Ryan Murphy es hoy el niño mimado de Hollywood, principalmente porque es un especialista en hacer productos tan lucrativos como inteligentes. Como creador de la serie Nip/Tuck, brindó una cruda, sexy e irónica reflexión sobre el mundo de la imagen y la autoestima desde los enredos de dos cirujanos plásticos. Como ideólogo de Glee, puso a bailar todos los clichés de las típicas historias de adolescentes losers para reinventar el musical teen y crear un fenómeno mediático. Y ahora, en su segundo trabajo cinematográfico como director, nos mete un cuento de espiritualidad burguesa.
Comer, rezar, amar está basada en las memorias de Elizabeth Gilbert, una escritora en sus treinta y pico a la que le agarra una crisis existencial, descubre que no quiere seguir casada, que está insatisfecha y deja todo para emprender un viaje con el fin de encontrarse a sí misma. Así, pasa cuatro meses en Italia, donde descubre los placeres del ocio y la gula (“comer”). Luego, vive otro cuatrimestre en la India, tratando de conectarse con su espíritu a través de la meditación (“rezar”). Y, por último, termina un año sabático en Indonesia, buscando el equilibrio y el coraje para volver abrir su corazón (“amar”).
Si hay algo que deja en claro la película es que, para encontrarte a vos mismo, necesitás pasaporte en regla y mucha guita, así que lo lamento, estimada morocha que todos los días te tomás el 98 hasta Berazategui: estás perdida.
El personaje de Julia Roberts es de esas personas que solo viajando a Oriente puede encontrar la iluminación y allá convive sin miedos con la miseria y los niños que hurgan la basura por comida porque, claro, ese tipo de relevaciones no se obtienen dándole 50 centavos al pibe que te limpia amenazadoramente el parabrisas en algún semáforo de Once.
En este y otros sentidos, la historia peca del narcisismo de esta generación del “yo, yo y yo” que se crió amamantada por el psicoanálisis y educada por cientos de volúmenes de “How to be happy” comprados en Amazon, sin olvidar la usual visión “ombliguista” del estadounidense, en especial del neoyorquino.
El alegato sobre la autonomía y superación femenina que la película pretende mostrar se derrumba porque no toma en cuenta el principal obstáculo que tienen (y tendrán) las mujeres reales para alcanzar eso: la barrera social, económica y de género que persiste en nuestra cultura para con el llamado sexo “débil”. Por lo tanto, solo si tenés plata y sos flaca, podés ir tranquila a Italia a sacar pancita ejerciendo el dolce far niente para alimentar tu alma. Pero si tenés pibes, laburás 12 horas por día y luchás por conservar el culo (y el empleo), sorry, ragazza: andá a llenar tu vacío existencial con una napolitana de Ugi’s.
Ahora bien: ¿todo esto hace que sea una mala película? No, para nada, porque Murphy sabe cómo hacer funcionar sus productos y también entiende que el cine puede ser como un libro terapéutico: a veces, la pantalla solo sirve para mostrarnos cosas que ya sabemos pero que necesitamos oír y ver para sentirnos mejor. No importa si su discurso se construye con consejos de un gurú místico o sobre eslóganes del marketing emocional. No importa si las imágenes son experiencias reales o tan solo el videoclip de algún Agulla – Baccetti de la espiritualidad. Después de todo, el suceso detrás de toda obra de autoayuda no pasa tanto por ser creíble, sino por ser reconfortante.
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3 comentarios:
interezante maxi, la descargaremos y le pegaremos una mirada :) saludos!
¡Dios, menuda crítica!. ¿Has visto Buried?... Espero ansiosa tu reflexión.
Excelente de mas tu critica¡¡ jajaja, creo que si fueras mujer serias mi alma gemela jajaja. Saludos amigo y SIGUE ASI¡¡ ES EN SERIO¡¡¡ :) :)
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