viernes, 10 de julio de 2009

Una esquina en el mundo


Viajar tiene dos encantos: conocer y extrañar. A veces, esa sensación y ese sentimiento se unen, cual latitud y longitud, en un punto geográfico. Acá, en San José de Costa Rica, ese lugar es "La esquina argentina".

Pero este puesto de comida al paso es mucho más que un espacio para matar el hambre y saciar la nostalgia de un porteño. Parece, en alguna medida, reflejo y lugar de encuentro de la diversidad y contrastes del país.

Aquí, el menú ofrece tanto empanadas como gallo pinto, al igual que las enquilombadas calles de esta patria muestran Porsches humillando Hyundais que carretean hacia su jubilación. Aquí desayunan los bancarios del centro tico y los vendedores ambulantes de la Avenida Principal, junto a algún empresario que afila los cubiertos pensando en qué tajada va a sacar de la reciente apertura del mercado local de telecomunicaciones -hasta el momento patrimonio del Estado, y ahora posible plato de los Tigo, los Digicel y los Movistar, entre otros.

Aquí se toma una Imperial algún operador de turismo, una de las principales industrias nacionales, para olvidar por un rato que el negocio cayó un 30 por ciento desde la "crisis mundial", mientras un empleado postal se refresca con guayaba antes de seguir repartiendo cartas en un país sin direcciones ni carteles.

Aquí almuerzan turistas como yo al lado, quién sabe, de alguno de los más de un millón de nicaragüenses que, se estima, trabajan en Costa Rica, en su mayoría en los cafetales, seleccionando granos a mano y cargando canastos de 12 kilos que se pagan tan solo 1,50 dólares. "Es un buen sueldo para ellos", me dice un lugareño. Pero a mí me resulta un trago amargo cuando se sabe que el 90 por ciento de ese café se vende a Starbucks que, después, lo sirve a cinco dólares la taza, con el cálido aroma de la explotación centroamericana.

Y también está Mary, pampeana de sesenta y pico y rostro de sufrida felicidad, que hace ocho años llegó al país y hace seis montó este lugar en el mundo. Empezó con nada: los vecinos, encariñados con ella, le prestaron ollas, sartenes y utensilios para cocinar sus primeros sueños. Y ahora Mary, además de servir a los clientes, envuelve empanadas que se venden en Automercado, una de las principales cadenas de almacenes locales. Cortesía y generosidad comunal, otras de las bellezas naturales de esta tierra, y sacrificio personal hicieron que, desde esta esquina, esta argentina pegue la vuelta hacia el pequeño empresariado.

El pollo con arroz y plátano frito estaba exquisito. Una cucaracha callejera burla la higiene del puesto y pasa corriendo por mi mesa. Por alguna razón, la comprensión le gana al asco y el reflejo instintivo de querer aplastarla. Después de todo, yo también soy otra criatura extraña buscando un poco de comer.

Me levanto con la panza llena y una idea muy digestiva: "Dejá la locura de Buenos Aires. Sé feliz: vení a Costa Rica", me dice Mary, como despedida. Y yo me voy saboreando su sugerencia de la casa como un postre de sabor local: agridulce.

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