Antes de una nueva “misa”
de Solari, el escritor ricotero defiende al cantante, habla de su pasión por la
banda y de la nueva reedición de “A brillar mi amor”, libro de culto para la
feligresía redonda.
Jorge Boimvaser es un reconocido periodista que, cuando no
está investigando escándalos políticos o destapando operetas de los servicios
de inteligencia, se lo puede encontrar en los recitales del Indio Solari y de
Skay. Y, mucho antes, en los conciertos de Los Redonditos de Ricota. “No me
imagino ningún escenario mío al margen de un escenario de los Redondos;
obviamente, con ellos arriba y yo abajo. Lugar donde tocaban, yo iba, al punto
que tengo encima más de 150 misas”, dice, orgulloso, con una voz añeja que bien
podría ser la del “Héroe del whisky”.
Como uno de los primeros seguidores de Patricio Rey y sus
Redonditos de Ricota, Boimvaser conoció desde el campo cómo se desarrolló el
fenómeno social y cultural que rodeó a la banda, en su momento, y continúa extendiéndose
hoy alrededor de sus exintegrantes. Desde ese lugar, escribió en 2000 A brillar mi amor, un libro construido a
partir de relatos y testimonios del público ricotero que, más que una biografía,
se ha convertido en una “mitología no autorizada” fundamental para entender la
pasión popular por el legendario grupo.
“A mí no me interesaba saber qué hacía el Indio cuando era
chico o a qué jugaba Semilla Bucciarelli en el colegio. Lo que yo tenía era una
biografía desde el mismo público: historias que jamás me hubiera imaginado que
pudieran pasar, casi sobrenaturales, que no tienen una explicación lógica”, revela
el autor. En el libro (que acaba de reeditarse, una vez más, en una versión actualizada
y ampliada) pueden encontrarse diversos relatos con un enfoque “metafísico,
esotérico, místico e, incluso, paranormal”: desde un niño que conoce los temas
de la banda porque los aprendió en el vientre materno, a una ciega que comienza
a ver cuando su novio la suelta en el “pogo más grande mundo”. Lisiados que, de
golpe, se levantan de su silla de ruedas para cantar, o tiernas historias de
“desangelados” que encuentran el cariño, la compañía o la comprensión negadas
en el seno de la feligresía ricotera.
¿Cuándo y cómo entrás
en contacto con la música de los Redondos y comenzás tu vínculo con la banda?
En 1984, vuelvo a la realidad de la Argentina sin la
bestialidad genocida de los militares y había estado muy alejado del rock. Estuve
en la clandestinidad y, en esa época, había dos lugares muy peligrosos para ir:
los recitales y los hoteles alojamiento. Con lo cual, pasé del 76 al 82 sin
coger ni escuchar rock. Todos se ríen, pero fue una desgracia.
Era un momento en que había muy pocas radios que difundían
rock, y uno no tenía mucho acceso a esa música: había que ir a lugares para
escucharla. Yo no encontraba nada que me moviese el amperímetro, nada que me
conmocionara con en los años 70, con el nacimiento de Manal, Almendra, Miguel
Abuelo y toda esa movida muy linda y mística. Hasta que un día fui a Cemento a
ver de qué se trataban unos “Redonditos de Ricota”, y vi el circo que armaban:
uno se ponía en bolas, había striptease,
estaban los monólogos de Enrique Syms… Y escuché dos o tres temas que me dijeron
que a esta banda la tenía que seguir. El Indio tenía la costumbre de subirse al
escenario y decir “ayúdenme a cantar porque tengo la garganta cascarita”. Y yo pensaba,
“la puta madre, me levanto a las seis de la mañana, son las doce de la noche,
vengo a escuchar una banda para sacarme toda la resaca del laburo y ¿este tipo
me pide que lo ayude a cantar?”. Creo que muchos lo queríamos matar. Pero eran
como esa mina que sabés que te va a joder, y vos volvés igual. Eso me pasó con
los Redondos. Y ahí comenzó todo.
