Foto: Emiliano Rodríguez
Después de todo, estos tiempos "re" (de reuniones, remasterizaciones, reediciones, remakes, retrospectivas y recauchutajes) no son tan desalentadores. Sin el reencuentro de Bauhaus para aquellas giras de 1998 y 2005, no tendríamos Go Away White (ese espontáneo y volcánico canto de cisne de 2008), no se habrían vuelto a separar y Peter Murphy no se habría quedado con la pluma cargada para escribir Ninth, su disco más sólido en casi dos décadas y, quizás, uno de los mejores de su vasta carrera. Y, claro: nada, pero nada de lo que vimos y escuchamos anoche en el Teatro Vorterix hubiera ocurrido.
Hay que darle tiempo al tiempo. A veces, este presente tan pasado, que el periodista británico Simon Reynolds analiza (y critica, con buenas razones) en su reciente libroRetromanía, genera un subproducto estimulante: la reanimación de un artista. Porque lejos de la retrospectiva que exhibió en su primera visita a Buenos Aires, en febrero de 2009, ayer reencontramos al padrino del gótico revitalizado e impulsado por su historia reciente. Y eso es una buena noticia para el futuro.
Está claro que el turbulento regreso final de Bauhaus hizo hervir la sangre de Murphy y permitió Ninth, pero en esta actualidad que muestra, con tanta memoria sin nostalgia, hay un gran mérito de la banda que lo acompaña: pura energía. Mark G. Thwaite, que tocó para The Mission, Al Jourgensen, Tricky y Gary Numan, se sabe todos los tonos oscuros del diapasón. Aporta texturas nocturnas en "Gaslit", luminosidad en "I'll Fall With Your Knife" y reviente glamoroso tanto en las nuevas composiciones ("Velocity Bird", "Peace to Each"), como en los clásicos ("Dark Entries", "Stigmata Martyr").
El baterista Nick Lucero, ex colaborador de Queens Of The Stone Age y Masters Of Reality, entrega pesada tracción y potencia; mientras que Emilio China, con un pasado por PsychicTV, puede darle una gravedad industrial desde el bajo a "She's In Parties" o tomar el violín y hacer que "A Strange Kind Of Love" y "Subway" sean finas piezas de cristalería.
Y al frente, este jovial Murphy de 54 años, un Iggy Pop teatral y filoso que ayer paseó su aguda silueta por los graves rincones de su discografía. Puro carisma que se proyectó sobre una puesta en escena mínima y se apropió de lo ajeno ("Hurt"), descubrió reliquias ("In the Flat Field"), modernizó su mayor hit ("Cuts You Up", en una versión en quinta) e hizo su catarsis definitiva ("I Spit Roses", su adiós a Bauhaus, tan lleno de amor como de espinas). Canciones que van de 1980 a 2011 y sonaron sin tiempo.
Para el final, salió encapuchado para secuestrar otra vez a "Ziggy Stardust" y robarnos el último aliento con "Indigo Eyes" y "All Night Long", en una noche de historia presente, inflamable, retropropulsada.
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