Antes de su show en Buenos Aires, el último genio
del prog promueve el audio en alta
calidad para combatir la piratería y critica la alienación de las redes
sociales: “Todos están muy absortos en su propia vida”.
Desde hace casi 30 años, Steven Wilson viene desdibujando
las fronteras entre art rock, psicodelia,
electrónica, krautrock, folk, jazz fusión, ambient y, claro, el más clásico
rock “progresivo”. Pero, más bien, él es un artista progresivo del rock:
esos pocos tipos que siguen entendiendo la música como una forma evolutiva sin restringirse
necesariamente a una categoría afín a virtuosismos y extravagancias de 22
minutos con dragones o distopías futuristas.
Su nombre emerge detrás de bandas como No-Man, IEM,
Bass Communion, Storm Corrosion, Continuum,
Blackfield y, fundamentalmente, Porcupine Tree, el celebrado cuarteto que
supo reunir lo mejor de Pink Floyd, Rush y King Crimson.
Polifacético y prolífico
como pocos (lleva editados, entre todos sus proyectos, unos 40 discos de
estudio), desde hace unos años está concentrado en su carrera solista. Apenas
entre 2013 y 2015, pasó de un sobrecogedor trabajo basado en relatos de
fantasmas (The Raven That
Refused to Sing) a un álbum conceptual inspirado en la historia real de una joven británica cuya muerte
fue ignorada durante más de dos años, hasta que hallaron su cuerpo en la
habitación que alquilaba en pleno Londres (el brillante Hand. Cannot. Erase). Un relato que le sirvió para volver a poner su mirada crítica sobre la
alienación del social media y la
supuesta vida interconectada que llevamos, temática recurrente en su
discografía.
Ahora retornará a
Buenos Aires, este martes 22 en Groove,
para presentar 4 ½ , su cuarto trabajo y medio en la forma de un EP
de “canciones huérfanas” que son una excelente excusa para reencontrarse con
este verdadero bocho contemporáneo.
¿Por qué la historia de Joyce Vincent te impactó tanto
como para inspirar todo Hand.Cannot.Erase?
Hay algo en esa historia que tiene que ver con vivir en el
siglo xxi, con cuán aislado se
puede estar aun viviendo rodeado de seres humanos. Y creo que es algo que está
en crecimiento. Hay muchas historias, tanto de hombres como de mujeres, que
esencialmente se están volviendo completamente alienados, separados de otras
personas. Me parece algo bastante sintomático del mundo digital, de las redes
sociales, de la tecnología y del hecho de que todos están muy absortos con su
propia vida. Son personas que esencialmente están desapareciendo a pesar de
vivir entre nosotros. Creo que es una historia moderna, de lo que significa
estar vivo en esta época.
¿Cómo fue tener que
escribir desde una perspectiva femenina?
Fue un desafío. No sé cuán bien me salió [risas]. Este es el
álbum más popular que escribí, y las mujeres son la mitad de la población. Así
que estuvo bastante bien. Pero creo que lo que pasa es que, al fin y al cabo,
hay mucho de esa historia que no es específico de las mujeres. El aislamiento
es algo universal.
¿En qué maneras 4 ½ conecta tu trabajo anterior con el
próximo?
Creo que tiene que ver más con cómo se vincula con el último
y no con el disco que vendrá. En realidad, está formado con lo que yo llamo mis
“canciones huérfanas”, que son las que no encajaban en ninguno de los otros
proyectos. Unas las escribí originalmente para Hand. Cannot. Erase.; otras, para The Raven That Refused to Sing. Y no se usaron, pero eso no quiere
decir que no estuviera orgulloso de ellas, sino que simplemente no encajaban
conceptual o temáticamente en esos discos. Pero sí creía que eran sólidas y
quería darles la oportunidad para que brillaran. Así que, para mí, es más bien
un lanzamiento que acompaña a Hand.
Cannot. Erase. y significa dar vuelta la página y pasar a una nueva
dirección para el próximo álbum. Todavía no sé cómo va a ser: será una sorpresa
para mí también.
¿Ya estás componiendo?
Recién acabo de empezar. Tengo unas ideas básicas. Escribí
unas seis o siete canciones, pero solo dos me gustan [risas]. Pero eso es
normal en mí: siempre escribo mucho más de lo que necesito, especialmente en
los inicios de un proyecto. Y así, experimentando se puede decir, encuentro la
dirección correcta. Todavía es demasiado pronto para decir algo, salvo que va a
ser muy diferente. No me gusta repetirme. Y quiero sacarlo para noviembre del
año que viene —faltan todavía casi dos años— porque voy a cumplir 50. Y es un
gran hito en mi vida cumplir medio siglo en este planeta. Por eso, quiero
lanzarlo en celebración de mis 50 años. En esa etapa, como que tenés que
reconocerte a vos mismo que, probablemente, ya pasaste más de la mitad de tu
vida, estás más cerca de la muerte que del nacimiento. Bueno, ya lo estoy ahora…
tengo 48 años [risas]. Pero cumplir 50 es muy significativo.
