Drogas, traición, peleas
y muerte rodearon el disco más difícil de sus majestades satánicas. La historia
del álbum que casi termina con la banda.
Durante más de cinco décadas, los Rolling Stones atravesaron innumerables crisis que pusieron en vilo su existencia, aunque pocas tan conflictivas como la grabación de Dirty Work. Lanzado en marzo de 1986, quedó al fondo de la discografía del (por entonces) quinteto como un testimonio de su peor etapa artística. Pero también puede rescatarse como una historia de supervivencia.
Los problemas ya venían en el estudio desde
comienzos de los 80. Richards, harto del ego y el afán controlador de Jagger,
lo llamaba despectivamente «Brenda» o «Madam» para poder insultarlo sin que se diera cuenta. La grieta pronto se trasladó a los conciertos. Se dice que, en la gira de Tattoo You, estaba estipulado por
contrato que Jagger dejara el escenario durante las canciones que cantaba
Richards. Y, en alguna oportunidad, el guitarrista llegó a secuestrar
una grúa que elevaba al cantante durante la interpretación de «You Can’t
Allways Get Wat You Want» para despacharse con un solo de veinte minutos.
Para 1983, luego de la grabación de Undercover, la relación entre los Stones
pendía entre jirones de celos, adicciones y hastío (inter)personal. «Estábamos
aburridos de tocar entre nosotros, llegamos a un punto en que nos cansamos de
todo —recordaba Jagger en un entrevista de 1995 para Rolling Stone—. Bill [Wyman] no era muy entusiasta. Es un tipo que
nunca quiere hacer mucho… es un poco vago y aburrido. Y tenías a Charlie
[Watts] exagerando en todo».
En su autobiografía Vida (2010), Richards detalla cómo las tensiones en el grupo llegaron
a los puños una noche de 1984 en un hotel de Holanda, cuando Jagger, borracho,
llamó a las cinco de la mañana a la habitación de Watts y osó preguntarle
«¿dónde está mi baterista?». No tuvo respuesta y colgó, pero a los veinte
minutos, Watts apareció en el cuarto del cantante y le dijo «nunca más vuelvas
a llamarme “tu baterista”» antes de embocarle un terrible gancho de derecha. «Mick cayó de espaldas encima de una bandeja
de salmón ahumado que había en la mesa… y en
el último instante lo agarré antes de que cayera a uno de los canales de
Ámsterdam. Tardé veinticuatro horas en calmar a Charlie… pero al cabo de doce
seguía diciendo: “¡A la mierda, voy a bajar a darle otra!”. Y eso que cuesta
mucho hacerlo calentar», reveló el guitarrista.
El clima empeoró en
1985 cuando el frontman decidió concentrar
las energías en su debut solista, She’s
the Boss. Richards se sintió defraudado al ver que su «hermano de diferente
padre» dejaba la banda de lado ni bien acababan de firmar un multimillonario
acuerdo con CBS Records. «El timing
fue muy raro, sacar un disco obviamente comercial justo antes de que empezáramos
a trabajar en un nuevo disco de los Stones —contó el violero a Spin en 1986—. Si hubiera hecho sus
canciones favoritas de folk irlandés con una arpista, tenido a Liberace acompañándolo
en covers de Frank Sinatra o algo que
no pudiera hacer con los Stones, hubiera estado bien. Para mí, un álbum de Mick
Jagger debería haber sido un evento gigantísimo y no cualquier otro disco. Le
dije que era tontería y no un trabajo inspirado».
«Cuando firmamos el contrato con CBS, tenía
estipulado hacer un disco en solitario. Keith sabía de eso, así que no fue algo
que salió de la nada. No
quiero justificar lo que pasó. Fue una mala época. Todos nos estábamos llevando muy mal», se defendió Jagger años más
tarde. Pero la herida estaba abierta. El disco salió en febrero de aquel año, justo
cuando la banda comenzó a componer en Francia. Richards despreciaba She’s the
Boss. «Un título que lo dice todo. Nunca he llegado a escucharlo entero. ¿Quién lo hizo? Es como Mi lucha. Todo el mundo tenía una copia, pero nadie lo escuchaba», escribió décadas
más tarde, aún con saña.
