sábado, 11 de julio de 2015

A 30 años de Live Aid

Reuniones, vedetismos, cocaína y caridad satelital. Historia, secretos e intimidades del Woodstock de la aldea global.



Live Aid fue, hace tres décadas, el evento que cambió el entretenimiento musical con repercusiones culturales, sociales, económicas y políticas como pocos festivales de rock han conseguido. Pero, en esencia, es la historia del poder de una canción.

En octubre de 1984, Bob Geldof, por entones líder de los Boomtown Rats, estaba en su casa mirando TV y quedó horrorizado por un informe de la BBC que mostraba la hambruna en Etiopía, originada por una larga sequía y multiplicada por una guerra civil en la región. Consternado e indignado por las imágenes, habló días más tarde con Midge Ure, cantante de Ultravox, y decidieron componer un single para caridad y reclutar a la mayor cantidad de artistas para grabarlo.

El 25 de noviembre, toda la galaxia pop de los años 80 estaba reunida en el estudio del productor Trevor Horn, en Notting Hill, para ponerle voz a «Do They Know It’s Christmas?», el villancico planetario a cargo Band Aid: acaso el supergrupo más grande jamás concebido, con integrantes de U2, Duran Duran, Spandau Ballet, Culture Club, Queen, Genesis y más. En la grabación, reinó la camaradería, pero no faltaron los egos y celos, además de las superficialidades y las competencias. «Nunca olvidaré ese día, porque fue el mejor: tener a todos esos músicos tratando de hacer que todo funcionara y llevándose bien —recuerda Gary Kemp, de Spandau Ballet, en el libro The Eighties: One Day, One Decade—. U2 estaba ahí y nosotros pensábamos “¿por qué mierda están acá? No existen, son unos aspirantes a punks”. Adam Clayton, su bajista, se acercó a nuestro manager, Steve, y le preguntó: “¿Qué hacen ustedes con las minitas gritonas? Porque estamos empezando a tenerlas”. Y él le respondió: “Las amamos”».

El tema se grabó y editó en tiempo récord. Dos días más tarde, ya estaba en las disquerías y se convirtió el single que más rápido se vendió en el Reino Unido. Geldof esperaba, con suerte, recaudar algo más de 50.000 libras: terminó consiguiendo más de 8 millones en el mundo, que se invirtieron en adquirir y transportar a África más de 3.500 toneladas de alimentos.

El éxito pronto puso a la solidaridad sobre el escenario. En diciembre, Culture Club cerró una serie de shows en el Wembley Arena entonando «Do They Know It’s Christmas?» junto a músicos invitados de Band Aid, y eso disparó la idea de hacer un concierto a beneficio. Ni bien terminó su gira con los Boomtown Rats, en marzo de 1985, Geldof puso manos a la obra para organizar, en poco más de cuatro meses, lo que sería un evento a escala planetaria sin precedentes: dos recitales en simultáneo, uno en el estadio Wembley de Londres y otro el John F. Kennedy de Filadelfia, Estados Unidos, transmitidos vía 14 satélites a todo el mundo. Un acto de compasión transatlántica del que formaron parte más de 70 artistas, entre ellos, gigantes como Elton John, Madonna, Mick Jagger, David Bowie, Queen, Black Sabbath, Tina Turner, Duran Duran y Bob Dylan.

El espectáculo empezó en Gran Bretaña, cuando sonó la primera nota de «Rockin' All Over The World», de Status Quo. «Antes de salir al escenario, ya tenía un gramo de coca y media botella de tequila encima», declaró años más tarde su vocalista, Francis Rossi. Era el 13 de julio, el calor en Londres era agobiante, pero en la trastienda de Live Aid nevaba. «Era 1985, por Dios: el backstage era una mar de cocaína, no te podías mover de la merca que había», reconoció Bernard Doherty, prensa del evento, al famoso periodista Dylan Jones.

A Status Quo le siguieron Style Council, The Boomtown Rats, Adam Ant, Ultravox y Spandau Ballet, hasta que Bernard Watson y, luego, Joan Baez, abrieron el festival del otro lado del océano. Muchos artistas llegaron a Wembley en helicópteros, que aterrizaban y despegaban a cada rato en un campo de cricket cercano donde, ese día, se realizaba una boda. Los padres de la novia, molestos con lo que Jones calificó como «la operación de trasporte aéreo más importante desde la guerra de Malvinas», se quejaron, y, para calmar los ánimos, David Bowie fue a la fiesta y se sacó algunas fotos con los recién casados.

Cada artista tenía 18 minutos para su performance. Al costado del escenario, había un sistema de luces que, cuando se ponían en amarillo, indicaba que solo quedaba un minuto de show. Así todo, muchos se pasaron. Uno de ellos fue U2, en una actuación consagratoria de apenas dos temas: «Sunday Bloody Sunday» y una heróica versión de «Bad» de 12 minutos, porque Bono bajó del escenario para estar cerca del público y terminó rescatando a unas mujeres que estaban siendo aplastadas contra el vallado.


