El artista de Chicago
busca su identidad entre el judaísmo y el cross-dressing
y encuentra uno de los discos del año.
«Quería que este fuera mi mejor álbum y creo que no lo es,
lo cual es un poco decepcionante. Pero es bueno tener una meta inalcanzable,
porque te empuja a mejorar siempre». Al
teléfono con Generación B desde su Chicago natal, las palabras de Ezra Furman
se arrastran cargando el peor peso de la autoexigencia: el de la constante
insatisfacción.
Habla de Perpetual
Motion People, su reciente tercer trabajo como solista (y sexto de su
carrera) que, por el contrario, se siente liviano de cualquier karma: es uno de
los discos más destacados y divertidos de este último semestre del año; la inquieta
mezcla de pop, punk y doo-wop de un tipo inclasificable que, al mismo tiempo,
parece un Tom Waits de la Galería Bond Street, un Jonathan Richman travestido o
un Lou Reed obsesionado con el old time
rock & roll. «Los tres tienen algo para enseñarme. Pero, si tuviera que
elegir uno solo, me quedaría con Lou Reed, porque escuchar sus canciones fue lo
que me hizo creer que era posible para mí hacer esto. Su manera de cantar, esa
libertad para transitar todas las categorías, tiene armonía y ritmo sin
límites. Eso me cambió la vida», comenta, más que sobre sus influencias, sobre su
identidad artística.
Es que, tal como lo hacía Reed, Furman juega tanto con los
estilos musicales como con su imagen y suele presentarse maquillado y vestido
de mujer, como si esto de borrar los géneros fuera, literalmente, algo tan sonoro
como físico. «Sí, creo que hay un
paralelo con eso. Después de todo, usamos la palabra “género” para designar
ambas cosas, y la verdad es que no me dejo llevar por las etiquetas ni en la
música ni en cuanto a cómo se supone que un hombre tiene que vestirse y verse», reflexiona.
Pero esa libertad del cross-dressing
y la vida rocktámbula hacen equilibrio con sus profundas convicciones judías.
«La religión es una parte tan esencial de mi vida que me sorprende que no esté
más reflejada en mi música. Es un aspecto crucial de quién soy», revela, y
sostiene que «el judaísmo es una manera de pensar, un modo de ser, una
mentalidad, y no solo un conjunto de rituales y de hechos». Así todo, tuvo que
ingeniárselas para seguir con su carrera sin dejar de respetar el sabbat. «Es algo que tengo que hacer.
Cuando entendí qué significa el sabbat
y lo importante que es, me di cuenta de que tenía que encontrar una manera de
no tocar los viernes por la noche o dejar la música», explica. «Considero que
cualquier éxito que tenga en la música es directamente proporcional a cuán fiel
soy a mis obligaciones espirituales y a mi ser».
De chico, Furman quería ser escritor, «pero a los doce años
me metí en el punk. Era lo que necesitaba en ese momento, porque era una suerte
de marginado social (no es que ahora no lo sea, ja, ja) —recuerda—. Antes de
escuchar punk, tenía la idea de que podías sentirte orgulloso de ser un inadaptado,
que era una insignia de honor, y esa era la revelación: aceptar tu yo
inadecuado. Así conocí gente a la que le gustaba esa música y me dije que tenía
que empezar a tocar».
A los 20 años, en la universidad, formó Ezra Furman and the
Harpoons, cuarteto con el que editó tres álbumes hasta que, en 2012, se lanzó en
solitario con The Year of No Returning
gracias a una ayudita de sus fans por
internet. «No tenía un sello ni plata y estaba pensando cómo sacar el disco,
tal vez pedir un préstamo… y mis amigos me hablaron de Kickstarter, que no
sabía qué era. Pensé “tal vez haya suficiente gente que quiera ayudarme” y me
sorprendió la cantidad de personas dispuestas a hacerlo. Si pensás que muchos
van a apoyar lo que querés hacer, dale para adelante», recomienda sobre la
plataforma de mecenazgo online.
Un año más tarde, le siguió Day of the Dog, con el que comenzó a llamar la atención de público
y prensa, y ahora se encuentra promocionando Perpetual Motion People, un disco que, aunque no para de recibir
excelentes críticas (Rolling Stone,
Clash, Mojo, NME, The Guardian, Q Magazine, Uncut y, claro, Generación B, lo han elogiado), no puede
calmar su ansiedad: «Mi meta es la grandeza, y no estoy conforme con lo que
hice. Y aunque lo estuviera, quiero ser mejor».
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