sábado, 13 de marzo de 2010

Volar y volar...

Dos horas y veinte minutos para recorrer los 39 kilómetros que separan el hotel del aeropuerto. Casi el mismo tiempo que tomó el trayecto desde Ezeiza a Guarulhos. Dos horas y veinte minutos. ¿Cuántos episodios tendría La autopista del sur si Cortázar la hubiera ambientado en el tráfico de São Paulo? ¡Uy! Hubiese jurado que ese Lamborghini, casi un maniquí en los fastuosos concesionarios de Avenida Europa, nos acaba de pasar aspirando la pintura del taxi. O ese Ferrari. O aquel Porsche. Pero no, es mi imaginación, eso no es posible acá, en esta ciudad donde los carteles que marcan 30 Km de máxima son, más que burlas, señales de esperanza y los autos deportivos mueren jóvenes por llevar una vida sedentaria.

Y ahora, que por fin llegaste, otra espera más. ¡Mirá la cola que hay para el check-in! ¿No te habrás olvidado el pasaporte, no? ¿Dónde lo metí? ¡Acá está! En el culo, en el bolsillo del culo. ¿Y los papeles de migraciones? ¿Y el de la AFIP? ¿Mirá si lo perdiste y te hacen pagar por cosas que declaraste? ¡Acá está! En el culo. ¿Por qué los pusiste en el culo? ¿Creés que así te van a ayudar a tapar el hecho de que te estás cagando? Tendrías que haber ido en el hotel, pero claro: hace dos horas y veinte minutos no tenía un sorete aguardando en la puerta dos. Y no pensás ir al baño acá, ¿no? Andá a saber qué peste te podés agarrar.

¿Qué puerta era? Ah, la cuatro. ¿Y qué hago mientras espero el vuelo? ¿Ceno algo? ¿Y qué? La comida de aeropuerto es como la de un hospital condimentada con shopping. ¿Qué elijo? No sé, cualquier cosa, pero algo tenés que comer, no vas a estar hasta las dos de la mañana con la panza vacía. Mirá si encima se retrasa el vuelo. ¿Y si la comida me cae mal? ¿Y si hay turbulencia, como a la ida, y terminás vomitando este pseudo McPollo sobre el culo de la azafata? ¡O un mareo! ¿Dónde metí el Dramamine? ¿En el culo? No, uno no se pone estos medicamentos en el culo. No, acá está. ¿Y dónde está la puerta cuatro? Quizás más adelante. ¡Cuánta gente deambulando y comprando! ¿Por qué si en los free-shops hay básicamente tabaco, alcohol y azúcar los aeropuertos no tienen una leyenda advirtiendo que el volar es perjudicial para la salud? ¡Acá está la puerta cuatro, en el subsuelo!

Y ahora, que por fin llegaste, otra espera más. ¿Qué hago mientras? Escribí, Maxi. Sacá la netbook y escribí. Y contá acá, desde la puerta cuatro, sobre esa ciudad habitada por seis millones de autos que, quizás, sueñan con autopistas aun más grandes y veredas aun más pequeñas para ver si, al fin, pueden saber cómo se siente la velocidad. Sobre esa megametrópolis ennegrecida de motoristas ofuscados que, quizás, deberían volver a conducir sus pies. Y sobre esos 17,18 millones de habitantes que solo quieren llegar, a dónde tengan que ir, pero llegar, envejecer en sus casas y no en la calle, y que sus vidas sean más largas que un embotellamiento de 186 kilómetros.

Que estos dedos hablen de Marcio, el taxista que, tras dos horas y veinte minutos, se transformó en músico, escritor, casi abogado y se recibió de compañero de ruta. Sobre el Altino Arantes, “la Torre del Banespa”, y el horizonte de cemento que hay en su punta. Sobre el frecuente miedo de haberse olvidado todo en el hotel, menos los jaboncitos robados como recuerdos de lujo. Sobre el terror que te azota en los toilettes públicos. Sobre el tiempo que demanda viajar cuando uno solo demanda más tiempo para conocer. Sobre el nenito que tenés acá al lado taladrándote el oído y que los controles no detectaron como objeto punzante. Sobre esperas que desesperan. Sobre esta puta ansiedad aeroportuaria que te hace llevar la cabeza a…

- …ltima llamada para los pasajeros del vuelo TAM 8006 con destino a Buenos Aires, abordar por puerta cuatro…

Hora de volar, Maxi. Volvé a la tierra.

4 comentarios:

Martín dijo...

A vos las ansias te liquidan. xD

Maximiliano Poter dijo...

Sí, ¡me vuelan la cabeza! Saludos, Martín.

Anónimo dijo...

Dos preguntas:

- ¿cuánto te costó la carrera hasta el aeropuerto?

- y al final ¿el sorete dónde quedó?.

Silvia.

Maximiliano Poter dijo...

Por el bien de mi salud, estaba paga. ¡Y el sorete aterrizó sano y salvo en Buenos Aires! Un final feliz, pero de mierda.