El otro set extenso y memorable fue el de Queen, que hipnotizó a los más 70.000 espectadores con cinco canciones en 21 minutos y se coronó como la gran banda en vivo. Freddie Mercury y Bono habían tenido un particular encuentro en bastidores antes. «Freddie me agarró para un costado y me preguntó: “¿Se dice Bo-No o Bon-O?” —recuerda el vocalista de U2 en The Eighties—. Yo estaba contra la pared, pasó su brazo por encima de mi hombro y me hablaba como si se estuviera chamuyando a una mina. Yo pensé: “Uh, este tipo sí que es amanerado”. Se lo conté después a alguien y me dijo: “¿Y qué te sorprende? ¡Se llaman Reina!”. Pero yo estaba asombrado, no había caído».

Mientras, en Estados Unidos, también sucedían otros encuentros imborrables: las reuniones de Crosby, Stills, Nash & Young, de Black Sabbath con Ozzy Osbourne y de los miembros de Led Zeppelin tras la muerte de John Bonham, que fue reemplazado para la ocasión por Tony Thompson (ex Chic) y Phil Collins, quien voló a Filadefia en el famoso avión Concorde disparado tras su actuación en Londres y fue el único artista que se presentó en los dos escenarios de Live Aid. Robert Plant calificó aquel encuentro como «una atrocidad», mientras que Jimmy Page le contó años más tarde a la revista Rolling Stone: «Mi principal recuerdo es de pánico total. John Paul Jones llegó el mismo día del show, habremos tenido una hora de ensayo antes, y eso es un poco kamikaze cuando pensás cuán bien ensayaron todos los demás». Plant estaba mal de la voz, Page adujo problemas de sonido con la guitarra, pero también cargó contra Collins por no saberse el repertorio. El ex-Genesis definió el hecho como un «verdadero desastre». De todas formas, el público no pareció darse cuenta y los videos que hoy podemos ver como testimonio no parecen mostrar semejante calamidad.
 
También hubo grandes instantes, como el sensual dueto de Mick Jagger y Tina Turner para «State of Shock» y «It’s Only Rock & Roll», y polémicas, como la de Bob Dylan. La leyenda del folk, que tocó tres canciones junto a Keith Richards y Ron Wood, pidió que «algo del dinero recaudado, quizás uno o dos millones, se use para pagar las hipotecas que los granjeros de aquí deben a los bancos».  Un año más tarde, Geldof escribió en su autobiografía Is That It?: «Mostró una falta total de comprensión por los temas de los que se trataba Live Aid… Fue algo insensible, nacionalista y estúpido decir eso».

Live Aid reunió a más de 160.000 personas durante 16 horas y llegó a más de 1.000 millones de espectadores en cien países a través de una transmisión satelital sin antecedentes hasta ese momento (y con obvios desperfectos técnicos, como la caída de la conexión en varios momentos). Recaudó aproximadamente 50 millones de libras entre tickets, merchandising y donaciones telefónicas. «Live Aid dio lugar a una nueva forma de pop que no dependía de nada salvo de su habilidad para conectar con grandes audiencias —analiza Dylan Jones en su libro The Eightes—. Provocó un giro cuántico en la industria del entretenimiento. El estadio se convirtió en la marca de facto del suceso (si no podías llenar uno tres noches seguidas, entonces no eras lo suficientemente exitoso), mientras que el underground hizo lo que siempre hizo en situaciones así: se enterró aún más. Desde 1985 en adelante, la cultura alternativa británica giraría alrededor del dance, los DJ y el resurgimiento de la música negra como una forma de insurrección».

Aún más importante que un quiebre en la cultura británica, este «Woodstock de la aldea global» (como Jones lo definió) tuvo un impacto político, social y económico que dividió opiniones. Para sus defensores, Live Aid fue el acto de altruismo más grande en medio de los egoístas años 80; un gesto de conciencia planetaria y humanitarismo en un (primer) mundo hiperconservador y corporativista liderado por Ronald Reagan y Margaret Tatcher.  Para sus detractores, fue desde el lanzamiento mundial del «activismo celebrity» hasta el evento que perpetuó la imagen de un África miserable y dependiente del asistencialismo (entre acusaciones por desvío y uso dictatorial de los fondos en Etiopía). Desde entonces, siempre sería un continente donde «nada crece, no llueve ni fluyen los ríos», como lo inmortalizó la letra del hit que dio lugar al festival.

«Eso no importa un carajo: pará de criticarlo como si se tratase de un puto objeto de arte y criticalo desde un punto de vista musical. Se trató de que la gente dejara de morirse de hambre y funcionó. Cualquier otra cosa se puede ir a la mierda —dijo Geldof, con su explícito estilo de siempre, en una entrevista a The Guardian casi 30 años más tarde—. No hay otro argumento: evitó que murieran millones».

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