

La música tiene un rol tan estelar en Vinyl que, los viernes de cada semana, en Estados Unidos se editará un EP digital con nuevos tracks, a modo de anticipo de los capítulos que se emiten el domingo. El último incluye a Julian Casablancas con su versión de “Run Run Run”, de The Velvet Underground. Y a mediados de abril, para el final de los diez episodios que componen esta primera temporada, se lanzará un segundo volumen de la banda sonora.

¿Habra second season? Obvio, eso ya está arreglado. Martin Scorsese compró a todos desde la primera escena y ahora nosotros, también, no podemos escapar de esta adicción. Bienvenidos a la máquina.

viernes, 19 de febrero de 2016

15 álbumes que cambiaron su título original

No solo Kanye West rebautiza sus discos. Acá, una lista de otras obras con problemas de identidad.



The Beach Boys - Pet Sounds (1966)
Por esas misteriosas razones del marketing en Oceanía, el disco ícono de los muchachos de la playa se conoció en Australia como The Fabulous Beach Boys y tuvo una portada diferente. Lanzamientos posteriores se pusieron a tono con el mundo.

The Beatles – «The White Album» (1968)
Ya todos sabemos que «El álbum blanco» no es más que el nombre popular para referirse al autotitulado trabajo doble de los chicos de Liverpool. Pero no muchos conocen que, en realidad, iba a llamarse A Doll’s House, título de una obra de Hen­rik Ibsen. El artista John Byrne (alias «Patrick») llegó a diseñar una portada acorde (que recién apareció en 1980, como tapa del compilado The Beatle’s Ballads). Pero la banda descartó el nombre cuando Family, un grupo de rock progresivo británico, editó Music in a Doll's House apenas unos meses antes.

The Who - Tommy (1969)
La ópera rock de los británicos cuenta la historia de un niño que es sordo, tonto y ciego, y así se iba a titular: Deaf, Dumb and Blind Boy. Hasta que Pete Townshend y compañía prefirieron algo, digamos, menos «literal».

The Rolling Stones – Let it Bleed (1969)
Sus majestades satánicas querían que el sucesor de Beggars Banquet se titulara Automatic Changer. Incluso Keith Richards llamó a su amigo el artista Robert Brownjohn (que diseñó las secuencias de apertura de varios filmes de James Bond) para que elaborase una portada en sintonía. Luego, los Stones descartaron el título, pero mantuvieron la famosa tapa que hoy es parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

The Beatles - Let It Be (1970)
El lanzamiento final de John, Paul, George y Ringo se grabó antes que Abbey Road (que, vale mencionar, alguna vez tuvo el working title de Everest) bajo el nombre de Get Back. En 2003, Paul McCartney, que siempre estuvo disgustado con la producción que Phil Spector hizo del álbum, se deshizo de muchos de sus arreglos y lanzó una versión con nuevo nombre: Let It Be… Naked.

Led Zeppelin - Presence (1976)
Acaso el álbum más subvalorado de Led Zeppelin, registra uno de los períodos más difíciles de la banda, con Robert Plant recuperándose de un accidente automovilístico. No tuvo título hasta el día final de la grabación, víspera de acción de gracia, cuando Jimmy Page sugirió que lo iban a bautizar Thanksgiving. El estudio Hipgnosis ideó un arte de tapa con fotos de personas interactuando con un objeto en forma de obelisco. «El diseñador dijo que, cuando pensaba en el grupo, siempre pensaba en poder y fuerza. Que había una presencia ahí. Eso fue todo. Él quería llamarlo Obelisk. Pero, para mí, era más importante lo que había detrás del obelisco. La tapa es una broma, para ser honesto. Una suerte de cargada al film 2001. Creo que es divertida», explicó Page años más tarde.

Fleetwood Mac - Rumours (1977)
Uno de los discos récord de la historia de la música fue concebido en medio de un verdadero despelote emocional: John y Christine McVie se habían divorciado, los recién llegados Lindsey Buckingham y Stevie Nicks se amaban y odiaban con la misma intensidad, y Mick Fleetwood descubrió que Jenny Boyd, esposa y madre de sus hijos, lo engañaba con su mejor amigo (algo para lo que encontró consuelo en la cama de Nicks, como para echar nafta al fuego). El disco se iba a llamar Yesterday’s Gone (línea extraída de la canción «Don’t Stop»), lo cual no hubiera estado nada mal, aunque Rumours suena, por lejos, mucho más apropiado y descriptivo del momento de la banda.

