Entonces no era como ahora, que se puede leer incluso en las
portadas el “produced by Danger Mouse” o “Rick Rubin” o “Nigel Godrich”, casi
como un aval por si el artista despierta interrogantes o desconfianzas. A Dave
Bascombe hay que buscarlo en los inserts,
entre los créditos del librito interno.
Ya sea como productor, ingeniero o responsable de la mezcla, su nombre siempre aparece ahí, chiquitito, pero su incidencia para el sonido de las últimas tres décadas ha sido enorme. Son muy pocos los tipos que han estado detrás de las consolas de álbumes históricos de los años 80 y 90.
Ya sea como productor, ingeniero o responsable de la mezcla, su nombre siempre aparece ahí, chiquitito, pero su incidencia para el sonido de las últimas tres décadas ha sido enorme. Son muy pocos los tipos que han estado detrás de las consolas de álbumes históricos de los años 80 y 90.
Después de trabajar como asistente de producción de Genesis en Duke (1980), primer número uno del trío y disco con el que comenzó a abrazar el pop, fue ingeniero de Porcupine (1983), trabajo que consolidó a Echo & The Bunnymen para el éxito posterior.
Dos años más tarde, Tears for Fears lo convocó para Songs from the Big Chair (1985). De la mano de hits como “Shout”, “Everybody Wants To Rule The World” y “Head Over Heels”, se convirtió en un millonario clásico del pop que hizo despegar la carrera de Bascombe. Fue ingeniero de So (1986), la transformación de Peter Gabriel de un oscuro art-rocker en un pop-star, y productor de Music for the Masses (1987), la obra que le abrió a Depeche Mode las puertas del mercado norteamericano.
Los créditos continuaron las décadas siguientes, con mezclas para Erasure, Manic Street Preachers, Suede, Placebo, Goldfrapp y Kylie Minogue, entre otros. 2014 lo encontró tras las consolas de White Woman, el cuarto álbum de la sensación electro-funk, Chromeo, y This is What I Do, el regreso en muy buena forma de Boy George. “Ya había trabajado con él en los primeros temas de Culture Club, así que la pasamos muy bien recordando cosas. Y mucho de lo que hice fue reggae, ¡lo que fue realmente divertido!”, revela, con sonrisa pícara.
En mayo, visitó Buenos Aires para dictar una clínica de grabación en el estudio Santa Cecilia Sound, en el barrio de Villa Urquiza. Un momento que UltraBrit aprovechó para conversar con el hacedor del sonido de una era.
Eras muy melómano de
chico. ¿Cuál fue el primer álbum que te compraste y cuántos tenés hoy?
Creo que el primer single
fue “Daydream Believer”, de The Monkees, y el primer álbum fue Slade Alive, de Slade. No tengo idea de
cuántos discos tengo ahora, pero son varios centenares.
En tu juventud
formaste bandas, tocabas el teclado, y luego de pasaste al otro lado: la
producción y la ingeniería de sonido. ¿Qué provocó ese cambio?
¡Que la banda era una mierda y yo necesitaba trabajar!
[Risas]. Así que me conseguí un empleo en un estudio.
Siendo productor,
ingeniero y mezclador, ¿cómo abordás cada proceso y lográs no confundir los
límites entre cada función?
Siempre creí que esas tareas se superponen. Los límites son
solo “políticos” y uno los adapta al estilo y la onda que hay en cada sesión. Si
el productor está feliz con que el ingeniero le proponga ideas, bien. Pero a
veces podés estar hiriendo susceptibilidades. Si soy productor, quiero que el
ingeniero sepa cuándo hablar y cuándo cerrar el pico. Pero ahora solo estoy realizando
mezclas y, si hago producción, me resulta muy difícil remezclar mis propios tracks.
Trabajar en Songs from the Big Chair te abrió
muchas puertas. ¿Cómo llegaste a Tears for Fears?
Ellos habían echado a su ingeniero y, como yo había
trabajado con el manager del productor,
me llamaron. Grabamos las canciones en la casa del tecladista, por lo que fue
algo muuuy relajado. Es más: si aislás el redoblante que suena en “Shout”,
¡podés escuchar un teléfono que sonaba desde la cocina!
¿Se siente desde la
mesa de mezcla cuándo algo va a transformarse en hit o clásico?
Cuando trabajás con un artista nuevo no tenés forma de saber
si una canción va a ser un éxito. Podés pensar que es lo mejor que se haya
grabado, pero hay muchos factores en juego. Con un grupo ya de renombre, uno
siempre espera hacerlo tan bien como el último. Así que no; no hay manera de saber
si algo será un clásico: lo único que te queda es esperar que sea un hit si es
realmente bueno.
¿Fueron los 80 la
“década de oro” en términos de producción, de experimentar, de buscar nuevos
sonidos?
¡Totalmente, por lo menos para mí! Por supuesto, siempre surgen
cosas nuevas, pero aquella década representó un giro enorme en cuanto a cómo debe
sonar y grabarse un disco.
En los 90 empezaste a
colaborar con bandas de rock. ¿Qué desafíos profesionales te impuso el cambio
de estilo de esa década? ¿Tuviste que aprender técnicas, cambiar métodos?
No, no he cambiado concientemente mis técnicas. Más bien,
creo que absorbo el sonido de la época por ósmosis.
Mezclaste Coming Up de Suede en un período
particular de banda. ¿Qué recordás de aquellas sesiones?
¡Uh, grandes canciones! Creo que, como se había ido Bernard
[Butler], se esforzaron aún más en la composición. Fue
complicado, porque estaban pasando por muchas cosas y ellos querían un sonido
grande, pero también radiante.
¿Cuáles son los
principales cambios que viviste en el negocio de la música desde tu oficio en
estas tres décadas?
Como empecé siendo ingeniero de diferentes géneros, no tengo
problemas en hacer cualquier música. Me gusta todo lo que sea bueno. En
términos comerciales, hubo cambios. Hoy la mitad de mi trabajo viene
directamente de los artistas o el management,
lo cual es diferente: hay menos interferencia por parte de un montón de gente
de las discográficas, pero no suele haber mucho dinero.
Hoy, con el
desarrollo de Internet y el software
de audio, muchos artistas se autoproducen y editan. En un escenario así, ¿cuál
es la función actual de un productor y de un ingeniero de sonido?
¡Tenés que sostener a las bandas aún más! No hay nadie de
una discográfica que pueda ayudar con otro par de oídos. Eso puede ser bueno y
malo.
Escuchar música hoy también
es una experiencia diferente. Ya no es tan habitual poner un LP y sentarse a disfrutarlo,
sino que se cargan canciones en un MP3 y se las oye camino al trabajo en el
subte o en el auto. ¿Hoy se produce y mezcla pensando en ese cambio de hábito
de consumo?
Yo no lo hago, excepto que, quizás, cuido el orden de los
temas. Sabés que, si ponés un muy buen track
al final, la mayoría de la gente no lo va a escuchar nunca. Pero, en gran parte,
eso también pasaba antes.
¿Tuviste dificultades
trabajando con algún artista en especial? Dale, decilo: ¿quién es un dolor de
huevos?
No, no: son todos seres humanos maravillosos [risas].
Publicado en revista UltraBrit (septiembre 2014)
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