¿Cómo fue cambiando
el público de los Redondos? En el libro decís
que se fueron los intelectuales y llegaron los fieritas…
Eso fue en los 80. En esa época, lo que hoy se dicen
“progres” antes se llamaban “psicobolches” que, si querés que te los defina,
eran la izquierda en falsa escuadra. Como Carta Abierta, el último engendro de
progres que hubo en la Argentina, con todos estos supuestos bochos
kirchneristas que se juntaban para decir pelotudeces y justificar lo
injusticable. Bueno, ese tipo de público, muy parecido, fue el que estaba
alrededor de los Redondos. Hasta que, de pronto, en un fenómeno muy difícil de
analizar, empezaron a llegar chicos, los que el Indio llama “los desangelados”;
un poco las víctimas de dos procesos muy jodidos: primero, la Dictadura, que
dejó muchos más huérfanos de lo que se cree. Y, después, del menemismo, que
trajo su secuela de indigencia. Todo ese público comenzó a sentirse bien en el
ámbito de las reuniones ricoteras. Hoy día, el único ámbito de pertenencia que
tienen cientos de miles de chicos es alrededor de los Redondos: desde bandas
tributo hasta las grandes presentaciones del Indio, pasando por las redes
sociales.
Cualquier persona hoy enciende una computadora a la mañana
en su casa y no tiene a alguien que le dé bola o que lo salude. Y vos siempre
te vas a encontrás que en las redes hay una cantidad enorme, más que nada de
mujeres (porque las ricoteras tienen un alma maternal única), que les dicen
“Redondo: que tengas un buen día”. Yo no sé en cuantas actividades de la
Argentina se produce un fenómeno así.
También subrayás esa
dialéctica religiosa que gira alrededor de los Redondos y, ahora, del Indio. Y
eso de hablar de “religión ricotera”, de “misas paganas” con “feligreses” suele
ser muy criticado no solo por parte del público y la prensa, sino también por
un sector del rock...
Uno de los primeros que empleó esa dialéctica referida a los
Redondos y la espiritualidad fui yo. Uso “feligresía” porque no me gusta la
palabra “fan”: el fanatismo para mí es irracional y todos los ricoteros sabemos
por qué estamos alrededor de este fenómeno.
La palabra “misa” viene de una historia que me concierne
directamente. Allá por el ochenta y pico, había empezado a salir con una chica
que solía quedarse a dormir en mi casa. Un día le dejé la llave, comida en la
heladera y le dije: “Acá tenés todo, me voy a ver a los Redondos”. Ella me
decía que no fuera, que no la dejara. Y terminé contestándole: “Hoy hay misa, y
a misa no se falta”. Me respondió que estaba loco, la puse en un taxi y se fue.
Después, conté esto en una mesa de borrachines y un periodista (que, si no me
falla la memoria, es Daniel Ares) me dijo: “¿Así que vos dejaste a una mina por
una misa, y la misa era un concierto de rock? Eso yo lo escribo”. Y, a partir de
ahí, se comenzó a instalar la palabra.
Mirá: la prensa puede decir lo que quiera. Después han
aparecido algunos otros tipejos, tipitos, que cuando andan faltos de prensa,
porque nadie les da bola, salen a atacar al Indio a ver si tienen repercusión.
Por ejemplo, Alfredo Casero, que sale con eso de que el Indio vive en Nueva
York. ¿Y a mí qué carajo me importa dónde vive el Indio? ¿Qué carajo me importa
lo que hace el Indio con su plata, si no trabajó para ningún gobierno? A mí me
sacó la guita por la entrada y por lo que yo le compro.
En su momento, Eduardo de la Puente dijo: “El Indio no
quiere a su gente”. Eso es una pelotudez. Yo a un artista le pido que me
conmueva, no que me quiera. Cuando voy al cine a ver una de Ricardo Darín, no
le pido al boletero un certificado de cariño de Darín para Jorge Boimvaser. ¡Es
una pelotudez total!
