jueves, 5 de diciembre de 2013

Diez películas que deberías haber visto este año

Qué estrenos de la pantalla grande local tenés que ver antes de que se termine 2013 y por qué; así de simple.



Una aventura extraordinaria
¿Por qué? Porque ¡la pucha que vale la pena estar vivo!

Un joven indio y el tigre computarizado más real que hayas visto, náufragos en el océano de la vida, en un viaje poético, espiritual (si se quiere), cargado de simbolismos y moralejas sobre las formas de afrontar los desafíos de la existencia y, por ende, interpretar lo que nos pasa.

Quien vea la obra del director Ang Lee con ojos irónicos e hipercríticos dirá que es un film edulcorado de poesía new age con mensajes de esa nueva “espiritualidad de supermercado”. Quien deje descansar el cinismo por dos horas, descubrirá una obra reconfortante, inspiradora, sin solemnidades y con un lirismo visual arrollador. Como mucho en esta vida, depende de vos.


El gran Gatsby
¿Por qué? Porque Leo Di Caprio es lo más.

Cuenta la leyenda que Scott Fitzgerald, al comenzar a delinear su novela, dijo que quería hacer “algo novedoso; algo extraordinario, bello, simple y, a la vez, intrincado”. Casi 90 años después, Ben Luhrmann le da nueva vida en un film que, para los puristas, podrá pecar de extravagante, pero que, bajo una mirada posmoderna y personal, recupera, respeta y enaltece aquella intención del escritor. Luhrmann toma una historia de amor (imposible) clásica, pero la filma en un 3D espectacular, la remixa con hip-hop y electrónica y apela a todos los recursos estéticos y estilísticos del siglo XXI para expresar la fastuosidad y el despilfarro de los años 20.

Un film “de época” solo en ubicación y vestuario, pero netamente actual en confección, con un descomunal Leonardo Di Caprio (quien este año también brilló en Django sin cadenas), que se consolida como la gran estrella masculina de cine de las últimas dos décadas.


El hombre de acero
¿Por qué? Porque es el (súper) regreso del año.

Pavada de desafíos: Reflotar una franquicia hundida tras el fracaso de Superman Regresa (2006) y recuperar un personaje que estaba desde ridiculizado hasta opacado y dejado de lado por el público, ahora afín a héroes más “creíbles” como Batman, Spider-Man o Iron Man.
¿Cómo, entonces, respetar el origen y la esencia fantásticos de Superman y, a la vez, dotarlo de humanidad en sus dilemas para hacer empatía con la platea actual? La respuesta fue darle la producción de El hombre de acero a Christopher Nolan, artífice del renacimiento de Batman al otorgarle gravedad y realismo. Pero dejarle la dirección a Zack Snyder, tipo con experiencia en adaptar cómics a la pantalla y gusto por la pirotecnia visual (300 y Watchmen).

El resultado es la mejor película de Superman que se ha hecho hasta el momento. Henry Cavill es un Kal-El dignísimo y el film, más allá de sus altibajos, es irreprochable en su cometido de recuperar al personaje, sentar las bases para una franquicia y hacerte salir del cine creyendo que un hombre, realmente, puede derretir el metal con su mirada o surcar los cielos como un avión.


Antes de la medianoche
¿Por qué? Porque es la gran historia de amor cinematográfica de toda una generación.

Tercera parte (y etapa) de la vida amorosa entre Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy). Y si tenés alrededor de 30 o 40 años es muy difícil no sentirse vinculado a ellos: su historia ha crecido a la par de su audiencia y hay pocas películas románticas (aún menos sagas) que, dentro de los cánones de la fantasía idílica del género, son tan naturales, observadoras, profundas y humanas como la trilogía del director Richard Linklater.

Este es el capítulo más agridulce de los tres, un film tan cínico y amargo como tierno y esperanzador. Verlo con caramelos ácidos de limón duplica la experiencia cinematográfica.


Titanes del Pacífico
¿Por qué? Porque ¡¡¡ROBOTS Y MONSTRUOS!!!

Un impactante tributo hollywoodense a dos especialidades del arte visual japonés: el animé mecha (los dibujitos con mecanoides gigantes) y el cine de kaiju (esas películas en las que Tokio siempre era pisoteada por alguna criatura enorme y exótica, caso Godzilla). Gracias, Guillermo del Toro, por recordarnos que, alguna vez, cuando éramos chicos, todos quisimos ser piloto de Mazinger.


Metegol
¿Por qué? Porque es nuestra Toy Story.

Hay muchísimas cosas para destacar del primer trabajo de animación de Juan José Campanella. Tiene una factura técnica impecable, con astucia para evitar lo más demandante (y caro) de la CGI sin perder un píxel de detalle y preciosismo, comparables al de producciones extranjeras.

Es una historia de valores “glocales”: Metegol defiende tradición, pasión y comunidad por sobre corporativismo, marketing y individualismo sin descuidar identidad, costumbrismos, códigos y léxico futbolero nacional. Y arriesga: ni menottista ni bilardista, Metegol es “campanellista”. Fiel a esa melancolía barrial del director, se anima a dar vida a un juego tan nostálgico como olvidado (en lugar de “ir a lo seguro”, como antropomorfizar animalitos) para intentar poner a la Argentina en el mapa de la animación digital 3D.

¿Es un peliculón inobjetable que no tiene un solo problema? No, claro; pero hasta en eso su planteo es generoso y da material para que discutan los plateístas.


