Hablamos con Nathan
Saoudi, miembro de una familia inglesa muy normal.
«Lo único que sé de tu país es no apostar por Argentina en el
Mundial y que comen más carne que nosotros», dispara Nathan Saoudi, así: directo, desfachatado y con un humor que raspa.
Tal como esa banda de reventados de la que es tecladista, Fat White Family, acaso el grupo inglés más desagradable del
momento.
Si se hace un rápido recorrido por lo que se ha escrito sobre
ellos, se encuentran calificativos como «sucios», «grotescos», «enfermos», «vulgares»,
«indignantes» y «guarros». «Depende de Alá hacer esa valoración. Esos adjetivos pueden ser
apropiados a veces, pero también tenemos una parte tierna que, si la acariciás,
y la acariciás bien, produce la mejor imagen de la represión sexual», responde
el músico, y agrega el «depravados» a la lista. ¿Es para tanto?
A ver, repasemos. La
prensa británica coincide en que ofrecen uno los espectáculos más shockeantes y
escandalosos de la actualidad. El cantante y hermano de Nathan, Lias, se ha
puesto en pelotas en el escenario, se masturbó y se cagó (literalmente) en vivo,
embadurnó de harina al público y hasta llegó a patearles una cabeza de chancho
(que, dicen, golpeó de casualidad a un vegano en la audiencia. Qué puntería). Hacen
videos que te desafían a no vomitar (“Cream
of the Young”) o en los que (también literalmente) te muestran el ojete (“Touch the Leather”). Tienen un disco revelación
titulado Champagne Holocaust (con un
cerdo comunista muy bien dotado en la portada) y canciones que llevan títulos
como «Bomb Disneyland» y «Who Shot Lee Oswald?».
Y, además, son una familia sin pelos en la lengua: Celebraron
la muerte de Margaret Thatcher
con un banner que rezaba «The Bitch Is
Dead», dijeron que Alex Turner, de Arctic Monkeys, «es claramente un
tarado» y amenazaron con unirse a ISIS «a no ser que Mac DeMarco se retire inmediatamente de la música y la vista del
público». Ah, y no
bajarían canciones de Thom Yorke «ni que nos paguen por hacerlo».
Se podría pensar que son una
manga de bocones y provocadores, pero ellos apuntan a sacudir una escena que
tildan de comercial. «Es inquietante la constante cantidad de porquería que logra
estar en la radio o en festivales. El 99% del tiempo son puras pavadas. Siempre habrá grandes bandas, pero, como
vivimos en un vacío espiritual, no se las considera “comercializables”», opina,
y reparte también pata los artistas históricos, como los Rolling Stones, que continúan ocupando los escenarios. «Los
felicito por arreglárselas para seguir caminando y respirando. Más
allá de eso, ir a uno de sus recitales es solo un viaje lamentable de
nostalgia. ¿A cuánto están las entradas?», remata.
Encima, como si llamaran a los
problemas aún cuando no los buscan, fueron incrédulos protagonistas del fatal 13
de noviembre pasado en París, cuando tuvieron que interrumpir su show en La Cigale por los ataques
terroristas (ver el minuto 45 del siguiente video). «Recuerdo que me dijeron que
parase de tocar en medio de una canción y que, luego, me puse a tomar hasta
caer en un abismo rezando por la bomba. Todavía sigo rezando».
La NME dicen que suenan «tan
oscuros, pervertidos y desagradables como los años 70». No está nada mal: este
sexteto es una orgía lisérgica de carne psicodélica y sudor punk, y ofrece
momentos en los que uno bien puede
imaginar a Frank Zappa, Sparks, The Fall y The Birthday Party
como miembros de la Familia Manson. Es más: el guitarrista, Saul Adamczewski, tiene el proyecto
paralelo Fat
White Manson Family, donde toca covers
del famoso criminal. Todo cierra.
«Si el sonido de la banda fuera una voz, sería esa
voz que te recuerda “¿por qué?”, “¿para qué seguir?”, “¿por qué, hermano, por
qué?” —intenta ¿explicar? Saoudi—. Y el estilo de esa voz, bueno… yo me imagino
que sería como Sam Neil susurrándome».
Estos dementes acaban de
editar su segundo álbum, Songs For
Our Mothers, donde perfeccionan su fórmula retorcida y tóxica y se
obsesionan con el fascismo (vean el video del single «Whitest Boy On The Beach» más abajo) en canciones como «Duce», «Lebensraum» y «Goodbye Goebbels». «Nos interesa la historia, esa historia que dio forma y destrozó el mundo
tal como lo conocemos. No creo que sea sabio considerar los extremismos de la
condición humana como algo que se haya ido para nunca más volver —aclara el tecladista—.
El pasado tiene que ser revisitado, estudiado y usado. Los nazis lo llevaron al
límite de lo absurdo. Todos sabemos lo que hicieron. Pero, vamos, ¡Hitler
debería haber leído La guerra y la paz
antes de intentar invadir Rusia! Qué tonto. Este nivel de absurdo debería ser
ridículo. “Lebensraum” es sobre la ola de gentrificación, que está haciendo que
gente como nosotros no puedan solventar un lugar donde vivir. ¡No es una oda a
la política nazi!».
El
disco también cuenta con la colaboración de un hijo ilustre, Sean Lennon. «Vino a nuestro primer
concierto en los Estados Unidos, en Texas, y nos ofreció generosamente algo de
comida mexicana, que no pudimos rechazar. Luego, cuando fuimos a Nueva York, no
teníamos dónde quedarnos y nos dio lugar a todos. Es un señor y, también, un
gran músico. Puede tocar cualquier cosa. No puedo decir nada malo de él,
probablemente hasta le entregaría a mi mujer», confiesa Saoudi. Y viniendo de
estos degenerados, seguro que es para tomarlo literalmente.
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