Talking Heads - Remain In Light (1980)
David Byrne y compañía grabaron este clásico con Melody Attack en la cabeza, título sacado de un videojuego japonés homónimo. El nombre inspiró la tapa original del álbum, en la que se ve una formación de aviones militares pixelados por computadora, la que luego, al cambiarse el título, se transformó en la contraportada que hoy conocemos.

Morrissey - Viva Hate (1988)
El debut en solitario de Moz iba a llamarse Education in Reverse. Incluso, en Australia llegaron a editar con ese título las primeras copias (que hoy cotizan en alza en eBay). Otro dato curioso: el álbum incluye la polémica canción «Margaret on the Guillotine» (en la que se sueña con la muerte de Thatcher), que iba a ser el nombre original del álbum de The Smiths The Queen is Dead.

Soda Stereo – Canción animal (1990)
¿A cuántos millones de años luz hubiera estado el visceral éxito de este álbum si el trío decidía conservar su título original, Tensión e integridad?

U2 - Achtung Baby (1991)
¿Se imaginan a esta verdadera obra maestra titulada Adam, 69, Man o Cruise Down on Main Street? Esos fueron algunos de los títulos que Bono y sus amigos barajaron antes decidirse por Achtung Baby, una frase que solía decirles durante las grabaciones el ingeniero de sonido Joe O'Herlihy, y que se menciona en la canción «To Be or Not to Be (The Hitler Rap)», parte de la banda sonora del film homónimo de Mel Brooks de 1983.

Nirvana - In Utero (1993)
Kurt Cobain quería ponerle al tercer (y último) álbum de estudio del trío grunge I Hate Myself And I Want To Die, título de una canción que, después, no fue incluida en el disco. Parece que Krist Novoselic lo convenció de que era un poquito zarpado y que podían llegar a tener que darle muchas explicaciones a un juez si algún fan con los cables cruzados se lo tomaba de forma muy literal.

Wilco - Yankee Hotel Foxtrot (2001)
Esta joyita de la banda de Chicago tenía como título provisorio Here Comes Everybody, hasta que el vocalista Jeff Tweedy escuchó The Conet Project, un box de discos con grabaciones de misteriosas estaciones de radio de onda corta. Uno de los tracks es el audio de una mujer repitiendo las palabras «Yankee, Hotel, Foxtrot» (alfabeto fonético de la OTAN para las letras Y, H y F). La banda decidió renombrar así su trabajo y hasta incluyó clips de estas grabaciones en el disco, lo cual no terminó bien, ya que recibieron una demanda por violación del copyright.

Radiohead - Hail To The Thief (2003)
Los británicos consideraron bautizar su sexto trabajo como The Gloaming. También pensaron en Snakes and Ladders, Little Man Being ErasedThe Boney King of Nowhere (que, si agarran el álbum, verán que quedaron como subtítulos de las canciones «Sit Down. Stand Up», «Go To Sleep» y «There There», respectivamente). Hail to the Thief juega con «Hail to the Chief», título del himno presidencial de los Estados Unidos, en alusión a que «el país más poderoso del mundo es gobernado por alguien que se robó una elección», según definió Thom Yorke en referencia a George W. Bush en una entrevista.

Kanye West – The Life of Pablo (2016)
Hablemos de crisis de identidad: el flamante trabajo del señor Kardashian tuvo al menos ¡cuatro! títulos cuasi oficiales. Primero, dijo que se iba a llamar So Help Me God, después Swish, más tarde Waves, hasta que finalmente se decidió (por ahora, nunca se sabe). El músico ya había dado muestras de su volatilidad en 2010, cuando su disco My Beautiful Dark Twisted Fantasy fue anunciado durante mucho tiempo como Good Ass Job.

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miércoles, 17 de febrero de 2016

Amaral: “Siempre hemos estado al margen de esta industria”

Hablamos con el dúo español antes de su show en Buenos Aires.



