jueves, 20 de agosto de 2015

Leonardo Sbaraglia, el hipnotizador

El actor protagoniza la nueva serie original de HBO que estrena este domingo 23 de agosto.



Hay un lugar entre el sueño y la vigilia que no, no es donde Campanita aguarda el regreso de Peter Pan. Es una ciudad taciturna sin nombre, ubicada en una frontera imaginaria y un tiempo añejo indefinido, donde lo fantástico se filtra en lo real y donde el pasado no le da descanso al presente.
Ese es el mundo pendular de El hipnotizador, la nueva serie original de HBO Latin America que se estrena este domingo 23 a las 21, protagonizada por Leonardo Sbaraglia como el enigmático Sr. Arenas, un maestro de la hipnosis atormentado por una tragedia y condenado al insomnio por su rival, Darek (el actor brasileño de origen mexicano Chico Díaz). A lo largo de ocho episodios, Arenas usará sus habilidades para ayudar a las personas a resolver sus misterios, mientras intentará librarse de su maldición.

La exquisita producción bilingüe, filmada en Montevideo, reúne actores brasileños, uruguayos, españoles, portugueses y argentinos (entre ellos, Marilú Marini y Chino Darín). “Somos todos muy diferentes en la manera de trabajar, y había situaciones donde convivían las nacionalidades que eran muy interesantes. Se aprende mucho de esa dinámica, y la propia mezcla del idioma forma parte de la historia”, cuenta Sbaraglia.

La serie está basada en el breve cómic homónimo de Pablo De Santis y Juan Sáenz Valiente (publicado en la revista Fierro) y, si bien respeta su esencia, amplía su universo con nuevas figuras y le otorga la gravedad de un elaborado thriller onírico. “Ninguna persona va a buscar encontrarse en la serie con el cómic, que es solo un punto de partida. Es imposible reproducir en un capítulo las apenas cinco páginas de la historieta —explica—. Teníamos que encontrar la complejidad de los personajes y darles más oscuridad”.

¿Cómo elaboraste a Arenas? El cómic da pocas claves, si bien tiene algo de detective…
Exacto. Se convierte en una especie de Raymond Chandler que tiene que ir pesquisando el inconsciente. Un actor también tiene que convertirse en un detective, porque construís el personaje sobre pistas, encontrando lo que hay detrás de ellas. Yo me agarré de elementos de la hipnosis, de cosas del género policial, de Humphrey Bogart. Al margen de que en los primeros capítulos se describe a Arenas como alguien misterioso e impenetrable, la gente va ir estableciendo una relación de intimidad con él. Hay que entenderlo como un tipo al que le interesan los demás, con algo humanitario, que tiene la capacidad de ver el dolor en el otro e intenta ayudarlo. Y, a medida que avance la historia, el espectador va ir viendo el drama de Arenas, porque  solo tiene partes del rompecabezas en su memoria. Cada caso que se presenta en los capítulos funciona con cierta autonomía, pero va a iluminar ese pedazo de vida que no recuerda.   

Un hipnotizador trabaja con la historia, es una suerte de exorcista de vivencias. En lo personal, ¿cómo te llevás con el pasado?
Me parece que esta serie tiene un elemento existencial. Por ejemplo, hay un capítulo titulado “El coleccionista de días”, sobre alguien que compra y guarda los días de aquellos que los quieran olvidar. ¿Cuántos instantes de la vida se me han borrado de la memoria porque el dolor o la experiencia han sido insoportables en ese momento? Porque hay una parte tuya que te baja la térmica, que apaga esa zona de tu mente. En mi caso, me interesa prender todas las teclas: tratar de volver a incorporar en mí presente aquellas cosas que tengo más difusas de mi pasado.

¿No hay días que quisieras olvidar?
¡Al contrario, los quiero recuperar! Al margen de lo actoral, tengo la necesidad de recuperar muchos días de mi propia vida. La serie juega con eso, toca un lugar filosófico existencial, de hacerse preguntas. En definitiva, la psiquis humana es un misterio.

En la preparación del personaje consultaste con un especialista en hipnotismo. ¿Qué técnicas aprendiste?
Sí, pero no me hipnotizó, sino que me mostró lo que debería hacer. Me dio claves para sugestionar a alguien y, para eso, primero tenés que darle a esa persona elementos reales para que confíe en vos.  Por ejemplo, nosotros en este momento estamos charlando, vos tenés un suéter negro, estás con un teléfono en la mano, tenés lentes: cosas de la realidad objetiva. Pero, en el medio de eso, comenzás a introducir elementos que tienen que ver con una realidad subjetiva, que se empieza a mezclar con la otra de manera incremental. Y así terminás en el mundo que el hipnotizador quiere que vos creas.
Hay que saber observar a las personas, sus pequeños movimientos y hasta su respiración. Supuestamente, vos tenés que hablar cuando el otro inspira: ahí es cuando te meten una idea. La voz y el peso de cada palabra son muy importantes. El que hace hipnosis, mientras dice algo, lo está graficando. Tiene mucho que ver con la programación neurolingüística. Es muy interesante, porque hay empresas y comerciantes que usan eso para el convencimiento. Los actores norteamericanos la emplean para establecer una relación con el espectador y determinar qué están transmitiendo a cada momento con sus gestos y palabras.

