martes, 10 de mayo de 2016

Los años más ardientes del rock nacional desde adentro

Se reeditó el célebre libro Corazones en llamas: historias del rock argentino en los 80, y hablamos con su coautora, Cynthia Lejbowicz.



Como periodista del Suplemento Sí! de Clarín durante los años 80, Cynthia Lejbowicz fue testigo de la explosión del rock nacional. Junto a su compañera en el diario Laura Ramos, estaban inmersas en el ambiente, cubrían la escena y estuvieron presentes (o recibieron de primera mano) en muchos de los acontecimientos que, más tarde, serían parte de la memoria grande de la música local.

En 1991, ambas escribieron Corazones en llamas, que, con la precisión de la crónica periodística y una calidez de confidencias entre copas, revela la década más ardiente del rock nacional. Entre anécdotas imposibles, recuerdos y episodios cómicos y trágicos, las autoras recorren los que ya son mitos —como los comienzos de Virus, Soda Stereo y Sumo, las noches de Einstein, Cemento, Nave Jungla y el Parakultural, el enamoramiento de Fito Páez y Fabiana Cantilo, los escándalos de Charly García (en su etapa más demoledora de hoteles) y los primeros (y violentos) festivales locales— en la forma de historias mínimas de aquella gran generación.

El libro fue un best seller que llegó a vender más de 50.000 ejemplares y tuvo varias reimpresiones que, sistemáticamente, se agotaban. Hoy, 25 años después, llegó a las librerías una nueva edición corregida y actualizada (con un dossier de fotos íntimas, extraídas de los archivos personales de varios artistas), una excusa ideal para hablar con Lejbowicz y recordar esos tiempos candentes.

Corazones… se puede leer cómo una crónica de aquellos días, pero también tiene un espíritu de charla de madrugada en la que se cuentan anécdotas…

Sí, tal cual. Incluso por la manera en la que fuimos juntándonos con los protagonistas. Era otra época, en la que levantabas el teléfono y hablabas directamente con el músico, o él te llamaba para pedirte que escucharas el disco que estaba haciendo. Fueron todas reuniones informales muy hermosas: desde cocinar en casa para Gustavo Cerati, y quedarnos hasta el amanecer conversando y tomando unos vinos blancos; hasta ir con los Virus a comer a un restaurante enfrente del Parque Chacabuco, cuyo dueño era superfan de la banda, y después irnos a la casa de Laura, donde Marcelo [Moura] recordaba mientras su hermano Julio tocaba el piano.

¿Cómo fue reencontrarte 25 años después con estas historias? Hay muchos que, lamentablemente, ya no están y otros que están en un lugar muy diferente en su vida…

Fue supermovilizador, especialmente por los que hoy no están. En mi dedicatoria pongo a Luis, el Negro y Gustavo en mi corazón, que son tres muertes muy significativas desde que salió el libro. En realidad, hay muchos más. En un momento, pensamos en hacer algún tipo de aclaración, y estuvo bien Laura en decirme: “Cynthia, la gente se muere y se va a seguir muriendo, y el libro es así”. Tratamos de ser muy fieles al espíritu de la época cuando lo escribimos.

Hablar de esa era es recordar inevitablemente a Luca, Federico Moura y Cerati. ¿Cómo eran?

A Luca lo fui a ver un par de veces como espectadora y lo conocí en los episodios que contamos del festival de La Falda. Cuando se armó ese desastre, y muchos corrían por la calle porque se habían robado amplificadores, micrófonos y era todo una desbandada, pasamos por delante de una discoteca y estaba Luca charlando con un grupo de pibes. Nos quedamos hablando con él de lo que había pasado. Me parece que las situaciones caóticas, el bardo, lo divertían, así que estaba bastante entretenido.

A Federico lo vi en un par de conciertos, le di un beso en camarines, pero no lo traté porque no le hice una nota ni llegué a tener más vínculo. Con Gustavo sí tuve mucha relación, porque fui a muchos de sus conciertos y fui pareja varios años de Daniel Kon, que fue representante de los Soda. Además, cuando se enfermó el papá de Gustavo, Juan José, yo tenía contactos con la gente que estaba relacionada en aquel entonces a la crotoxina, ¿te acordás? A mi viejo le había dado un buen resultado, sobre todo en lo anímico. Y Gustavo la quería para su papá.

Estuve mucho tiempo sin ver a Gustavo hasta que un día, antes de viajar a Nueva York para acompañar a Teresa Parodi, me lo encontré con Ezeiza. Estuvimos un rato lindo charlando, poniéndonos al día, y después cada uno se fue a su vuelo. Él empezaba esa gira de la que nunca volvió. Recuerdo que lo vi con carita de agotado, con una belleza cansada.