Dicen ser “absolutamente mainstream”, tienen uno de los discos más exitosos de la historia del rock español (Estrella de mar, de 2002) y compartieron escenarios con notables figuras, como Moby, Lenny Kravitz, Annie Lennox y Queen. Sin embargo, Eva Amaral y Juan Aguirre son dos “indies” en esencia: desde cuando se conocieron en el fondo de un bar de Zaragoza a principios de los 90 y comenzaron a componer juntos, hasta cuando tocaban el cielo arriba de hits siderales como “Te necesito” y “Sin ti no soy nada”.

El dúo encontró una particular forma para llegar a las masas bajo sus propios métodos y recursos y, desde 2011, con el lanzamiento de Hacia lo salvaje, tiene su propio sello. “Somos una banda libre y libertaria en su forma de funcionar”, explican desde España en diálogo con Generación B. “Para nosotros, la autogestión ha sido siempre básica a la hora de hacer discos. Antártida es el nombre de nuestro sello y, más que eso, es una bandera bajo la cual editamos nuestra música”.

Su último trabajo es Nocturnal, un álbum en el que, sin abandonar el pop universal que los caracteriza, suenan más crudos y comprometidos, y que presentarán el próximo 3 de marzo en el Teatro Vorterix. “Va a ser un reencuentro con una ciudad que sentimos como nuestra. Esperamos un show enérgico, eléctrico”, adelantan.

¿Qué experiencias de estos cuatro años que hubo entre los álbumes influyeron en la creación de Nocturnal?
Multitud de viajes en América y Europa, además de los tiempos convulsos y cambiantes que nos han tocado vivir en este rincón de Europa así como experiencias personales y de gente cercana. Cualquier sensación, cualquier sentimiento puede ser el detonante para un texto, para una canción.

¿Tenían algún objetivo sonoro en particular para este álbum? ¿Querían que se escuchara de determinada manera o que transmitiera algo específico?
Componemos de una forma muy caótica, básicamente anárquica, dejando que hable la parte más irracional e instintiva. Luego, una vez que el sonido se ha registrado, pensamos sobre lo que hemos hecho. Pero creemos en la fórmula de dejarnos llevar sónicamente. Es una manera de estar abiertos a sorpresas. Así es como entendemos el hecho de hacer música. Es un proceso de búsqueda, de continua insatisfacción. Esta idea de viaje a lo desconocido forma parte de la filosofía de la banda. Es como un proceso continuo de cambio.

Han dicho que son “populares, no rebuscados”. ¿Cómo se encuentra el equilibrio para tratar de llegar a la mayor cantidad de gente posible sin caer en un fórmula “apta para todo público” y sin resignar la experimentación?
La filosofía de la banda pasa por aislarnos completamente de este tipo de categorías. Básicamente, siempre hemos volado por encima de las etiquetas de la industria del entretenimiento. Siempre hemos estado al margen de esta industria. En ese sentido, somos una banda libre y libertaria en su forma de funcionar.

Si bien no se consideran una banda politizada, en este trabajo aparecen más a la vista las críticas y opiniones, como en “Ratonera”, “La ciudad maldita” o “Llévame muy lejos”. ¿Fue algo que salió por inspiración y reacción al contexto social en España? ¿O decidieron conscientemente estar más atentos e involucrarse con lo que está pasando en el país?
Siempre se han filtrado en nuestros discos imágenes de los tiempos en los que fueron escritos y grabados. No es algo nuevo. Lo que ocurre es que, últimamente, a nivel global, hay una presión del poder muy fuerte sobre cada uno de los ciudadanos. Tiene que ver con la voracidad imparable de las élites económicas que influye poderosamente sobre las decisiones políticas.

 “La ciudad maldita” es una canción muy personal, relacionada con un familiar de Eva que fue fusilado…
Sí. Está dedicada a una persona que sufrió la pérdida de un ser querido a causa de una guerra injusta. Pretende destacar la vitalidad y la luz de esa persona que dejó su ciudad natal tras el fusilamiento de su padre y cómo vuelve después de mucho tiempo a ese lugar con unas ganas de vivir impresionantes. Es una canción que habla del recuerdo, de la necesidad de la memoria para seguir adelante. En ese sentido, las historias de España y de Argentina ofrecen tristes similitudes.

