Hace 40 años, la
prensa revelaba que Peter Gabriel dejaba Genesis, una decisión que la banda
ocultó durante nueve meses, tras un disco traumático y una gira imposible. La
historia de un final que marcó dos inicios.
¿GABRIEL AFUERA DE
GENESIS? La pregunta en la portada de Melody
Maker del 16 de agosto de 1975, en mayúscula catástrofe, era más bien
retórica. Una duda que revelaba un pacto de silencio que duró nueve meses. Y el
resultado de una crisis que se gestó durante más de un año.
A principios de 1974, Genesis estaba en ascenso en la escena
británica. Su quinto disco, Selling
England by the Pound (1973), fue un éxito y los llevó a una extensa gira que
los consagró como una de las mejores experiencias en vivo. Pero toda la
atención se centraba en Peter Gabriel,
cuyas impactantes performances vestido con extravagantes y complejos disfraces
eclipsaban la labor de sus compañeros. «Había momentos en los que entraban
personas al camarín y decían: “¡Gran show, Peter. Cuando te pusiste esa
máscara, se volvieron locos!”. Y los demás nos mirábamos pensado “Eeeh: hola,
esto es una banda. Y la música siempre está primero”», reveló Phil Collins a la BBC, décadas más
tarde, para dar una idea del clima dentro del grupo.
Así todo, en abril el
quinteto se reunió en Headley Grange,
una vieja casona que sirvió de albergue y orfanato durante el siglo xix y que había sido lugar de grabación
de Led Zeppelin. Allí comenzaron a
planear su trabajo más ambicioso hasta el momento: un disco doble conceptual. El
lugar estaba en deplorable estado, infestado por ratas y, según Steve Hackett, por algún que otro
fantasma. «Si alguna vez existió una casa embrujada, era esa. Podías escuchar
sonidos extraordinarios por la noche y era casi imposible dormir», dijo.
Dos temáticas
entraron en pugna. Mike Rutherford
quería un álbum basado en El principito,
la novela de Antoine de Saint-Exupéry,
pero Gabriel impuso una surrealista historia propia sobre la búsqueda de
identidad protagonizada por Rael, un inmigrante de Puerto Rico que debe enfrentar
diversos peligros y criaturas en Nueva York para recuperar a su hermano. Tony Banks detestaba la idea, y el
resto no veía bien que el vocalista asumiera el control y tuviera en el estudio
el protagonismo que ya mostraba sobre el escenario. Ganó la intransigencia de
Gabriel. «Si querés definir un mundo, tenés que dejar que una persona lo pinte:
pocas grandes novelas son creadas por un comité», afirmó. Aunque The Lamb Lies Down on Broadway sería,
más bien, un drama.
Genesis era una
democracia quebrada. Gabriel se sentía cada vez más limitado por los compromisos
de la banda y alejado artísticamente de sus compañeros. En una habitación de la
vieja casona, aislado del resto, le daba letra a su casi álter ego Rael y, cuando
podía, tomaba su bicicleta y se escapaba hacia una cabina telefónica cercana
para hablar sobre un proyecto que lo entusiamaba mucho más. Llamaba a William Friedkin, director en boga
entonces tras el controvertido éxito de El
exorcista (1973), quien lo quería como consultor de su próxima película,
inspirado tras haber leído el texto que Gabriel escribió en la portada de Genesis Live (1973). «Eso era muy
importante para mí. Desafortunadamente, no pasó nada; fue uno de esos proyectos
de Hollywood que se caen. Pero fue algo con lo que la banda (que, luego, le dio
mucho lugar a Phil para que hiciera sus cosas fuera de Genesis) no estaba
feliz», dijo el cantante en una entrevista de 2011. Finalmente, ese film se
convirtió en Sorcerer (1977), que
contó con la música de los electrónicos Tangerine Dream.
Por otra parte, Gabriel fue el primer integrante del grupo
en formar una familia. En julio de ese año, nació su hija, Anna-Marie, luego de
un muy complicado embarazo que dejó a la bebé en una incubadora por tres meses.
«Los doctores no pensaban que iba a sobrevivir. No hay nada más importante que
tu familia, y la banda fue muy poco compasiva. No vio que yo estaba lidiando
con un tema de vida o muerte. Charlamos esto por entonces, pero había un veneno
creciendo entre nosotros, internamente. Había algo de celos y resentimiento
sobre la atención que estaba recibiendo como frontman», explicó a la revista Uncut.