Te suelen mencionar
como un símbolo del rock “progresivo”, pero a vos no te gusta esa categoría…
No es que no me guste esa etiqueta en particular. No me
gusta ninguna etiqueta. No tengo un problema especial con usar ese nombre para
denotar un tipo de música. Pero no me gusta la idea de que la música que hago
es en algún modo genérica, de que encajo en una casilla. Mi música tiene
elementos de la electrónica, del ambient, de la música de cantautor y también del
progresivo de los años 70. Pero creo que es mucho más que eso. Hay un
componente que tiene que ver con contar historias, que la gente asocia con el
denominado rock progresivo, la idea del álbum conceptual. Y, por supuesto, eso
tiene una fuerte presencia es mi música. Pero, en definitiva, me resisto a todo
tipo de categorización porque no me gusta la idea de estar haciendo una clase
de música específica.
Sos promotor de la
grabación en alta fidelidad y de las mezclas surround, pero la mayoría de los artistas hoy graba en estándares
inferiores porque el público suele escuchar en MP3 mientras viaja en subte o en
el auto. ¿La manera en que disfrutamos la música condicionó y limitó la forma
de grabarla y, en consecuencia, su calidad?
Ciertamente, no debería pasar eso. Me parece que uno siempre
aspira a la mejor calidad, y tenés que pensar siempre en los fans que quieren
escuchar tu música en una buena resolución. No se esperaría que un cineasta
dejase de filmar en 35 mm o alta definición solo porque la mayoría de la gente
termina viendo las películas en una laptop.
De igual manera, no esperarías que un pintor dejara de usar lienzos
porque, total, la gente va a ver las
obras en la computadora. Creo que, como artista, en última instancia, siempre
estás tratando de complacerte a vos mismo. Yo creo en el audio de alta fidelidad.
Y creo que es un público pequeño, pero que está creciendo, porque hay gente
como yo que anima a las personas a escuchar y experimentar la música en la
mayor calidad posible. Y si hacemos eso, entonces, más gente la va a descubrir
y disfrutar. En ellos pienso cuando hago mis discos.
¿Qué opinas de
servicios de streaming como Spotify, en
particular en términos de lo que se le paga a los artistas?
Creo que es feo. Ni siquiera me preocupa lo de la plata,
sino la calidad de la experiencia. Y volvemos a tu pregunta anterior. La gente
está escuchando música en una muy baja calidad. El aspecto monetario, por
supuesto, es absurdo. Creo que el tema es más amplio y va más allá del streaming: está muy profundamente
arraigado en la psiquis de los seres humanos que ya no tenés que pagar por la
música, que es algo gratis. Eso es un problema y no sé cómo se puede revertir,
porque en los últimos diez años es algo que se afirmó en la nueva generación. Y
esta es otra razón por la cual creo en promover la alta resolución: porque la
gente que aún cree en el audio de alta calidad es también la que aún cree que
hay que pagar por la música, ya sea en vinilo, en Blu-ray, en CD, en una
edición especial… Me parece que esa actitud en el público es algo que tenemos que
cultivar. Y la mejor manera de hacerlo es ofrecerles formatos de audio con una
calidad hermosa. Ese sería el antídoto a la filosofía de baja resolución del streaming.
Se sabe que una de
tus cuentas pendientes es hacer música para películas. ¿Cómo es que todavía no
se te dio?
Quizás sea mi ambición incumplida número uno. Hace rato que
tengo ganas. Toda mi vida me dijeron que mi música es muy cinematográfica, que
iría muy bien para una película. Yo también lo creo. Pero, hasta ahora, no
recibí ninguna invitación. Es una lástima, porque me encantaría.
Giorgio Moroder hizo la
música para Metrópolis, los Pet Shop
Boys para El acorazado Potemkin. ¿Qué
clásico elegirías para hacerle un soundtrack?
Un perro andaluz, de
Luis Buñuel y Salvador Dalí, es una de mis películas favoritas. Y si la mirás, te
das cuenta de que el soundrack
original como que queda mal con las imágenes. Al menos, yo siempre sentí eso. Y
me encantaría hacerle una nueva música.
Esta va a ser tu
cuarta visita a Buenos Aires…
Sí, y siempre quedo gratamente sorprendido por la pasión y
el entusiasmo que los fans argentinos
sienten por mi música. La primera vez que fui a la Argentina ya llevaba veinte
años de carrera, no me habían invitado antes. Y no tenía ni idea de que hubiera
tanta gente apasionada por lo que hago. Así que fue un shock, una sensación maravillosa. Siempre espero con ansias poder
volver a Buenos Aires, es uno de los destinos más esperados en cualquier gira.
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