La mayor parte del «trabajo sucio» recayó en
Richards. Según el guitarrista,
el clima en los estudios Pathé Marconi de París «estaba enrarecido». Habían
tenido que retrasar las sesiones varias veces por los compromisos de Jagger,
quien «apenas llevaba canciones con las que trabajar porque las había metido
todas en su disco» y «ni siquiera aparecía en el estudio». «El espantoso
ambiente que se respiraba estaba afectando a todo el mundo. Bill Wyman
prácticamente dejó de acudir y Charlie se volvió a su casa», confiesa el músico
en su libro.
Alguna vez pensaron en titularlo
19 Stitches, luego de que un técnico
drogado se cayera sobre una mesa de vidrio y quedara con múltiples heridas. Ron Wood, que aún se recuperaba de su
alcoholismo, compuso temas y se hizo cargo de muchas de las partes de bajo, al
tiempo que Watts hacía lo que podía. Su adicción al speed y la heroína apenas lo dejaba tocar, y varias canciones
quedaron en los palillos de Steve Jordan y Anton Fig. Mientras tanto, Richards echaba espuma por la
pluma con letras directas hacia su ausente amigo. «Te voy a machacar hasta que seas un montón
de moretones / porque eso es lo
que estás buscando… / Tengo que pelearme / no lo puedo evitar», lo amenaza «Fight». Y el bromance se pudre en «Had It With You», donde destila más
odio que amor:
«Siempre tratás de molestarme.
Siempre parecés acecharme.
Emitiendo órdenes, gritando instrucciones.
Y me harté, me harté, me harté, me harté de
vos.
Y me harté, me harté, me harté, me harté de
todo».
«Creo que nunca
había escrito ninguna canción, aparte de “All About You”, cuyo protagonista
fuera tan claramente Mick», confesó luego el violero, como si faltara
confirmarlo.
El 13 de julio de 1985, cuando casi promediaba
la grabación de Dirty Work, la banda se
presentó en el festival Live Aid y exhibió en vivo de lo que pasaba en el
estudio: Richards y Woods, por un lado, acompañaron el set de Bob Dylan, mientras
que Mick Jagger hizo su propio show, donde
aprovechó para difundir su flamante single
«Just Another Night» e interpretó el clásico «It's Only Rock 'n Roll (But I Like It)» (en un recordado dueto con Tina
Turner).
Los Stones se resquebrajaban
y, si faltaba un golpe para partirlos, llegó el 12 de diciembre con la muerte
de Ian Stewart de un ataque al corazón. El pianista y road manager, histórico «sexto Stone» a quien
el productor Andrew Loog Oldham había expulsado del grupo en los 60 por feo, era
una autoridad y referencia para el resto de los miembros, una suerte de conciencia
blusera en la forma de un paciente hermano mayor. «Todavía trabajo para
él. Entiendo que los Rolling Stones le pertenecen», afirmó Richards en Vida, quien aseveró que la muerte lo
afectó tanto como la de su hijo.
Dirty Work se
editó poco después, en marzo de 1986, dedicado en su honor y con una grabación
del pianista incluida como tema oculto. El disco fue precedido en febrero por «Harlem
Shuffle», un cover de Bob & Earl
de 1963 que Jagger grabó en apenas dos tomas. Por primera vez en veinte años,
los Stones no lanzaban como primer sencillo un original de Jagger-Richards. Era
un anticipo de la sequía del álbum, donde apenas tres de los once tracks llevaban la rúbrica del célebre tándem.
El segundo single fue el poco
memorable «One Hit (To the Body)», una premonición del rock de fórmula genérica
que la banda editaría en los años venideros (¿alguien puede notar la diferencia
entre este y temas como «Rock and a Hard Place»,
«You Got Me Rocking» o «Rough Justice»?)