La situación no mejoró cuando el grupo decidió mudarse a una
granja en Gales para comenzar a grabar. Repartido entre sus obligaciones
personales y profesionales, Gabriel escribía en soledad las letras y visitaba
con poca frecuencia el lugar, donde los demás componían la música. Fue un
proceso engorroso, pero dio la primera señal de que Banks, Rutherford, Hackett
y Collins podían trabajar prescindiendo del vocalista, quien, agobiado, les
pidió suspender las tareas un tiempo. «Y
todos le dijimos “no, no queremos parar”. Era una cuestión de principios sobre
cualquier otra. Entonces nos respondió: “OK, quiero hacer la película, así que
me voy”. Recuerdo que estábamos sentados en el jardín preguntándonos qué íbamos
a hacer. “Bueno, tengamos un grupo instrumental”, dije, lo cual por cinco
segundos fue una idea en serio, porque teníamos un montón de música hecha»,
contó Collins en The Book of Genesis,
de Hugh Fielder.
El clima se
descomprimió y todos viajaron a Londres, a terminar los últimos detalles del
álbum en los estudios Island, donde
surgieron nuevos roces. Gabriel invitó al ex Roxy Music Brian Eno,
quien se encontraba allí grabando su disco Taking
Tiger Mountain (By Strategy),
para que «enosifique» algunas canciones con efectos y tratamientos sonoros. «En
realidad, su contribución fue mínima. Suelo preguntarme por qué lo mencionamos
en los créditos, porque lo que hizo fue muy poco», dijo Banks, principal
opositor a esta colaboración.
Así fue cómo Genesis dio a luz a The Lamb Lies Down on Broadway, que salió a la venta el 18 de noviembre de 1974. Para muchos, es su obra maestra, un álbum monumental que, con los años, sería objeto de libros, análisis, controversias y veneración, pero que, en su momento, fue recibido con tibieza (por ser generosos). «Hasta Hitler tuvo mejor prensa», dijo alguna vez Rutherford. No era un obra fácil, sino desafiante y críptica para la crítica, el público y hasta para los mismos integrantes de Genesis. «No sé de qué se trata. Preguntale a Peter, yo solo soy el baterista», señaló Collins en una entrevista a Rolling Stone de 1975.
Así fue cómo Genesis dio a luz a The Lamb Lies Down on Broadway, que salió a la venta el 18 de noviembre de 1974. Para muchos, es su obra maestra, un álbum monumental que, con los años, sería objeto de libros, análisis, controversias y veneración, pero que, en su momento, fue recibido con tibieza (por ser generosos). «Hasta Hitler tuvo mejor prensa», dijo alguna vez Rutherford. No era un obra fácil, sino desafiante y críptica para la crítica, el público y hasta para los mismos integrantes de Genesis. «No sé de qué se trata. Preguntale a Peter, yo solo soy el baterista», señaló Collins en una entrevista a Rolling Stone de 1975.
Para sumar
complicaciones, la banda se comprometió a una extensa gira por Estados Unidos y
Europa que resultó una pesadilla técnica. Se tocaba el disco entero bajo una ambiciosa
puesta multimedia con la proyección de 1.500 dispositivas en tres pantallas, que
debían funcionar en sincronía con el relato en escena (algo que solo ocurrió en
contadas ocasiones). A lo que hay que sumarle el amplio vestuario de Gabriel, que
incluía un inmanejable traje con genitales inflables (el famoso «Slipperman»)
que provocó varias situaciones dignas de This
is Spinal Tap.
«Siendo francos,
fue un desastre. El álbum no tenía grandes ventas y el tour estaba repleto de problemas. Estábamos intentando hacer un show increíble con un presupuesto pequeño
y hubo muchas, muchas noches en las que las cosas salieron mal», dijo Banks
tiempo más tarde.
