viernes, 23 de enero de 2009

Apple y Mac: 25 años pensando diferente


Mi primer contacto con una Macintosh fue hace 12, 13 años. Trabajaba como redactor y columnista de PC Magazine y solía usar una cada vez que necesitaba escanear fotos, diapositivas o corregir algunos artes. Irónicamente, la revista emblema del universo Windows se hacía, en parte, con un producto de Apple.

Por aquel entonces, la diferencia entre estos dos mundos era mucho más lejana que los tres o cuatro escritorios que separaban mi redacción del departamento de diseño. Mac no era un producto "popular", más bien era especializado, y sus creadores estaban en pleno "operativo retorno" de Steve Jobs para ver si el fundador podía recuperar a una manzana que se estaba echando perder (Pablo te cuenta en este post por qué no conviene mezclar fruta con gaseosa). Mientras, Microsoft dominaba los escritorios y amenazaba con hacer lo mismo en Internet sofocando a su más grande competidor en esos días: Netscape.

Hoy, Apple fabrica teléfonos y es el principal distribuidor de música online; las Mac pueden correr Windows; Microsoft sigue perdido en la web, confundido por un algoritmo matemático (Google); Netscape desapareció; PC Magazine dejó de publicarse en papel (al menos en Estados Unidos) y yo sigo escribiendo sobre tecnología... pero para Rolling Stone. Todo es muy diferente...
Tanto como lo fue cuando la Macintosh apareció en el mercado, el 24 de enero de 1984: la primera computadora masiva que utilizaba una interfaz gráfica y un "mouse" en lugar de instrucciones por línea de comandos. La información estaba representada como formas, objetos y figuras que podían "tocarse" y moverse, en lugar de tener que ejecutar largas y complicadas órdenes mediante el teclado. Era una revolución, tal como se proponía desde el célebre comercial de presentación, filmado por Ridley Scott: la inventiva derrocaba a una tiranía de uniformidad y conformismo, oculta tras una pantalla negra. La imaginación, al menos en el gobierno de la informática, llegaba al poder.

Pero todo sería una expresión de deseo. La mentalidad de la época, el altísimo precio de la Mac y una seguidilla de pésimas decisiones ejecutivas (entre ellas, el despido del mismísimo Jobs de Apple) hicieron que la compañía tambaleara y que su producto estrella quedara relegado, con los años, a una herramienta para diseñadores gráficos y editores de audio y video, por el potencial que brindaba en esas áreas.

Valía poco que la Macintosh fuera mejor que la competencia. La computación personal estaba tomando otro rumbo, donde la astucia comercial estaba por encima de la superioridad técnica. Los piratas de Silicon Valley (1999), un modesto pero excelente film para TV sobre los primeros años de la era PC, resumió esa época en una escena brillante. Noah Wyle, bajo la piel de un joven Jobs, le dice a Bill Gates, encarnado por Anthony Michael Hall:

- Somos mejores que vos, tenemos productos mejores...
- ¿Aún no lo entendés, Steve? Eso no importa.

Y no importó, al menos hasta hace poco más de una década...

Hacia 1997, Jobs volvió al frente de Apple para concretar su revolución trunca. Y durante ese exilio forzado pareció haber aprendido una lección: efectivamente, ser mejor no era lo (único) que importaba en este negocio. Un sistema operativo más "estable" que la competencia no lo era todo. Había que ofrecer algo más. Y así lo hizo.

La iMac, el equipo que marcó la era del renacimiento en Apple, fue el primer invento tecnológico en tener "alma". Fue diseñado por un artista (Jonathan Paul Ive) e iluminado por lo más brillante del marketing: vender la idea de que, gracias a un producto, vos podías pensar diferente y, por ende, ser distinto a los demás.

No importaba si estabas comprando un ordenador sin disquetera (¡eso hasta era cool!) o si seguías vinculado a una plataforma propietaria, donde hardware y software dependían de una sola empresa. Lo importante era que, con una Mac, vos podías ser Einstein, Lennon o Picasso.

"Transformá la informática en arte, revestila de significado y obtendrás un ícono cultural". Esa pareció ser la fórmula mágica para que Apple hiciera de la Mac (y de cada una de sus creaciones siguientes), un emblema y un objeto aspiracional. Ya sea desde las finas curvas de una notebook sin CD-ROM, o con dos simples auriculares blancos, Apple nos tiene atados al deseo.

Pero estos también son tiempos diferentes para la empresa, que deberá enfrentar nuevos desafíos. ¿Un sistema operativo robusto seguirá siendo un diferenciador clave en un mundo donde la computación reside en la red? ¿Podrá Apple seguir a la vanguardia en un mercado donde el cuidado por el diseño y la estética ya es patrimonio común de casi todas las firmas de IT? ¿Cuál será el futuro de una compañía tan dependiente del carisma de un líder que, hoy, atraviesa un frágil estado de salud y hace preocupar no solo a sus accionistas, sino a toda una industria?

Son preguntas que, seguramente, Apple resolverá con lo que siempre le sobró: la imaginación.





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