viernes, 27 de marzo de 2009

Rock era el de antes

¿Recordás esa época cuando tu artista favorito era enigmático e inalcanzable y no contaba en Twitter si estaba constipado? Bueno, Tom Morello y yo la extrañamos.





"… no diría necesariamente que suscribo a esto, pero una de las cosas que disfrutaba de las bandas cuando era chico era que tenían cierta aura mágica alrededor. No me enteraba de lo que comían todos los días en el catering de sus conciertos, porque no lo publicaban en Twitter. Quizás haya algo que decir al respecto".
Esto dijo Tom Morello, ex guitarrista de Rage Against The Machine y Audioslave, en una reciente y muy linda entrevista de Los Angeles Times. Y, sí: hay mucho para decir sobre este fenómeno. ¿Internet les quitó misterio a los artistas?
Morello (quien, por cierto, editó como solista uno de los discos imprescindibles del año pasado) no es un abolicionista de la tecnología, pero está lejos de ser un geek. Él mismo reconoce en la charla que la comunicación digital es un mundo secreto que desconoce, que escuchar hablar sobre Twitter para él es "como enseñarle a manejar un auto a un perro" y que hasta cambiarle las baterías a su pedalera le da suficiente problemas. Parecen los esfuerzos de un señor mayor que intenta ponerse a tono con los tiempos, aunque, en el caso de Morello, sospecho que son algunos de los conflictos de ser un trovador político de alma en la era de la autocracia del clic. Pero también son los síntomas de que la red, mucho más que un modelo de negocios, cambió un esquema de comunicación en la industria musical.
Todavía recuerdo observar la portada de Love Gun y preguntarme quiénes eran en realidad esos seres fantásticos con mujeres rendidas a sus pies. O mirar la de Siete y el tigre harapiento (porque tenía la edición nacional) y pensar lo intocables que eran esos tipos en eterna pose, cual perfectos maniquíes en la vidriera de los 80. Claro, después uno crece y se da cuenta de que Gene Simmons, más que un demonio, es un reverendo idiota, y que la distancia que me separaba de Simon Le Bon estaba dada, fundamentalmente, por kilómetros de maquillaje. Pero, antes, las reglas del espectáculo respetaban las leyes de la astronomía: las estrellas eran inalcanzables.
Ahora, todos pueden ser tu amigo en Facebook y es posible saber vía Twitter qué se compró Britney en su última salida de shopping, por qué Mikey Way, de My Chemical Romance, prefiere Aquafina en lugar de Dasani y que Rivers Cuomo, de Weezer, odia las computadoras Dell, o ver a uno de los chicos de Bloc Party haciendo culopatín o a Matt Bellamy, de Muse, comiéndose la galletita.
Sí, Internet corrió un telón de fondo y nos mostró un backstage de viles mortales. Y no tiene nada de malo. Pero ya sabemos qué pasa cuando se desvela un misterio: también se pierde la magia.

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martes, 24 de marzo de 2009

Battlestar Galactica: adiós a la mejor serie de la historia

Punto final para un programa que, revestido de sci-fi, nos mostró el drama de ser humanos y la aventura de descubrir el destino. Por favor: que nunca hagan una continuación. So say we all.



El sábado pasado se emitió en Estados Unidos el último episodio de la serie Battlestar Galactica (BG). Fue el final de una travesía de cuatro años para esos últimos restos de humanidad (o los primeros, según cómo se vea) que, cada semana, recorrían el universo buscando mucho más que un nuevo hogar llamado Tierra. Y fue el cierre del programa más inteligente, duro, impactante y emocionante que nos ha dado la televisión desde su existencia. Todo un logro y una reivindicación si consideramos el ridículo show original.

Parece mentira que aquella patética versión camp de Star Wars de fines de los 70 se haya trasformando en el escenario de este ambicioso y cuidado retrato de las emociones que nos hacen lo que somos (amor, odio, envidia, compasión, etc.) y que nos hacen hacer lo que hacemos (amar, matar, lastimar, traicionar, perdonar, imaginar, crear, etc.). Y, dentro de ese marco, BG abordó cuestiones como ningún otro programa se animó a hacerlo en la TV norteamericana post 9/11. Porque no lo hizo con la mera intención de ser contemporáneo en los temas, o controvertido en las imágenes, sino con el objetivo de crear un entretenimiento que toma los interrogantes más universales como motores reflexión y acción. Usó la base de la condición humana: el pensamiento, la duda y la angustia existencial.

Así, todas las semanas, pudimos polemizar sobre el dilema de abortar en una raza que se extingue; sobre la validez y el poder real de una democracia en épocas de guerra; sobre la fe y el fanatismo; sobre la religión como política, y el militarismo como religión; sobre la tortura como excusa de la defensa; sobre xenofobia y tolerancia; o sobre si tecnología es necesariamente evolución, por solo mencionar unos pocos conflictos.

Sí, fue por momentos una alegoría más a los Estados Unidos de Bush con un telón sci-fi de fondo. Pero detrás (o, más bien, delante) de esas naves interplanetarias, robots, combates espaciales y una imaginería e impacto visual inéditos hasta el momento en la pantalla chica, hubo, en esencia, una obra clásica; esa que expone el drama de ser humano y desarrolla la épica aventura de descubrir el destino empleado el efecto especial más viejo de todos: la buena actuación.

