Empecemos por metal, psicodelia, art rock, electrónica, krautrock,
jazz fusion, post-punk y ambient. Luego, pasemos por una variedad de instrumentos
que van del piano y la guitarra, al arpa, el sampler y el banjo. Ahora, terminemos
con bandas como Porcupine Tree, No-Man, Storm Corrosion, IEM, Bass Communion,
Continuum y Blackfield. Lo que aparece, como esos dibujos que se arman
siguiendo puntitos numerados con el lápiz, es una silueta finita, con anteojitos
y pelo largo, casi una versión oscura del famoso doodle de John Lennon. Es otro inglés: se llama Steven Wilson, tiene
45 años y es el último genio progresivo del rock (y no del rock progresivo,
etiqueta que él desconoce).
Inquieto, prolífico y polifacético, ha incursionado,
mezclado y borrado los límites de todos esos géneros desde todos esos proyectos
musicales, tanto arriba del escenario como en su rol de productor e ingeniero
para otros artistas (ah, también hace eso). Pero, posiblemente, sea más
conocido como líder de Porcupine Tree, el celebrado cuarteto capaz de reunir lo
narcótico de Pink Floyd, la riqueza de King Crimson y la potencia del Rush más perverso
con temáticas “conceptuales” críticas de los medios masivos y el consumismo.
Desde hace tres años, las colaboraciones están en espera y Wilson
está enfocado en su carrera solista, que ya lleva tres discos. El primero fue el
experimental Insurgentes, de 2008, al
que le siguió Grace for Drowning en
2011, un profundo viaje musical que lo trajo por primera vez a nuestro país el
año pasado con un show que mezcló virtuosismo y una puesta en escena
cinematográfica.
Ahora regresa a Buenos Aires, el próximo sábado 18 en el
Teatro Vorterix, para presentar The Raven
That Refused to Sing (And Other Stories), un trabajo más “de banda”,
con un sonido setentoso, complejo, directo (aporte de Alan Parsons, ingeniero
de sonido del álbum) y letras inspiradas en relatos clásicos de fantasmas. De
todo eso y mucho más, habló con nosotros desde Chicago, horas antes de un
concierto.
¿Qué significa hacer
rock progresivo en 2013? Suele ser un género que muchos aún asocian con los 70
o simplemente con cualquier canción que dure 18 minutos y suene compleja…
En primer lugar, no sé realmente qué significa “rock
progresivo” porque no es un término que utilice para mí mismo. Para mí, es un
rock más ambicioso, tiene que ver con ir más allá de los límites, con una
especie de viaje musical a través de un disco de 45 minutos o un concierto de
dos horas. Pero no veo la necesidad de categorizarlo.
Por otra parte, ¿qué forma de música hoy no refiere al
pasado? Si reflexionamos en las más recientes evoluciones en la música,
probablemente pienses en la electrónica o el hip hop ¡y eso fue hace ya veinte
años! No existe música completamente contemporánea y moderna. Toda la música,
por definición, es nostálgica y tiene cierto enfoque retrospectivo.
Tu nuevo álbum suena
setentoso…
En términos de producción, de sonoridad, creo que los setentas
fue la edad de oro de las grabaciones en estudio. Me encanta el sonido de la
música de esa época. No me gustan las técnicas modernas de producción, prefiero
lo orgánico, cómo suenan las guitarras acústicas, las voces, los teclados. Las
cosas de ese período tienen ese sonido sin tiempo.
Son varios los
músicos que están volviendo a las viejas técnicas de grabación, a un sonido en
vivo, analógico. Incluso los lanzamientos en vinilo están en auge. ¿Es
nostalgia, es moda o es realmente una garantía de tener una mejor calidad?
Es un poco de todo. El vinilo es un gran medio para
experimentar la música.
Para mí, la buena música es arte, entonces tenés que
presentarla como tal y el vinilo es una manera hermosa de hacerlo, con el
trabajo de portadas, los sobres, inserts
y todo lo que le podés poner.
Por otra parte, con un vinilo hay una relación más profunda,
una suerte de ritual: sacás el disco, lo mirás, te lo ponés a escuchar, leés
las letras, apreciás la tapa.
Y esa es una experiencia que te perdés con el download y hasta con el CD. Además, al
no tener las altas frecuencias del compacto, los vinilos suenan más cálidos, ricos. Me gusta eso, soy un gran fanático de ese
sonido.
¿Cómo surgió la idea
de hacer canciones inspiradas en cuentos de fantasmas?