¿Cómo está la escena del rock español por estos días?
Hay un momento de efervescencia enorme. Hay bandas diferentes y de distintos géneros que merecerían más atención de los medios. En nuestra ciudad, Zaragoza, siempre ha florecido un montón de grupos interesantes. Ahora mismo destacaríamos nombres que pueden buscar en la red, como Copiloto, Calavera, Ygram

Y al revés: ¿Qué artistas argentinos de los últimos tiempos están sonando hoy en España? Estuve unos días en Madrid y Barcelona en septiembre pasado y nadie sabía nada del rock argentino actual, salvo mencionar a Andrés Calamaro…
En nuestro caso ocurre que estamos bastante conectados con Argentina. Tenemos amigos allí y escuchamos su música de forma bastante habitual. La última banda argentina que vimos tocar en un club de Madrid fue El mató a un policía motorizado.

Más allá de aquella colaboración con Ariel Rot en “Sin saber qué decir”, ¿con qué otro artista argentino desearían colaborar en un futuro próximo?
Normalmente, las colaboraciones surgen de un modo bastante natural, sin planificarlas demasiado. Salen por amistad, por casualidad, por admiración o simplemente por alineación de planetas que hacen que los encuentros ocurran, ja, ja.




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viernes, 12 de febrero de 2016

Dirty Work: a 30 años del peor momento de los Rolling Stones

Drogas, traición, peleas y muerte rodearon el disco más difícil de sus majestades satánicas. La historia del álbum que casi termina con la banda.




Durante más de cinco décadas, los Rolling Stones atravesaron innumerables crisis que pusieron en vilo su existencia, aunque pocas tan conflictivas como la grabación de Dirty Work. Lanzado en marzo de 1986, quedó al fondo de la discografía del (por entonces) quinteto como un testimonio de su peor etapa artística. Pero también puede rescatarse como una historia de supervivencia.


Los problemas ya venían en el estudio desde comienzos de los 80. Richards, harto del ego y el afán controlador de Jagger, lo llamaba despectivamente «Brenda» o «Madam» para poder insultarlo sin que se diera cuenta. La grieta pronto se trasladó a los conciertos. Se dice que, en la gira de Tattoo You, estaba estipulado por contrato que Jagger dejara el escenario durante las canciones que cantaba Richards. Y, en alguna oportunidad, el guitarrista llegó a secuestrar una grúa que elevaba al cantante durante la interpretación de «You Can’t Allways Get Wat You Want» para despacharse con un solo de veinte minutos.

Para 1983, luego de la grabación de Undercover, la relación entre los Stones pendía entre jirones de celos, adicciones y hastío (inter)personal. «Estábamos aburridos de tocar entre nosotros, llegamos a un punto en que nos cansamos de todo —recordaba Jagger en un entrevista de 1995 para Rolling Stone—. Bill [Wyman] no era muy entusiasta. Es un tipo que nunca quiere hacer mucho… es un poco vago y aburrido. Y tenías a Charlie [Watts] exagerando en todo».

En su autobiografía Vida (2010), Richards detalla cómo las tensiones en el grupo llegaron a los puños una noche de 1984 en un hotel de Holanda, cuando Jagger, borracho, llamó a las cinco de la mañana a la habitación de Watts y osó preguntarle «¿dónde está mi baterista?». No tuvo respuesta y colgó, pero a los veinte minutos, Watts apareció en el cuarto del cantante y le dijo «nunca más vuelvas a llamarme “tu baterista”» antes de embocarle un terrible gancho de derecha. «Mick cayó de espaldas encima de una bandeja de salmón ahumado que había en la mesa… y en el último instante lo agarré antes de que cayera a uno de los canales de Ámsterdam. Tardé veinticuatro horas en calmar a Charlie… pero al cabo de doce seguía diciendo: “¡A la mierda, voy a bajar a darle otra!”. Y eso que cuesta mucho hacerlo calentar», reveló el guitarrista.