No es lo mismo. Este no fue un espectáculo realmente fantástico. Fue una historia fantásticamente real.

viernes, 6 de marzo de 2009

Cómo es la serie The Beast

Patrick Swayze y una nueva muestra de su talento para sobrevivir a la desgracia.


Bailarín, cantante, fantasma, surfista, drag queen…Más allá de los resultados y los gustos, Patrick Swayze ha demostrado a lo largo de su carrera una particular habilidad para salir airoso de situaciones que podrían ser una desgracia para cualquier actor. Hasta supo sortear un cáncer de páncreas que lo tuvo mucho más allá de la fatalidad artística.

Fue un gran escape que también lo trajo a la vida de los primeros planos, como protagonista de una serie algo ambiciosa que podría darle su "momento Mickey Rourke", pero en la pantalla chica.

En The Beast, que se estrenará en nuestro país este domingo 8 a las 21 por A&E , Swayze es Charlie Barker, un agente encubierto del FBI que muchas veces rompe las reglas y apela a sus propios códigos para cumplir con sus tareas; entre ellas, ser mentor del principiante Ellis Dove (Travis Fimmel). Aunque desconoce que el novato está siendo presionado por el Departamento de Asuntos Internos para delatar sus métodos poco ortodoxos.

El problema es que acá no figura la intensidad de Training Day, ni siquiera la divertida acción de The Rookie, por si pensaban en algún paralelo inspirador de esta fórmula ya conocida. Más bien, esta es una serie de clichés policiales, con una narración por momentos deshilachada y sin nudos, incapaz de confeccionar con tensión lo que, se supone, aspira a ser un cop drama. Como si confesiones a punta de pistola, encuentros de medianoche con traficantes o delincuentes sangrando en baúles otorgaran el impacto y el realismo suficiente para ocultar la precariedad y previsibilidad de las historias (el capítulo tres es casi una tomada de pelo a la inteligencia del espectador).

Sin embargo, la sólida experiencia de Swayze para ser inmune al bochorno lo pone a salvo una vez más y se transforma en lo único que sostiene a The Beast: la satisfacción (al menos personal) de descubrir que viejas bestias que se creían extintas aún sobreviven.

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The Beast – Trailer

martes, 3 de marzo de 2009

Visita a un spa penitenciario

Estas vacaciones estuve en un lugar inolvidable.




Muchos dicen que el Centro de Documentación de la Policía Federal Argentina, ahí donde se tramitan cédulas y pasaportes, puede ofrecer una experiencia digna de un campo de concentración. Como si Guantánamo ahora atendiera en Azopardo 620. Pero yo, que siempre intento ver el lado positivo de todo, prefiero considerarlo el primer y único spa penitenciario: el lugar donde cualquiera puede disfrutar la aventura de conectarse con la marginalidad, a tan solo 15 minutos de tu casa.


Al llegar, este concurrido (pero muy exclusivo) establecimiento nos ofrece un "procedimiento shock", que tonifica piernas y elimina las impurezas del organismo con solo formarse en una hilera de 200 metros, mientras el vapor de un cemento a 40 grados de térmica exuda las toxinas corporales.


Tras casi dos horas de extenuante ejercicio estático, uno puede ingresar a las modernas instalaciones para el relax: 160 minutos de meditación sentado frente a las pantallas de C5N y Crónica, con el agónico sonido de la maquinita de los turnos como un mantra armonizador capaz de borrar cualquier idea y pensamiento. Teeennngooo eelll nooveeecciiennntooosss sesennntaaa yy cuuaaatroooooommmmmmmm.


Tras abonar una cuota de tan solo $147, uno accede a una sesión que, sin Photoshop mediante (aquí todos los productos son naturales), revela la evolución de nuestra mente y cuerpo. ¡Vaya si estoy diferente a como entré! Según me explicaron, usan un potente flash que actúa como un láser renovador de las células del rostro, devolviéndole el pálido natural a las mejillas y un intenso violáceo al contorno de los ojos.


Luego, la aplicación de una milenaria tinta negra con una técnica conocida como "el pianito", exfoliará de nuestros dedos toda callosidad y aliviará las contracturas. Muy recomendable para bloggers y delincuentes con tendinitis.


Por último, para refrescarnos y eliminar cualquier mancha de nuestras manos (y autoestima), podemos sumergirnos en un bidón de gel jabonoso color verde, fabricado artesanalmente por el personal del spa y bautizado como "moco de Shrek".


Así termina esta increíble vivencia de casi seis horas, tras la que uno vuelve a su hogar con una gratificante sensación de libertad. Pero esto no es todo, no, no. Tan solo 40 días hábiles después, el centro nos envía dos invalorables recuerdos: por un lado, una credencial que, más allá de lo que diga cualquier imagen, certifica que nuestra paciencia goza de muy buena salud. Y por otro, una invitación ineludible: no importa dónde vayas hoy, o dónde viajes mañana; en cinco años, volverás por un nuevo tratamiento.

Notas relacionadas:
Visita a un campamento nerd