Nurse Jackie y HawthoRNe: una enfermera y dos miradas de la condición humana.
Desde 1991 que no había una serie cuyo principal personaje fuese enfermera (la sitcom Nurses, creo). Bueno, 18 años después tenemos dos, que serán tres en septiembre cuando se estrene en Estados Unidos Mercy, por NBC.
Podrá ser una moda, pero realmente es una bocanada de oxígeno en una grilla tan ahogada de doctores (Mental, House, Royal Pains, Grey's Anatomy, Private Practice, ER, ¡ufff!). Y si la finalidad es revitalizar los cada vez más trillados medical dramas de la TV, qué mejor que poner el foco en quienes conocen y tratan a diario todas las miserias humanas sin ser las protagonistas. Las que asumen el riesgo de inyectar lo que un tipo de bata blanca solo firmó en un papel. Las que realmente controlan a cada hora que los pacientes no se vayan con San Pedro. Y las que lavan los culos limpiando, a veces, las cagadas de los médicos.
Sí: para tener un poco de "realidad hospitalaria" (guau, qué contradicción), no quiero ver al doctor, solo quiero ver a las enfermeras. Y la pantalla chica yanqui cumple con dos nuevos programas que las pone como estrellas para retratar la vida y la profesión desde diferentes lentes: Nurse Jackie y HawthoRNe.
En la primera, la genial Edie Falco (de The Sopranos) hace de Jackie Peyton, una particular enfermera con sus propios códigos para curar. Jackie es capaz de falsificar el documento de un muerto para transformarlo en donante, tirar al inodoro la ojera de un diplomático herido por tajear a una prostituta y, después, robarle la billetera para darle el dinero a una chica que necesita un taxi para volver a su casa tras fallecer su novio.
En su hogar la espera un calmo y amoroso marido más dos hermosas hijas, pero en el hospital tiene un encendido romance con el farmacéutico quien, también, es su dealer porque, me olvidaba: por sobre todas las cosas, Jackie es adicta a los ansiolíticos, los calmantes o cualquier pastilla que le ayude a sobrellevar los dobles turnos de su doble vida.
En un hospital de Nueva York que, irónicamente, se llama All Saints, Falco encarna a una santa pecadora o a una diabólica Robin Hood, como prefieran. Lo cierto es que, con guantes blancos y humor negro, Nurse Jackie salva todos los grises de la condición humana y demuestra, otra vez, el éxito de una de las fórmulas actuales de la TV: personajes con moral ambigua crean series adictivas. Si no me creen, pregúntense por qué nos gusta tanto Gregory House (House), Dexter Morgan (Dexter), Nancy Botwin (Weeds) o Walter White (Breaking Bad). Porque son falibles, complejos, multidimensionales y dependientes (de otros, de drogas, de dinero, de problemas). Porque son trágica y encantadoramente humanos.
Es muy diferente a lo que nos ofrece la jefa de enfermeras Claudia Hawthorne (Jada Pinkett Smith, de The Matrix Reloaded y Revolutions), una hermosa, fuerte pero compasiva mujer maravilla en bata blanca. Viuda y madre de una adolescente, siempre encuentra la energía para luchar por el bienestar de sus pacientes, no importa la hora (sufre de insomnio) o si tiene que andar peleándose con guardias de seguridad, médicos, abogados y familiares. Nunca se rinde, ni siquiera ante un doctor que abandona los intentos de resucitación de un herido: ella toma el desfibrilador y lo trae de vuelta a este mundo. Así es: Claudia revive a los muertos y hasta tiene tiempo de preocuparse por conseguir un desinfectante de mayor calidad para el personal de limpieza del sanatorio, apretado por el recorte presupuestario.
Es demasiado, pero la serie, más allá de su meloso dramatismo, cumple con creces su cometido de mostrar el aspecto heroico de la profesión y los valores más nobles de nuestra especie: piedad, compromiso, amor, respeto, etc.
En pocas palabras: si para HawthoRNe la vida es (a pesar de todo) bella, para Nurse Jackie es (sobre todo) una perra. Ambos diagnósticos son acertados. De vos depende el tratamiento a seguir.
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