Decí la verdad: ya usaste las técnicas con alguien, ¿no?
A mi hija a veces la duermo así.




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sábado, 15 de agosto de 2015

…Y entonces fueron cuatro

Hace 40 años, la prensa revelaba que Peter Gabriel dejaba Genesis, una decisión que la banda ocultó durante nueve meses, tras un disco traumático y una gira imposible. La historia de un final que marcó dos inicios.




¿GABRIEL AFUERA DE GENESIS? La pregunta en la portada de Melody Maker del 16 de agosto de 1975, en mayúscula catástrofe, era más bien retórica. Una duda que revelaba un pacto de silencio que duró nueve meses. Y el resultado de una crisis que se gestó durante más de un año.

A principios de 1974, Genesis estaba en ascenso en la escena británica. Su quinto disco, Selling England by the Pound (1973), fue un éxito y los llevó a una extensa gira que los consagró como una de las mejores experiencias en vivo. Pero toda la atención se centraba en Peter Gabriel, cuyas impactantes performances vestido con extravagantes y complejos disfraces eclipsaban la labor de sus compañeros. «Había momentos en los que entraban personas al camarín y decían: “¡Gran show, Peter. Cuando te pusiste esa máscara, se volvieron locos!”. Y los demás nos mirábamos pensado “Eeeh: hola, esto es una banda. Y la música siempre está primero”», reveló Phil Collins a la BBC, décadas más tarde, para dar una idea del clima dentro del grupo.

 Así todo, en abril el quinteto se reunió en Headley Grange, una vieja casona que sirvió de albergue y orfanato durante el siglo xix y que había sido lugar de grabación de Led Zeppelin. Allí comenzaron a planear su trabajo más ambicioso hasta el momento: un disco doble conceptual. El lugar estaba en deplorable estado, infestado por ratas y, según Steve Hackett, por algún que otro fantasma. «Si alguna vez existió una casa embrujada, era esa. Podías escuchar sonidos extraordinarios por la noche y era casi imposible dormir», dijo.

Dos temáticas entraron en pugna. Mike Rutherford quería un álbum basado en El principito, la novela de Antoine de Saint-Exupéry, pero Gabriel impuso una surrealista historia propia sobre la búsqueda de identidad protagonizada por Rael, un inmigrante de Puerto Rico que debe enfrentar diversos peligros y criaturas en Nueva York para recuperar a su hermano. Tony Banks detestaba la idea, y el resto no veía bien que el vocalista asumiera el control y tuviera en el estudio el protagonismo que ya mostraba sobre el escenario. Ganó la intransigencia de Gabriel. «Si querés definir un mundo, tenés que dejar que una persona lo pinte: pocas grandes novelas son creadas por un comité», afirmó. Aunque The Lamb Lies Down on Broadway sería, más bien, un drama.

Genesis era una democracia quebrada. Gabriel se sentía cada vez más limitado por los compromisos de la banda y alejado artísticamente de sus compañeros. En una habitación de la vieja casona, aislado del resto, le daba letra a su casi álter ego Rael y, cuando podía, tomaba su bicicleta y se escapaba hacia una cabina telefónica cercana para hablar sobre un proyecto que lo entusiamaba mucho más. Llamaba a William Friedkin, director en boga entonces tras el controvertido éxito de El exorcista (1973), quien lo quería como consultor de su próxima película, inspirado tras haber leído el texto que Gabriel escribió en la portada de Genesis Live (1973). «Eso era muy importante para mí. Desafortunadamente, no pasó nada; fue uno de esos proyectos de Hollywood que se caen. Pero fue algo con lo que la banda (que, luego, le dio mucho lugar a Phil para que hiciera sus cosas fuera de Genesis) no estaba feliz», dijo el cantante en una entrevista de 2011. Finalmente, ese film se convirtió en Sorcerer (1977), que contó con la música de los electrónicos Tangerine Dream.

Por otra parte, Gabriel fue el primer integrante del grupo en formar una familia. En julio de ese año, nació su hija, Anna-Marie, luego de un muy complicado embarazo que dejó a la bebé en una incubadora por tres meses. «Los doctores no pensaban que iba a sobrevivir. No hay nada más importante que tu familia, y la banda fue muy poco compasiva. No vio que yo estaba lidiando con un tema de vida o muerte. Charlamos esto por entonces, pero había un veneno creciendo entre nosotros, internamente. Había algo de celos y resentimiento sobre la atención que estaba recibiendo como frontman», explicó a la revista Uncut.