¿Sabés qué? Hay mucho resabio de la vieja cultura rica que
supone que la historia debe ser como ellos la ven o la sienten. Muchas
veces escuché a supuestos intelectuales despreciar todo lo que es la pasión por
el fútbol. A gente como [Jorge] Lanata y [Juan José] Sebrelli le gustaba decir
que el fútbol es, supuestamente, para idiotas, porque los de la tribuna estamos
en una zona de pobres, mientras los que están en la cancha son multimillonarios.
Estos tipos no fueron contagiados por la magia de la gente que tiene pasión por
el fútbol. Entonces, tienen envidia por no tener pasión por nada. Muchos de los
que han criticado, dentro y fuera del ambiente musical, a los Redondos lo hacen
porque no han podido sentir esa magia. No han podido meterse en la piel de la
gente que está palpitando, por ejemplo, lo que va a ser la nueva misa del Indio
este 12 de marzo.
Pero también se atacan
las contradicciones del Indio. Se lo tilda de demagogo, de hipócrita. Están instaladas
estas cuestiones de que “se hace millonario arrastrando a los pibes pobres”, de
que “se la gasta en Estados Unidos”, de que “dice que está cerca de la gente,
pero vive encerrado, en un caserón”…
Todas esas son cuestiones secundarias hasta el momento en
que uno escucha al Indio. Las canciones de Solari tienen algunas partículas
mágicas, al punto que muchas de sus frases quedaron insertas en el inconsciente
colectivo, como “vivir solo cuesta vida”, “lo mejor de nuestra piel es que no
nos deja huir” o “violencia es mentir”. Son frases que se han instalado y se
suelen usar en infinidad de actividades que no tienen nada que ver con la
música.
Entonces, todo esto de si el Indio llega a los chicos
marginales, o lo que sea, para mí es secundario. Yo le sigo pidiendo a un
artista que me conmueva, y en eso el Indio jamás ha fallado. Si sentís el
fervor en el alma que le ha producido a mucha gente la música de los Redondos,
te olvidás de esas cosas.
¿Qué te parece la
simpatía del Indio hacia el kirchnerismo?
Sobre eso no comparto absolutamente nada. Él puede hacer lo
que quiera, yo no soy kirchnerista. Como me dedico al periodismo de
investigación, conozco los trapos sucios y las inmundicias de los doce años de
kirchnerismo que tuvimos. Eso, a lo mejor, el Indio no lo conoce. Como cuando
le mandó una carta a Cristina, por intermedio de Aníbal Fernández, y la felicitó
por haber luchado contra las corporaciones. Las peores corporaciones se
instalaron en Argentina
gracias a Cristina. Barrick Gold, que arrasa, ensucia y contamina
el terreno; Chevron en materia petrolera, echada hasta de Ecuador por
contaminación; y Monsanto, que nos envenena con sus agroquímicos y su
porquería. Esas tres entraron al país de la mano de los Kirchner. Pero eso no
me tiene que separar. No es que, a partir de ahora, “Juguete perdido” deja de
gustarme porque el Indio es kirchnerista.
¿Lo conociste al
Indio, lo pudiste entrevistar?
No. Nunca se dio la ocasión. Somos como dos náufragos que se
saludan de barco a barco cuando se cruzan en el océano, y después cada uno
sigue por su lado. El libro original quería terminarlo con una charla con él; me
mandó un mensaje en su momento, de encontrarnos, pero fue como que iba a estar
en la Antártida y yo en la
Quiaca. En algún momento nos cruzaremos, espero que con un
vino de por medio.
¿Hay algo que te
morís por preguntarle?
Nunca
lo creí, por eso nunca se lo preguntaría, eso de que “Tarea fina” estaba
dedicada a Karina Rabolini. Hay una leyenda al respecto. Pero no le preguntaría
eso, me parece una boludez. Pienso más en un encuentro informal, sin libreto. Es
como si te fueras a encontrar con la mujer de tu vida, cosa que nunca va a
pasar, porque siempre te cruzás con la equivocada.Leer en GeneraciónB.com >>
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