«Dirty Work fue el período más complicado de todo nuestro viaje. Te
das cuenta porque tiene cuatro canciones mías, lo cual es un claro signo de que
el motor compositor de Keith y Mick no estaba funcionando bien», se sinceró Ron
Wood en una entrevista de 2003.
Ni la participación de Jimmy Page,
Tom Waits y Bobby Womack, ni la producción del ascendente Steve Lillywhite (Peter
Gabriel, U2, Simple Minds) ayudaron a cubrir la falta de inspiración. La
portada terminó de rematar la obra más débil y fechada de los Stones con una
foto que los hacía lucir como una banda de narcotraficantes fugados de División Miami. Aun así, Dirty Work fue un éxito comercial: los
Stones sonaban (y se veían) en sintonía con los tiempos, encontraron en «Harlem
Shuffle» el hit (y el videoclip)
necesario para no perder el tren de la era MTV y el disco rankeó entre los
primeros puestos en Estados Unidos y el Reino Unido. Pero ¿es un álbum de los
Rolling Stones?
«Es raro, porque usualmente
me gusta hablar de los discos que acabo de hacer, pero con este siento que no
quiero decir mucho. Mick hizo un poco, pero fue un disco inspirado por Keith
Richards», dijo un dubitativo Lillywhite a Spin
en 1986. En 2010, en una entrevista con A.V. Club, no se guardó nada: «Sí, yo
produje el peor disco de los Rolling Stones. Hasta que llegó el que le siguió.
[Risas]. Pero, básicamente, porque no pude rechazarlos. Un verdadero hombre
nunca dejaría pasar la chance de trabajar con leyendas como ellos. Pero eso no
quiere decir que supiera que iba a ser bueno. Es necesario un buen viento de
cola para hacer un gran disco, y los Stones no lo tenían entonces. Había demasiada
amargura. Fue el mal final de sus adicciones. Fue un lío, pero tuve que
hacerlo. Aprendí más de ellos que ellos
de mí, eso es todo lo que puedo decir de la experiencia».
Pese a los deseos de Richards,
Jagger se negó a presentar el álbum en vivo y se lo informó al resto de una
manera, digamos, diplomática: por carta. «Hacer un tour con Dirty Works hubiera sido una pesadilla.
Fue un período terrible —le contó en 1995 al periodista Jann Wenner—. Nos
odiábamos, había muchos desacuerdos. Era lamentable, y Charlie estaba en muy
mal estado… En retrospectiva, estuve ciento por ciento en lo correcto…
Probablemente hubiera sido el final de la banda».
El guitarrista lo tomó como
un vil engaño cuando se enteró de que el cantante iba a presentarse en vivo con
un segundo álbum solista bajo el brazo. «La gran traición de Mick, la que me cuesta perdonar, una maniobra que
parecía diseñada con el propósito de acabar con los Rolling Stones, fue que
anunciara en marzo de 1987 que saldría de gira con Primitive Cool —escribió «Keef»—. Para nosotros aquello fue una bofetada en la
cara, una condena a muerte pendiente de apelación».
Para echar más leña
al fuego, en una entrevista Jagger dijo que los Stones eran «una piedra atada
al cuello». En respuesta, Richards desató «la Tercera Guerra Mundial» en la
prensa y salió a atacarlo con todo lo que tenía. Hasta amenazó con cortarle la
garganta si se le ocurría tocar canciones de los Stones con otros músicos. «Ya ni recuerdo
todos los comentarios mordaces y las burlas que salieron de mi boca: “Es un disco boy; el grupito para que Jagger se haga una paja;
¿por qué no se junta con Aerosmith?”… —relata Richards en Vida—. Llegó un punto en que la cosa se puso muy fea, y un día un
periodista me preguntó: “¿Cuándo van a dejar el puterío?”. “Pregúntale a la
puta”, respondí. Y luego pensé: “Que haga lo que le plazca, ¡que se rompa la
cara él solito!”. Había dado muestras de la más absoluta falta de amistad y
camaradería, carecía de lo necesario para mantener unida a una banda. Todo era
una mierda».
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