La situación no mejoró cuando el grupo decidió mudarse a una granja en Gales para comenzar a grabar. Repartido entre sus obligaciones personales y profesionales, Gabriel escribía en soledad las letras y visitaba con poca frecuencia el lugar, donde los demás componían la música. Fue un proceso engorroso, pero dio la primera señal de que Banks, Rutherford, Hackett y Collins podían trabajar prescindiendo del vocalista, quien, agobiado, les pidió suspender las tareas un tiempo.  «Y todos le dijimos “no, no queremos parar”. Era una cuestión de principios sobre cualquier otra. Entonces nos respondió: “OK, quiero hacer la película, así que me voy”. Recuerdo que estábamos sentados en el jardín preguntándonos qué íbamos a hacer. “Bueno, tengamos un grupo instrumental”, dije, lo cual por cinco segundos fue una idea en serio, porque teníamos un montón de música hecha», contó Collins en The Book of Genesis, de Hugh Fielder.

El clima se descomprimió y todos viajaron a Londres, a terminar los últimos detalles del álbum en los estudios Island, donde surgieron nuevos roces. Gabriel invitó al ex Roxy Music Brian Eno, quien se encontraba allí grabando su disco Taking Tiger Mountain (By Strategy), para que «enosifique» algunas canciones con efectos y tratamientos sonoros. «En realidad, su contribución fue mínima. Suelo preguntarme por qué lo mencionamos en los créditos, porque lo que hizo fue muy poco», dijo Banks, principal opositor a esta colaboración.


Así fue cómo Genesis dio a luz a The Lamb Lies Down on Broadway, que salió a la venta el 18 de noviembre de 1974. Para muchos, es su obra maestra, un álbum monumental que, con los años, sería objeto de libros, análisis, controversias y veneración, pero que, en su momento, fue recibido con tibieza (por ser generosos). «Hasta Hitler tuvo mejor prensa», dijo alguna vez Rutherford. No era un obra fácil, sino desafiante y críptica para la crítica, el público y hasta para los mismos integrantes de Genesis. «No sé de qué se trata. Preguntale a Peter, yo solo soy el baterista», señaló Collins en una entrevista a Rolling Stone de 1975.

Para sumar complicaciones, la banda se comprometió a una extensa gira por Estados Unidos y Europa que resultó una pesadilla técnica. Se tocaba el disco entero bajo una ambiciosa puesta multimedia con la proyección de 1.500 dispositivas en tres pantallas, que debían funcionar en sincronía con el relato en escena (algo que solo ocurrió en contadas ocasiones). A lo que hay que sumarle el amplio vestuario de Gabriel, que incluía un inmanejable traje con genitales inflables (el famoso «Slipperman») que provocó varias situaciones dignas de This is Spinal Tap.

«Siendo francos, fue un desastre. El álbum no tenía grandes ventas y el tour estaba repleto de problemas. Estábamos intentando hacer un show increíble con un presupuesto pequeño y hubo muchas, muchas noches en las que las cosas salieron mal», dijo Banks tiempo más tarde.

Hubo algo peor. La mayoría del público que asistía a los conciertos aún no había escuchado el álbum y no entendía lo que pasaba, pero más que nunca todos los focos se concentraban sobre Gabriel. Su figura se acrecentaba y el tour parecía un one-man show que relegaba a sus compañeros al rol de una banda de acompañamiento, lo cual aumentaba las fricciones internas. En marzo de 1975, Hackett le decía a un periodista de NME que cubría la gira: «Es verdad, en escena elegimos hacernos anónimos. Pero me molesta que la gente piense que Peter hizo todo, desde escribir las canciones hasta diseñar el escenario. En el último disco hizo menos de la música que nosotros».

Ese cronista no lo sabía entonces, pero el músico destilaba sus últimas broncas por una situación que ya tenía un final escrito. Mucho antes, el 25 de noviembre de 1974 en el Swingos Hotel de Cleveland, Estados Unidos, Gabriel le comunicó primero al manager, Tony Smith, y al resto, después, que dejaba la banda. Apenas habían transcurrido cuatro de las 102 presentaciones de la gira. El grupo acordó seguir unido para cumplir con las fechas y dar tiempo a la búsqueda de un nuevo cantante, pero también porque estaba endeudado con su sello, Charisma. Aun después de la partida del cantante, debían unas 160.000 libras, según el libro Genesis and The Lamb Lies Down on Broadway (2008).
  
