lunes, 3 de octubre de 2011

Tears For Fears en Buenos Aires: una lágrima

El dúo que alguna vez pudo dominar el mundo sobrevive entregado a la nostalgia.

Foto de Tomás Correa Arce


"Esta puede ser nuestra última oportunidad. ¿Cuándo haremos que funcione?". Promediando la noche, a eso de las 22:15, las estrofas de "Advice For the Young At Heart" suenan a pregunta retórica para Tears For Fears, pareja que "funciona" hoy como esos matrimonios que se mantienen por costumbre, asentados en el confort que ofrece una historia en común lo suficientemente agradable y conocida como para seguir. Salen, se divierten, lucen activos, pero visitan los mismos restaurantes, piden el mismo plato y hablan siempre de lo mismo, recordando esas anécdotas una y otra vez. Solo tienen pasado por delante. En el caso de Roland Orzabal y Curt Smith, esto se traduce en girar por el mundo y pasarla bien de la mano de las memorias y un "nuevo" disco que los muestra contentos y juntos tras una década de separación, pero que en realidad es una obra de hace ya siete años, ignorada por la mayoría, que propone un "regreso" que, desde su título, sentencia un final y que, lejos de sonar a renovación, parece una banda Beatle rindiendo tributo a Sgt. Pepper's. El dúo que en los 80 pudo dominar el mundo está rendido, entregado a la nostalgia y no parece tener conflictos con su triste plan para el futuro: "nuestro objetivo es sobrevivir y morir en paz", le confesó hace unos días a la prensa, antes de su recital en México.
Pero no nos adelantemos, volvamos a las 21:08 de Buenos Aires, cuando los ingleses salieron al escenario con "Everybody Wants to Rule the World" y, al menos, la ambición de dar un buen concierto ante un público que esperó más de 20 años por verlos reunidos de nuevo tras aquella presentación en Vélez coartada por la lluvia (y opacada por un "soporte" de la talla de Soda Stereo). Y este show fue, más que bueno, pulcro, distendido pero flemático, sobrio en la puesta, correctísimo en la ejecución (aunque con un sonido algo saturado por el clásico "efecto cajón" del Luna Park) y con poca emotividad desde el escenario. Recién en el cuarto tema, "Change", apareció cierto entusiasmo cuando Orzabal alimentó el mito de sus raíces criollas y se alegró, en un muy gracioso "español", de estar "en la patrrría [sic] de sus abuelos y primos".
El set alternó himnos como "Sowing the Seeds of Love", "Mad World" y "Pale Shelter" con canciones no tan conocidas, como "Secret World", "Call Me Mellow" y "Closest Thing To Heaven" (de Everybody Loves a Happy Ending, esa "vuelta" que vienen presentando desde 2005), todas de impecable actuación, pero desapasionadas, sin calentura, con una apatía general que hizo que grandes momentos interpretativos, como el genial cover en clave soul de "Billie Jean" y el jam country-jazz de "Badman's Song", lucieran como elementos algo descolocados en el conjunto de la presentación. La temperatura subió recién hacia el final, con "Break It Down Again" (lo único del período "solista" de Orzabal), "Head Over Heels" y lo mejor de la noche: "Woman in Chains", donde Michael Wainwright (solista que es opening y corista de la banda) hizo olvidar a Oleta Adams y se robó los aplausos, y el cierre de estadio a los gritos con "Shout".
"Gracias, buenas noches", dijeron. Tears For Fears dejó el escenario y se fue al hotel a empacar este kit de supervivencia hacia un nuevo destino. El público oldie, siempre despreocupado por el mañana, volvió a casa feliz de escuchar sus clásicos favoritos. Y así "funciona": todos terminan descansando en paz.

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