lunes, 28 de abril de 2008

La música, la tecnología y yo

Vicisitudes de un compositor neófito en su ingreso al mundo tecnológico.

1. Empecé con una guitarra criolla, luego me compré una stratocaster, a la que después le agregué una humilde pedalera Digitech RP50 y… listo, pará de contar. A lo sumo alguna edición en Sound Forge y algún coqueteo con el Cubase, pero mi relación con la música y la tecnología siempre se basó en una ligazón física.
Sonará a vejete, pero yo necesito tener la sensación de tocar un instrumento y esa es una de las razones porque las que nunca me metí de lleno con los innumerables y poderosos software de música. Es por esto que salí a la calle por un controlador MIDI USB, un teclado que permite interactuar con los programas de sonido.
El tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos…

2. Si no se sabe mucho del tema, comprar un instrumento es una experiencia paranoide que solo se compara a la de adquirir tu primer departamento o llevar el auto al mecánico. Siempre vas a escuchar una vocecita que dice: “uuuyyy… te van a cagar”. Y ni hablar de la habilidad de los vendedores en las tiendas de música para oler el miedo. Tan pronto como un “Bambi” como yo cae en el negocio, sacan a relucir sus capacidades. Los hay de diversos tipos, pero hay dos especies predominantes: los que te atrapan en una telaraña de datos técnicos y los que “te muestran” el instrumento en cuestión tocándolo ellos como si estuvieran compartiendo escenario con Jimi Hendrix. Para los que no han vivido esta experiencia, recomiendo ver este imperdible sketch de Mad TV que ilustra como nadie a esta particular fauna.
A mí me tocó uno de la primera especie e hizo muy bien su trabajo: me envolvió y me dejó ir a casa con un Behringer UMX25 bajo el brazo.

3. Aparte de viejo y paranoico soy masoquista, porque leo los manuales de instrucciones. Suelen decir que están escritos “a prueba de boludos”, pero los redactores de estos textos deberían saber que hay diferentes grados de idiotez y que, por supuesto, es difícil llegar a mi nivel.
De todas formas, uno de deja de sorprenderse sobre cómo se obvian datos fundamentales sobre el funcionamiento de un instrumento y, sin embargo, se explican “soluciones a problemas frecuentes” como este:
Problema: “El equipo no funciona”.
Solución: “Compruebe que el equipo esté enchufado y encendido”.

Doy aquí nuevas sugerencias para futuros instructivos.

Problema: “El equipo no funciona”.
Solución: “Asegúrese de no vivir en una choza, iglú o carpa, o bien de que su morada posea una conexión a la red eléctrica”.

Problema: “Mi equipo está encendido pero no emite sonidos”.
Solución: “Compruebe no ser sordo”.


4. Finalmente, conecté e instalé todo en mi PC. Abrí el programa de audio (me vino con el Ableton Live) y un mundo de gráficos, perillas y botones colmó la pantalla y mi paciencia.
Como buen ser racional, apelé al primate que vive en mí y comencé a tocar todos los botones y comandos hasta que apreté una tecla en el controlador y, de golpe, PRRRRRIAAAUUUNNGGG… un sonido entre espacial y escatológico emergió de los parlantes.
“La pucha –pensé–. A esto se redujo mi sueño de reunir a My Bloody Valentine con The Orb: al sonido de un marciano con gases”. Sin embargo, nunca estuve tan feliz de escuchar un pedo.
Chupate esta mandarina, Tangerine Dream; cuidate, Moby; achtung, Kraftwerk: allá voy (tecleando).

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