Mientras componía el álbum estaba leyendo muchas historias
de espíritus y cuentos sobrenaturales de autores británicos como M. R. James,
Algernon Blackwood y toda la escuela de principios del siglo XX. Me gustaron y me
encontré escribiendo algunas cosas que, incluso instrumentalmente, parecían que
estaban tratando de contar algo, como que tenían una especie de narración. Y
las dos ideas se juntaron: usar esa música y tomar los cuentos de fantasmas
como inspiración para escribir las letras.
¿Toda idea que se te
ocurre termina siendo una canción o elegís y descartás mucho de lo que haces?
Como cualquier otro músico, el ochenta o noventa por ciento de
lo que se me ocurre no es bueno y lo tiro. Trabajo mucho, aprecio muchas clases
de música y también me gusta colaborar con otros músicos. En parte, la razón
por la que soy tan prolífico es porque trabajo con bandas, proyectos y artistas
de distintos países, con diferentes backgrounds
y direcciones musicales, y de ahí sale algo único. Aunque, en los últimos años,
se me hizo necesario parar con algunos proyectos y trabajar con un grupo de
músicos con los que quería colaborar.
Dijiste que, por el
momento, no tenés planes de retomar Porcupine Tree. ¿Sentiste que este proyecto
estaba tomando demasiada dimensión en tu vida y en tu faceta artística?
Mmm… No sé. Creo que la situación tuvo más que ver con que
yo no tenía nada más para decir con esa banda en particular. Porcupine Tree surgió como un proyecto en
solitario a principios de los 90 que se convirtió en una banda muy exitosa, con
diez discos en más de 15 años. Y fue muy divertido. Si sintiera que aún puedo
seguir evolucionando como músico y ser creativo con esa banda, entonces,
todavía seguiría con ella. Pero, sinceramente, no lo sentí así y, para poder crecer,
tuve que ponerla en espera y lanzar mi proyecto solista.
¿Qué hay de tu
trabajo remezclando la discografía de King Crimson y otras bandas legendarias?
Estoy haciendo la mezcla surround
de varios catálogos. Es muy educativo, porque aprendo muchísimo, pero al mismo
tiempo espero estar dándole algo a cambio a esa música, acercándola a una nueva
generación, por así decirlo.
Mi formación está relacionada con la manera en que se hacían
los discos en los años ochenta y noventa, y realmente no me gusta mucho ese
sonido. Entonces, para mí es muy interesante entender cómo los hacían en los
sesenta y setentas, comprender las técnicas y aplicarlas a mi propia música.
Se te asocia al
sonido de bandas clásicas, pero ¿tenés algún placer culposo, un artista que te
de vergüencita escuchar?
No tengo nada de eso y nunca entendí ese esnobismo musical.
Por muchos años, Abba fue una de mis bandas favoritas y cuando lo decía mucha
gente pensaba que estaba jodiendo o siendo irónico. Para nada. Los tiempos
cambiaron y ahora ese grupo está siendo aceptado por muchos rockeros. Me gusta el
pop, la electrónica, lo experimental, el country y no hay nada que pueda
avergonzarme. Todo lo contrario: si me gusta algo, lo digo con orgullo.
Solías escribir
reseñas de discos para algunas revistas, entre ellas Rolling Stone México. ¿Cómo
fue esa experiencia con la crítica?
Lo hice durante un tiempo, ya no, y me divertí. Me parecía
interesante escribir sobre música desde la perspectiva de otro músico. Soy muy
pasional cuando se habla de música, así que, en cierto modo, me pareció lógico
empezar a escribir sobre ella. Pero, al final, decidí que era mejor dejarlo de
lado, porque escribir bien sobre música lleva mucho tiempo, es muy demandante y
difícil.
El año pasado tocaste
por primera vez en Argentina. ¿Qué ideas tenías sobre el país y qué impresión
te llevaste?
La pasábamos de maravilla. Algunos amigos me dijeron que podíamos
esperar una recepción fantástica, que los fans eran estupendos, que había mucha
pasión. Y fue exactamente eso lo que encontramos. Está buenísimo estar de
vuelta y disfrutar de un público tan ardiente. Estoy seguro de que esto ya lo
escucharon muchísimas veces, pero es verdad.
Hablando de shows: solés
tocar en patas. ¿Qué fue lo peor que te pasó por tener esta costumbre?
Uh, esa es fácil y no me la olvido más. Una vez salí y pisé
una jeringa. La aguja se clavó y me causó una infección por la que tuvieron que
internarme en un hospital. Fue horrible. Eso pasó hace muchos años, ahora mi
equipo limpia bien el escenario. Pero, en los viejos tiempos, cuando tocaba en
tugurios chiquitos y sucios, no te imaginás las cosas que pisé: vidrios,
clavos, escupitajos… ¡de todo!
Por Maximiliano Poter
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