Hubo algo peor. La
mayoría del público que asistía a los conciertos aún no había escuchado el
álbum y no entendía lo que pasaba, pero más que nunca todos los focos se concentraban
sobre Gabriel. Su figura se acrecentaba y el tour parecía un one-man show
que relegaba a sus compañeros al rol de una banda de acompañamiento, lo cual aumentaba
las fricciones internas. En marzo de 1975, Hackett le decía a un periodista de NME que cubría la gira: «Es verdad, en
escena elegimos hacernos anónimos. Pero me molesta que la gente piense que
Peter hizo todo, desde escribir las canciones hasta diseñar el escenario. En el
último disco hizo menos de la música que nosotros».
Ese cronista no lo
sabía entonces, pero el músico destilaba sus últimas broncas por una situación que
ya tenía un final escrito. Mucho antes, el 25 de noviembre de 1974 en el
Swingos Hotel de Cleveland, Estados Unidos, Gabriel le comunicó primero al manager, Tony Smith, y al resto, después, que dejaba la banda. Apenas habían
transcurrido cuatro de las 102 presentaciones de la gira. El grupo acordó
seguir unido para cumplir con las fechas y dar tiempo a la búsqueda de un nuevo
cantante, pero también porque estaba endeudado con su sello, Charisma. Aun después de la partida del
cantante, debían unas 160.000 libras, según el libro Genesis and The Lamb Lies Down on Broadway (2008).
Aquel fue un
verdadero tour de force que las
partes soportaron en silencio: Uno deseando irse, otros buscando cómo continuar,
juntos en una gira mágica y mentirosa. «Estaba desesperado por contarle a la
audiencia que me iba. Sentía que estaba traicionando a la gente que pagaba por
venir a vernos. No podía ser sincero y decirles lo que sentía», reveló el
cantante el documental Together and Apart
(2014).
«Después del tour, tuve una larga charla con él e
intenté persuadirlo para que se quedara, porque pensé que podíamos superar las cosas.
Pero ya se había ido psicológicamente», explicó Banks años más tarde. «En
cierta forma, fue como una pérdida personal para mí, pero también un alivio, no
puedo negarlo. Entonces teníamos algo que probar, nos dio un nuevo objetivo».
Tras el último
concierto, el 22 de mayo en Francia, la banda retornó al Reino Unido y cada uno
siguió su camino, manteniendo el secreto. Pasaron otros tres meses hasta que la
partida se hizo tapa de Melody Maker.
«El lugar de Peter Gabriel en Genesis está en duda tras rumores que sugieren
que ha abandonado la banda», escribía el semanario. Desde el entorno negaban
las especulaciones: «El grupo está algo taciturno en este momento, pero eso
pasa todos los años cuando están pensado y escribiendo el nuevo LP», respondió el
manager.
Días después, sería
el mismo Gabriel quien confirmaría la noticia de puño y letra con una de las
cartas de renuncia más largas, sinceras y mordaces que el rock pueda recordar. «El
vehículo que construimos para servir nuestras composiciones se convirtió en
nuestro amo y nos enjauló dentro del éxito que habíamos querido. Afectó la
actitud y el espíritu de toda la banda. La música no se ha agotado y todavía
respeto a los demás músicos, pero nuestros roles se habían vuelto rígidos», decía
en el inicio.
Allí contó su deseo
de pasar más tiempo con su familia («Es importante liberar el papá que hay en
mí»), de escapar de la maquinaria industrial («Comencé a pensar en términos
comerciales, muy útil para quien fuera un tímido músico, pero tratar los discos
y al público como dinero me estaba apartando de ellos») y de su
necesidad de experimentar en el arte («Mi futuro en la música, si existe, será bajo
todas las situaciones posibles»). Y finalizaba
con una humorada que tendría algo de verdad y parte de vaticinio:
«Gabriel se fue de Genesis:
1) Para hacer teatro.
2) Para ganar plata como artista solista.
3) Para hacer “la Bowie”.
4) Para hacer “la Ferry”.
5) Para ponerse una “boa peluda alrededor del cuello y ahorcarse”.
6) Para ir a un hospital.
7) Para volverse senil en el medio de la nada».
1) Para hacer teatro.
2) Para ganar plata como artista solista.
3) Para hacer “la Bowie”.
4) Para hacer “la Ferry”.
5) Para ponerse una “boa peluda alrededor del cuello y ahorcarse”.
6) Para ir a un hospital.
7) Para volverse senil en el medio de la nada».
Sería un encore tan extravagante y teatral como sus presentaciones y la
génesis de dos nuevas historias del rock.
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