El conjuro
¿Por qué? Porque terror era el de antes.

El film de James Wan tiene una casa embrujada (ubicada, claro, en un bosque tenebroso); una familia humilde víctima de lo demoníaco; una médium; una mujer poseída que vomita y habla con voz gruesa (por ende, también hay un exorcismo); una ahorcada; una bruja; chirridos en puertas; relojes que se detienen a cierta hora; un sótano tétrico; un placard misterioso; pájaros que se estrellan contra las ventanas; apariciones en un espejo; una muñeca antigua poseída; objetos que se mueven solos; presencias misteriosas que deambulan por habitaciones... Y, por supuesto, todo está basado en hechos reales.

Tiene 20 elementos de terror que refieren, al menos, a una docena de películas, a saber: El exorcista, La profecía, El orfanato, Los pájaros, Actividad paranormal, Donde habita el diablo, Posesión infernal, Aquí vive el horror, Chucky, el muñeco asesino, La noche del demonio, El títere y El resplandor.

El conjuro es, para quien escribe, la gran estafa del 2013, pero tiene un enorme mérito: explotar la memoria visual del espectador y lograr asustar no por lo que es, sino por disparar en la mente aquello que nos aterrorizó alguna vez. Hay miedos que ya están en nuestro ADN cinéfilo, y con solo saber copiar la tipografía setentosa de El exorcista en sus títulos de apertura El conjuro eriza los pelitos de la nuca.

¿El resultado? La película de terror sensación de este año: más de 315 millones de dólares de recaudación en el mundo (sobre 20 millones de presupuesto) y más de 500.000 espectadores en nuestro país.

¿El consejo? Déjese asustar por imitaciones, pero no olvide comprar siempre terror original.


Gravedad
¿Por qué? Porque es la película del año.

Una obra maestra con la espectacularidad, tragedia y urgencia del cine catástrofe más el nervio y la desesperación de una historia de supervivencia: dos astronautas, varados en la inmensidad del cosmos, que tratan de volver a la Tierra.

Más allá del contexto sci-fi, este es un relato de resiliencia y superación personal. Gravedad habla de no aferrarse al dolor, de dejar ir aquello que te aleja del mundo y te aísla en la oscuridad.

Es, además, técnicamente única y revolucionaria. El director, Alfonso Cuarón, y su equipo idearon nuevas prácticas de filmación en 3D para replicar como nunca antes la sensación de flotación, vértigo y vacío que hay en el espacio. La cámara gira constantemente alrededor de los protagonistas, se mete en sus cascos, flota, desorienta. Y el film te envuelve en un silencio inmenso, tan pacífico como aterrador.

De los 7.000 millones de habitantes que hay en este planeta, apenas 530 personas fueron al espacio. Con solo ver Gravedad, vos podés ser uno de ellos.


Blue Jasmine
¿Por qué? Porque es el mejor Woody Allen.

Si con Medianoche en París (2011) el director se reencontró con los elementos que lo hicieron un ícono (ese humor intelectual y poder de observación mordaz y crítico de las clases sociales en los Estados Unidos), Blue Jasmine es su trabajo superador.

Hace décadas que no se veía a un Woody Allen tan consistente, fiel a su estilo sin apelar a tics y autohomenajes y, a la vez, tan duro, amargo y crudo en su comentario sobre la burguesía yanqui. Todo de la mano de una soberbia Cate Blanchett como esa patética señora bien en desgracia (vayan reservando el Oscar, señores de la Academia).

Pregunta para los que todavía discuten a Allen: ¿cuántos directores son capaces hoy de hacer, luego de 78 años y 45 películas, una de las mejores obras de su carrera?


Rush: pasión y gloria
¿Por qué? Porque enaltece el valor de la enemistad.

¿Es necesariamente malo tener un enemigo? ¿Qué pasa cuando la idea de vencer a ese adversario hace que te superes, que seas mejor? ¿Por qué tu enemigo no puede ser, también, tu gran inspiración?

Ron Howard llevó al cine una de las más emocionantes rivalidades de la Fórmula 1 durante la década de 1970: la del inglés James Hunt y el austriaco Niki Lauda. Pero también es una historia sobre el yin y el yang. Dos polos con el mismo origen e igual talento, pero personalidades opuestas. De un lado, Hunt: el playboy carismático, vicioso e irresponsable, acaso el primer rock-star del automovilismo. Del otro, Lauda: “la rata” cerebral, pragmática, laboriosa, parca y con un conocimiento técnico impecable, quizás el hombre que llevó las carreras a un nuevo nivel de profesionalismo.

Ambos se odian (en el film, en la vida real no era tan así), pero es un odio que encierra envidia, respeto y, en el fondo, admiración. Y van a llevar esa competencia a las pistas, en una carrera que incluye mujeres (muchas mujeres), excesos, traiciones, pasión, testosterona y una tragedia inspiradora.
Rush quizás no sea una gran obra: es una muy buena película sobre dos leyendas. Howard no filma con lirismo y vuelos estilísticos. Pero con su estilo clásico y ágil, avanza, acelera, se lleva puestas las delicadezas estéticas para meterte en la época y en los cascos de dos mentes apasionantes.

Y si no se te hace un nudo en la garganta con el final, con ese final que tiene Rush, entonces andá al mecánico a que te revise el corazón, porque algo anda muy mal en ese motor.


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