El clima empeoró en 1985 cuando el frontman decidió concentrar las energías en su debut solista, She’s the Boss. Richards se sintió defraudado al ver que su «hermano de diferente padre» dejaba la banda de lado ni bien acababan de firmar un multimillonario acuerdo con CBS Records. «El timing fue muy raro, sacar un disco obviamente comercial justo antes de que empezáramos a trabajar en un nuevo disco de los Stones —contó el violero a Spin en 1986—. Si hubiera hecho sus canciones favoritas de folk irlandés con una arpista, tenido a Liberace acompañándolo en covers de Frank Sinatra o algo que no pudiera hacer con los Stones, hubiera estado bien. Para mí, un álbum de Mick Jagger debería haber sido un evento gigantísimo y no cualquier otro disco. Le dije que era tontería y no un trabajo inspirado».

«Cuando firmamos el contrato con CBS, tenía estipulado hacer un disco en solitario. Keith sabía de eso, así que no fue algo que salió de la nada. No quiero justificar lo que pasó. Fue una mala época. Todos nos estábamos llevando muy mal», se defendió Jagger años más tarde. Pero la herida estaba abierta. El disco salió en febrero de aquel año, justo cuando la banda comenzó a componer en Francia. Richards despreciaba She’s the Boss. «Un título que lo dice todo. Nunca he llegado a escucharlo entero. ¿Quién lo hizo? Es como Mi lucha. Todo el mundo tenía una copia, pero nadie lo escuchaba», escribió décadas más tarde, aún con saña.

La mayor parte del «trabajo sucio» recayó en Richards. Según el guitarrista, el clima en los estudios Pathé Marconi de París «estaba enrarecido». Habían tenido que retrasar las sesiones varias veces por los compromisos de Jagger, quien «apenas llevaba canciones con las que trabajar porque las había metido todas en su disco» y «ni siquiera aparecía en el estudio». «El espantoso ambiente que se respiraba estaba afectando a todo el mundo. Bill Wyman prácticamente dejó de acudir y Charlie se volvió a su casa», confiesa el músico en su libro.

Alguna vez pensaron en titularlo 19 Stitches, luego de que un técnico drogado se cayera sobre una mesa de vidrio y quedara con múltiples heridas. Ron Wood, que aún se recuperaba de su alcoholismo, compuso temas y se hizo cargo de muchas de las partes de bajo, al tiempo que Watts hacía lo que podía. Su adicción al speed y la heroína apenas lo dejaba tocar, y varias canciones quedaron en los palillos de Steve Jordan y Anton Fig. Mientras tanto, Richards echaba espuma por la pluma con letras directas hacia su ausente amigo. «Te voy a machacar hasta que seas un montón de moretones / porque eso es lo que estás buscando… / Tengo que pelearme / no lo puedo evitar», lo amenaza «Fight». Y el bromance se pudre en «Had It With You», donde destila más odio que amor:

«Siempre tratás de molestarme.
Siempre parecés acecharme.
Emitiendo órdenes, gritando instrucciones.
Y me harté, me harté, me harté, me harté de vos.
Y me harté, me harté, me harté, me harté de todo».

«Creo que nunca había escrito ninguna canción, aparte de “All About You”, cuyo protagonista fuera tan claramente Mick», confesó luego el violero, como si faltara confirmarlo.

El 13 de julio de 1985, cuando casi promediaba la grabación de Dirty Work, la banda se presentó en el festival Live Aid y exhibió en vivo de lo que pasaba en el estudio: Richards y Woods, por un lado, acompañaron el set de Bob Dylan, mientras que Mick Jagger hizo su propio show, donde aprovechó para difundir su flamante single «Just Another Night» e interpretó el clásico «It's Only Rock 'n Roll (But I Like It)» (en un recordado dueto con Tina Turner).

Los Stones se resquebrajaban y, si faltaba un golpe para partirlos, llegó el 12 de diciembre con la muerte de Ian Stewart de un ataque al corazón. El pianista y road manager, histórico «sexto Stone» a quien el productor Andrew Loog Oldham había expulsado del grupo en los 60 por feo, era una autoridad y referencia para el resto de los miembros, una suerte de conciencia blusera en la forma de un paciente hermano mayor. «Todavía trabajo para él. Entiendo que los Rolling Stones le pertenecen», afirmó Richards en Vida, quien aseveró que la muerte lo afectó tanto como la de su hijo.

