Punto final para un programa que, revestido de sci-fi, nos mostró el drama de ser humanos y la aventura de descubrir el destino. Por favor: que nunca hagan una continuación. So say we all.
El sábado pasado se emitió en Estados Unidos el último episodio de la serie Battlestar Galactica (BG). Fue el final de una travesía de cuatro años para esos últimos restos de humanidad (o los primeros, según cómo se vea) que, cada semana, recorrían el universo buscando mucho más que un nuevo hogar llamado Tierra. Y fue el cierre del programa más inteligente, duro, impactante y emocionante que nos ha dado la televisión desde su existencia. Todo un logro y una reivindicación si consideramos el ridículo show original.
Parece mentira que aquella patética versión camp de Star Wars de fines de los 70 se haya trasformando en el escenario de este ambicioso y cuidado retrato de las emociones que nos hacen lo que somos (amor, odio, envidia, compasión, etc.) y que nos hacen hacer lo que hacemos (amar, matar, lastimar, traicionar, perdonar, imaginar, crear, etc.). Y, dentro de ese marco, BG abordó cuestiones como ningún otro programa se animó a hacerlo en la TV norteamericana post 9/11. Porque no lo hizo con la mera intención de ser contemporáneo en los temas, o controvertido en las imágenes, sino con el objetivo de crear un entretenimiento que toma los interrogantes más universales como motores reflexión y acción. Usó la base de la condición humana: el pensamiento, la duda y la angustia existencial.
Así, todas las semanas, pudimos polemizar sobre el dilema de abortar en una raza que se extingue; sobre la validez y el poder real de una democracia en épocas de guerra; sobre la fe y el fanatismo; sobre la religión como política, y el militarismo como religión; sobre la tortura como excusa de la defensa; sobre xenofobia y tolerancia; o sobre si tecnología es necesariamente evolución, por solo mencionar unos pocos conflictos.
Sí, fue por momentos una alegoría más a los Estados Unidos de Bush con un telón sci-fi de fondo. Pero detrás (o, más bien, delante) de esas naves interplanetarias, robots, combates espaciales y una imaginería e impacto visual inéditos hasta el momento en la pantalla chica, hubo, en esencia, una obra clásica; esa que expone el drama de ser humano y desarrolla la épica aventura de descubrir el destino empleado el efecto especial más viejo de todos: la buena actuación.
No es lo mismo. Este no fue un espectáculo realmente fantástico. Fue una historia fantásticamente real.
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