Tan solo una cosa me sorprendió del show que hace unas horas
dio A Perfect Circle en Buenos Aires. No fue que la organización, por alguna
razón, hiciera cruzar las vías del Ferrocarril Urquiza de noche a los
asistentes que venían desde la calle Punta
Arenas para caminar 300 metros a oscuras
hasta el puente peatonal de Chorroarín, para otra vez cruzar esas vías (esta
vez más seguros, claro: había un puente) y volver a transitar esos 300 metros de regreso,
pero de la vereda de enfrente, hasta los ingresos.
Menos me sorprendió la nula ventilación del Estadio Cubierto
Malvinas Argentinas, verdadero templo del sopor si los hay en esta ciudad, que
provocó que la gente se agolpara en la única puerta de acceso abierta en busca de
algo de oxígeno entre vahos de sudor y Paty.
No me extrañó que anunciaran desde los parlantes la absoluta
prohibición, por solicitud de la banda, de filmar o tomar fotografías, bajo
amenaza de retención del material y expulsión del recinto para quienes la violaran. Por ende,
no me resultó llamativo que la seguridad del lugar sacara agresivamente, al
menos, a dos personas que desafiaron la advertencia.
De más está aclarar que no me extrañó que los encabezados
por Billy Howerdel y Maynard James Keenan dieran un buen recital: ajustados,
potentes, de furiosa efectividad y oscura elegancia. Pero claro, tampoco me
sorprendió (es costumbre ya) ver otra visita internacional con una puesta en
escena mínima y un show de apenas 70 minutos.
Y menos sorpresa aun fueron los precios y el difícil regreso:
¿qué es el rock sin agua mineral hiperinflacionada y ese largo peregrinar hacia
o desde lugares alejados, inhóspitos, de difícil acceso o egreso para el
transporte público?
No, nada de esto fue digno de mi asombro. Lo único, solo eso
que me cautivó, fueron unos cartelitos, prolijitos en su confección, impresos a
dos colores e idiomas, pegados en la pared a lo largo de los diversos puntos de
circulación del estadio.
Avisos que, entre prohibiciones, advertencias y amenazas
varias, aclaraban: “El espectáculo de esta noche es de naturaleza similar a una
ópera o cine”.
Una ironía, una burla cruel, dirán algunos, a juzgar por lo
descripto y cosas aún peores que se vivencian en la mayoría de los recitales y
festivales a los que solemos asistir desde hace años, en donde no se reciben el trato o las comodidades de "una ópera o cine".
Pero no. Fue un anuncio revelador, una señal. En un país
donde el rock se ha futbolizado al punto que manoseo, hacinamiento, sobreprecios,
demagogia, desorganización y violencia son la “pasión”, el “aguante” y el “sentimiento”
de la “cultura rock”, qué bueno es que nos adviertan cuál es la naturaleza de todo
esto: ser un espectáculo, ni más ni
menos, con personas que deben comportarse, seguir normas, claro. Pero, sobre todo, que
deben exigir y ser tratadas, ni más ni menos, como espectadores. No fanáticos, ni hinchas, ni ganado.
Recordémoslo cada vez que compremos el barro, la falta de
transporte, la inseguridad, las instalaciones precarias, los hurtos, los
amasijos de gente, el vaso de Pepsi al valor del kilo de coca y toda esa
“épica” de este esceptáculo ferpecto llamado “rock”.
Gracias a Pablo
Gándara (de Metal-Argento) y Alejandro Stamerra (que se vino de Rosario a ver
el show) por las fotos, que sí pudieron sacar.
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