Dirty Work se editó poco después, en marzo de 1986, dedicado en su honor y con una grabación del pianista incluida como tema oculto. El disco fue precedido en febrero por «Harlem Shuffle», un cover de Bob & Earl de 1963 que Jagger grabó en apenas dos tomas. Por primera vez en veinte años, los Stones no lanzaban como primer sencillo un original de Jagger-Richards. Era un anticipo de la sequía del álbum, donde apenas tres de los once tracks llevaban la rúbrica del célebre tándem. El segundo single fue el poco memorable «One Hit (To the Body)», una premonición del rock de fórmula genérica que la banda editaría en los años venideros (¿alguien puede notar la diferencia entre este y temas como «Rock and a Hard Place», «You Got Me Rocking» o «Rough Justice»?)



«Dirty Work fue el período más complicado de todo nuestro viaje. Te das cuenta porque tiene cuatro canciones mías, lo cual es un claro signo de que el motor compositor de Keith y Mick no estaba funcionando bien», se sinceró Ron Wood en una entrevista de 2003.

Ni la participación de Jimmy Page, Tom Waits y Bobby Womack, ni la producción del ascendente Steve Lillywhite (Peter Gabriel, U2, Simple Minds) ayudaron a cubrir la falta de inspiración. La portada terminó de rematar la obra más débil y fechada de los Stones con una foto que los hacía lucir como una banda de narcotraficantes fugados de División Miami. Aun así, Dirty Work fue un éxito comercial: los Stones sonaban (y se veían) en sintonía con los tiempos, encontraron en «Harlem Shuffle» el hit (y el videoclip) necesario para no perder el tren de la era MTV y el disco rankeó entre los primeros puestos en Estados Unidos y el Reino Unido. Pero ¿es un álbum de los Rolling Stones?

«Es raro, porque usualmente me gusta hablar de los discos que acabo de hacer, pero con este siento que no quiero decir mucho. Mick hizo un poco, pero fue un disco inspirado por Keith Richards», dijo un dubitativo Lillywhite a Spin en 1986. En 2010, en una entrevista con A.V. Club, no se guardó nada: «Sí, yo produje el peor disco de los Rolling Stones. Hasta que llegó el que le siguió. [Risas]. Pero, básicamente, porque no pude rechazarlos. Un verdadero hombre nunca dejaría pasar la chance de trabajar con leyendas como ellos. Pero eso no quiere decir que supiera que iba a ser bueno. Es necesario un buen viento de cola para hacer un gran disco, y los Stones no lo tenían entonces. Había demasiada amargura. Fue el mal final de sus adicciones. Fue un lío, pero tuve que hacerlo. Aprendí más de ellos que ellos de mí, eso es todo lo que puedo decir de la experiencia».

Pese a los deseos de Richards, Jagger se negó a presentar el álbum en vivo y se lo informó al resto de una manera, digamos, diplomática: por carta. «Hacer un tour con Dirty Works hubiera sido una pesadilla. Fue un período terrible —le contó en 1995 al periodista Jann Wenner—. Nos odiábamos, había muchos desacuerdos. Era lamentable, y Charlie estaba en muy mal estado… En retrospectiva, estuve ciento por ciento en lo correcto… Probablemente hubiera sido el final de la banda».

El guitarrista lo tomó como un vil engaño cuando se enteró de que el cantante iba a presentarse en vivo con un segundo álbum solista bajo el brazo. «La gran traición de Mick, la que me cuesta perdonar, una maniobra que parecía diseñada con el propósito de acabar con los Rolling Stones, fue que anunciara en marzo de 1987 que saldría de gira con Primitive Cool —escribió «Keef»—. Para nosotros aquello fue una bofetada en la cara, una condena a muerte pendiente de apelación».

Para echar más leña al fuego, en una entrevista Jagger dijo que los Stones eran «una piedra atada al cuello». En respuesta, Richards desató «la Tercera Guerra Mundial» en la prensa y salió a atacarlo con todo lo que tenía. Hasta amenazó con cortarle la garganta si se le ocurría tocar canciones de los Stones con otros músicos. «Ya ni recuerdo todos los comentarios mordaces y las burlas que salieron de mi boca: “Es un disco boy; el grupito para que Jagger se haga una paja; ¿por qué no se junta con Aerosmith?”… —relata Richards en Vida—. Llegó un punto en que la cosa se puso muy fea, y un día un periodista me preguntó: “¿Cuándo van a dejar el puterío?”. “Pregúntale a la puta”, respondí. Y luego pensé: “Que haga lo que le plazca, ¡que se rompa la cara él solito!”. Había dado muestras de la más absoluta falta de amistad y camaradería, carecía de lo necesario para mantener unida a una banda. Todo era una mierda».

