El dúo canadiense se
presentó anoche en Buenos Aires. Baile, sudor y terrorismo arcade de la última
banda cyberpunk.
Foto: Lucas Paiva
Entre el humo, las luces esquizofrénicas, el sentimiento de
alarma y el barullo electrónico amenazante, Crystal Castles emerge como una
captura de pantalla de Hardware, aquella
película de culto del género sci-fi de
1990 con Dylan McDermott, Iggy Pop y Lemmy.
Por momentos, la cantante Alice Glass
es Jill (Stacey Travis), la bella protagonista acechada por una bestia cyborg que se autorrepara con desechos y
pasa de escultura artística a Terminator chatarrero. Grita espantada entre
filos y bits, protesta y ruega con la deformada voz de un fantasma perdido en
esta máquina sonora que, al igual que el bicho robótico del film, se construyó de
requechos industriales: actitud Pistols, apatía gótica, hiperkinesia gamer y paroxismo rave. Todo remendado, cableado, enchufado, reprogramado, sampleado
y deformado por Ethan Kath, ese barbudo encapuchado detrás de los teclados. Así
es la banda que ha reseteado el punk.
Se olía la expectativa entre los que colmaron el Vorterix. Todos
saben que Glass es quilombera, un verdadero modelo (en belleza y
comportamiento) de riot girl, beligerante
e inmanejable. Algunos todavía recuerdan el show de Creamfields 2008,
suspendido tras provocar una gresca con la producción, por lo que esta noche
podía pasar cualquier cosa.
Esta vez no hubo frustraciones. La canadiense entró arrastrándose
a gatas, se deslizó por el micrófono y desató “Plague” para el arranque, con un
estruendo ensordecedor de la
audiencia. Y ya para el segundo tema era un dolor de cabeza
para la seguridad, cuando bajó del escenario y se entregó a los brazos
sudorosos de un pogo estroboscópico que no cesó nunca.
No hubo clemencia en un setlist
que hackeó todos los sentidos. Kath parece un monje encorvado rindiendo
pleitesía al caos arcade que
despiertan sus consolas con “Suffocation”, “Baptism” o “Wrath of God”. Mientras,
Glass escupe alcohol al público y ametralla con bailes y ecos de furia. Y en
instrumentales como “Telepath” se prende un pucho y juega tras los teclados como
niña malvada que se entretiene derritiendo muñecas.
Ya para “Sad Eyes”, hacia el final, el teatro era una
Creamfields postapocalíptica. ¿Cómo parar a esta máquina asesina? En la
película, Jill la riega con agua y le ocasiona un cortocircuito. Crystal
Castles hizo lo mismo: nos dejó empapados, electrizados, muertos.
1 comentario:
sin duda uno de los mejores conciertos de cc!!! mejor de lo esperado...
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