Un estudio señala que, para fin de año, la industria musical debe abandonar el CD porque su existencia no le deja abrazar el negocio online. ¡¡Me quiero volver conservacionista!!
Cuando miro las estanterías de mis CD, edificios de una ciudad que crece pujante robándose ya todo horizonte en el estudio de mi casa, sé que estoy construyendo un museo. Pero siempre me consideré el arquitecto de un ecléctico hábitat sonoro y no como el viejo coleccionista de huesos que este estudio de Gartner me quiere hacer creer soy.
La cuestión es que, según esta consultora, 2009 debe ser el año en que la industria musical abandone el CD como principal generador de ganancias porque su existencia le impide abrazar las oportunidades del negocio online.
El informe, que se sustenta en el disparado ascenso de las ventas digitales y en la marcada caída de los soportes físicos desde 2005 en Estados Unidos, señala que los sellos deberían priorizar el canal online para publicar sus títulos y pasar la producción de discos a un esquema "bajo demanda".
"El confort de la industria con las viejas prácticas de marketing centradas en lanzamientos de CD es difícil de abandonar, pero la realidad es que los nativos e inmigrantes digitales están más interesados en la conveniencia y en la elección", dice Mike McGuire, vicepresidente de investigaciones de Gartner. "Esto no quiere decir que el disco físico desaparecerá. Por el contrario, podría pasar a ser una herramienta de promoción que se vende o regala en conciertos, por ejemplo".
Acá es cuando me sale la defensa conservacionista de la especie (y, también, cierto ataque conservador, producto de la edad, claro). Aunque la visión de Gartner es, en alguna medida, cierta y anticipatoria, pretender que las grandes empresas musicales abandonen en un año el formato que hoy, crisis financiera, BitTorrent y iTunes de por medio, representa el 77% de su revenue anual es, por lo pronto, ridículo.
Pero el gran inconveniente es analizar el problema de la industria musical (con todos sus involucrados: artistas, productos, sellos y público) en términos de blancos y negros: CD o MP3, disquerías o tiendas online, sellos o autogestión, piratear o compartir. Y esto no es solo por el "confort" que cita McGuire, sino por simple reduccionismo (o miopía).
El nuevo esquema del mercado musical no pasa por extinguir y reemplazar formatos, sino justamente lo contrario: diversificarlos, darles más opciones a los consumidores. Y ya no hay que defender un viejo y único modelo de negocio, sino crear uno nuevo por cada artista (algo que quienes conforman entidades como la RIAA están muy lejos de entender entre juicios a usuarios y lobbies a proveedores de Internet para que filtren contenido y desconecten a clientes que intercambian archivos).
La nueva fisonomía del negocio "discográfico" no debería implicar la muerte del CD, ni la abolición de los sellos, ni la deificación (o demonización) del download. Debería ser un festival de formatos y, por ende, de alternativas: discos compactos, LP, tarjetas microSD, celulares con música precargada, Blu-ray, DVD, ringtones, pen-drives, ediciones digitales y decenas de etcéteras; todo esto, a su vez, en diversas opciones, combos, presentaciones, packs o versiones (básicas, limitadas, deluxe, gratuitas y las que puedas imaginar según el artista y el público al que se quiere llegar).
Entonces, quizás la pregunta que deberíamos hacernos es cómo queremos disfrutar la música de ahora en más, y pensar en la libertad de decidir cuándo, dónde y, principalmente, bajo qué forma quiero tanto adquirir (como consumidor) como distribuir (como productor) las obras.
Yo quiero seguir construyendo mi museo de CD, admirar sus estilos y redescubrir artistas olvidados por los años y las tendencias. Agarrar el último de Richard Ashcroft, escucharlo cantar "Music is Power" y pensar que, por sobre todas las cosas, es poder de elección.
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