Dirty Work casi termina como el último disco de los Stones, pero hoy puede verse como el fusible que evitó el apagón final. Jagger inició su faceta como solista, y hasta Richards comenzó a pensar y trabajar en la suya de la mano de su propia banda, los X-Pensive Winos. La guerra entre ambos continuó un tiempo, hasta que en 1989 acordaron una reunión en Barbados para firmar la paz. «Independientemente de lo que haya podido pasar, Mick y yo tenemos una relación que todavía funciona. ¿Cómo si no, al cabo de casi cincuenta años, podríamos plantearnos aún volver a salir juntos a la carretera?», escribió el guitarrista en su libro. La respuesta la podemos escuchar esta semana, en la ciudad de las diagonales.

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viernes, 5 de febrero de 2016

Encuentro cercano con el primer David Bowie

The Deram Anthology permite redescubrir al artista mucho antes de que cayera a la Tierra.



Antes de Ziggy, Aladdin y aún más lejos de su versión del extraterrestre Thomas Newton, hubo un David Bowie que, ahora, parece más alienígena. Un escuálido veinteañero de peinado mod y look eduardiano, amante del music hall e ignorante del glam, con el que podemos (re)hacer contacto.

Universal acaba de editar en nuestro país The Deram Anthology 1966 – 1968, una colección cronológica de los trabajos que el cantante realizó para aquel sello (subsidiario del famoso Decca), que nos muestra un asombroso y no muy conocido período del plástico artista: esos años en los que deja atrás The King Bees, The Manish Boys, The Lower Third y The Buzz, abandona el nombre Davy Jones y comienza a moldear su leyenda como David Bowie.

Originalmente lanzado en 1997, el álbum incluye los primeros singles que grabó para esa discográfica, sus respectivos lados B y su disco debut completo, una experiencia que, para quien esté acostumbrado al sonido del Duque Blanco, puede resultar «el equivalente en vinilo de una mujer loca en el ático» (como alguna vez el biógrafo David Buckley describió al primer álbum de Bowie).
Estas son veintisiete canciones de un artista en búsqueda y fuera de tiempo que, en plena era de psicodelia, LSD, distorsión, y en medio de las apariciones de Pink Floyd, The Doors y Jimi Hendrix, prefería encontrar su primera forma en los musicales y el varieté de artistas como Danny Kaye y Anthony Newley. El trabajo de este polifacético compositor británico fue una influencia formadora para Bowie desde que vio su obra de temática circense Stop the World – I Want to Get Off, de 1961, en el West End. «En ese momento empecé a elaborar mi propio estilo. Newley era el único que no intentaba cantar con un falso acento norteamericano», dijo años más tarde, cuando ya se había convertido en Ziggy Stardust. Y en canciones como «Rubber Band» y «The Lonely Boy» puede escucharse cómo imita su estilo vocal y hasta exagera la pronunciación británica.

La antología puede resultar el extraño encuentro con un Bowie de otra dimensión, pero también es el anticipo del genio que caería a la Tierra poco después. En la teatralidad de canciones como «Uncle Arthur», «Little Bombardier», «Silly Boy Blue», «There is a Happy Land» y «Please Mr. Gravedigger» boceta sus primeros personajes. Hay rastros de Aladdin Insane en la joya «Let Me Sleep Beside You». Y no cuesta imaginar en el soundtrack de Laberinto (1986) a la infantil «The Laughing Gnome», una canción inconcebible hasta para Alvin y las Ardillas que el artista, treinta años más tarde, llegó a asociar como precursora de «Little Wonder».

«Para mí, un camaleón es algo que se disfraza para verse lo más parecido posible a su ambiente. Siempre pensé que hice exactamente lo opuesto a eso», decía Bowie en 1993, sobre el mote que lo acompañaría gran parte de su vida. Este disco es el primer testimonio de cuán ciertas fueron esas palabras.



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