En estos 25 años cambiaron muchas cosas en el rock en términos de lugares, de ideales, de comportamientos. Hoy, el rockero reventado que tira televisores desde la ventana del hotel es una figura ridiculizada. Lugares como Halley, Cemento o Nave Jungla estarían cerrados. ¿Te preguntaste, en la reescritura, por esos inconcebibles?

Sí. Recuerdo haber ido a Halley a ver a los Redondos con los hijos de unos amigos, chiquitos, y me fui, salí al exterior, porque sentí que los estaba poniendo en riesgo. En Obras con los Redondos me pasó lo mismo, pero no por algo particular con ellos; no. Pero seamos realistas: lo de Cromañón podría haber ocurrido miles de veces antes.

Al principio, me parece que tenía que ver con algo de inconsciencia, hasta con cierto grado de esa omnipotencia joven de que la vida es eterna. Pero hoy tiene que ver más con empresarios inescrupulosos, hijos de mil putas, dispuestos a cualquier cosa para enriquecerse. Basta pensar en lo que pasó recientemente en la fiesta electrónica. Eso es, directamente, armar una tumba.

Cambiaron mucho las cosas porque, en aquella época, esto no era un gran negocio. En el dossier fotográfico del libro hay una foto de un disco de Soda Stereo que Gustavo le regaló a Richard Coleman autografiado que dice: “Nunca vamos a cobrar regalías, pero ¿a quién le importa?”. Hoy, por suerte, es fácil que un chico arme una banda y grabe, es accesible llegar a una guitarra. Ningún padre te mira como si estuvieras loco si querés ser músico. En aquel momento, todavía significaba romper un montón de esquemas hacerlo. Y no había comenzado el gran negocio. No se pensaba desde la idea de “vamos a hacer nuestro primer millón”. Eso hace una diferencia enorme de los tiempos. Después, se convirtió en un supernegocio donde entraron todo tipo de personas, para las cuales era lo mismo ser gerente de marketing de una embotelladora de Coca-Cola que de una discográfica. De hecho, así ocurrió.

¿Sería posible escribir un libro así sobre la escena de los 90 o de los últimos años del rock nacional?

Nos lo propusieron y, en lo personal, dije que no por sentirme alejada etariamente. Desde mi punto de vista, y puede sonar a comentario de señora mayor, no hubo música como la de los 80. Creo que pasó mucho en los últimos años esta cosa de querer triunfar. El querer tener éxito se anteponía, y eso podrá ser válido para los Gran Hermano y esos realities.

Está instalada la idea de que, en las últimas dos décadas, no aparecieron figuras de la misma talla de las que surgieron en los 80, que no hubo un recambio y hasta esa sensación de que no surgió la misma “magia”…

Sí, completamente de acuerdo. Y hago esfuerzos a diario, porque es algo que me surge seguido en conversaciones. Se fueron Luis, Gustavo, Federico... Charly por suerte está, y creo que nos va a enterrar a todos [risas]. Pero es un hombre grande y ha machacado su cuerpo lo suficiente como para dar muestra de que es frágil, humano. Incluso Fito ya no es el de antes: el que a mí me gustaba era otro.

En los 80, había toda una escena muy fuerte, no solo de músicos, sino de lugares, actores… Creo que es una más de las paradojas del ser humano. Los tiempos duros, complicados, como fueron los de la Dictadura, generan espacios más subterráneos, de gente que estaba en ebullición haciendo cosas. El ansia de libertad suele ser una tierra fértil para las cosas creativas. No estoy argumentando que esto sea la razón: solo miro que estamos en tiempos bravos otra vez y no sé cómo van a responder las sociedades. Pero, claramente, aquello tuvo algo que ver con un salir al mundo.

De todas formas, siento que soy grande y que hay cosas que no alcanzo a comprender. A mí la música electrónica nunca me gustó. Mi sobrina de 20 me hace escuchar cosas que me agradan, pero no me llegan. Entonces no sé si es mi distancia o es que no está habiendo cosas. No lo sé…

El libro comienza con la frase de Marco Polo: “Y solo conté la mitad de lo que vi”. ¿Qué hay en la otra mitad?

Afuera quedaron miles de cosas. Siempre me quedé pensando por qué hay tan poco Spinetta en el libro, o cosas que compartí con Los Fabulosos Cadillacs (aunque ya se acercaban más a los noventa). Fue aleatorio y caprichoso en la elección de los personajes y en las conversaciones, que fueron salpicadas y fueron tomando su propio curso. Y también porque es una manera de sugerir que siempre hay más.

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