Aquel fue un verdadero tour de force que las partes soportaron en silencio: Uno deseando irse, otros buscando cómo continuar, juntos en una gira mágica y mentirosa. «Estaba desesperado por contarle a la audiencia que me iba. Sentía que estaba traicionando a la gente que pagaba por venir a vernos. No podía ser sincero y decirles lo que sentía», reveló el cantante el documental Together and Apart (2014).

«Después del tour, tuve una larga charla con él e intenté persuadirlo para que se quedara, porque pensé que podíamos superar las cosas. Pero ya se había ido psicológicamente», explicó Banks años más tarde. «En cierta forma, fue como una pérdida personal para mí, pero también un alivio, no puedo negarlo. Entonces teníamos algo que probar, nos dio un nuevo objetivo».



Tras el último concierto, el 22 de mayo en Francia, la banda retornó al Reino Unido y cada uno siguió su camino, manteniendo el secreto. Pasaron otros tres meses hasta que la partida se hizo tapa de Melody Maker. «El lugar de Peter Gabriel en Genesis está en duda tras rumores que sugieren que ha abandonado la banda», escribía el semanario. Desde el entorno negaban las especulaciones: «El grupo está algo taciturno en este momento, pero eso pasa todos los años cuando están pensado y escribiendo el nuevo LP», respondió el manager.

Días después, sería el mismo Gabriel quien confirmaría la noticia de puño y letra con una de las cartas de renuncia más largas, sinceras y mordaces que el rock pueda recordar. «El vehículo que construimos para servir nuestras composiciones se convirtió en nuestro amo y nos enjauló dentro del éxito que habíamos querido. Afectó la actitud y el espíritu de toda la banda. La música no se ha agotado y todavía respeto a los demás músicos, pero nuestros roles se habían vuelto rígidos», decía en el inicio.

Allí contó su deseo de pasar más tiempo con su familia («Es importante liberar el papá que hay en mí»), de escapar de la maquinaria industrial («Comencé a pensar en términos comerciales, muy útil para quien fuera un tímido músico, pero tratar los discos y al público como dinero me estaba apartando de ellos») y de su necesidad de experimentar en el arte («Mi futuro en la música, si existe, será bajo todas las situaciones posibles»). Y finalizaba con una humorada que tendría algo de verdad y parte de vaticinio:

«Gabriel se fue de Genesis:

1) Para hacer teatro.
2) Para ganar plata como artista solista.
3) Para hacer “la Bowie”.
4) Para hacer “la Ferry”.
5) Para ponerse una “boa peluda alrededor del cuello y ahorcarse”.
6) Para ir a un hospital.
7) Para volverse senil en el medio de la nada».

Sería un encore tan extravagante y teatral como sus presentaciones y la génesis de dos nuevas historias del rock.



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jueves, 13 de agosto de 2015

¿Quién carajo es Ezra Furman?

El artista de Chicago busca su identidad entre el judaísmo y el cross-dressing y encuentra uno de los discos del año.



«Quería que este fuera mi mejor álbum y creo que no lo es, lo cual es un poco decepcionante. Pero es bueno tener una meta inalcanzable, porque te empuja a mejorar siempre».  Al teléfono con Generación B desde su Chicago natal, las palabras de Ezra Furman se arrastran cargando el peor peso de la autoexigencia: el de la constante insatisfacción.

Habla de Perpetual Motion People, su reciente tercer trabajo como solista (y sexto de su carrera) que, por el contrario, se siente liviano de cualquier karma: es uno de los discos más destacados y divertidos de este último semestre del año; la inquieta mezcla de pop, punk y doo-wop de un tipo inclasificable que, al mismo tiempo, parece un Tom Waits de la Galería Bond Street, un Jonathan Richman travestido o un Lou Reed obsesionado con el old time rock & roll. «Los tres tienen algo para enseñarme. Pero, si tuviera que elegir uno solo, me quedaría con Lou Reed, porque escuchar sus canciones fue lo que me hizo creer que era posible para mí hacer esto. Su manera de cantar, esa libertad para transitar todas las categorías, tiene armonía y ritmo sin límites. Eso me cambió la vida», comenta, más que sobre sus influencias, sobre su identidad artística.

Es que, tal como lo hacía Reed, Furman juega tanto con los estilos musicales como con su imagen y suele presentarse maquillado y vestido de mujer, como si esto de borrar los géneros fuera, literalmente, algo tan sonoro como físico. «Sí, creo que hay un paralelo con eso. Después de todo, usamos la palabra “género” para designar ambas cosas, y la verdad es que no me dejo llevar por las etiquetas ni en la música ni en cuanto a cómo se supone que un hombre tiene que vestirse y verse», reflexiona.

Pero esa libertad del cross-dressing y la vida rocktámbula hacen equilibrio con sus profundas convicciones judías. «La religión es una parte tan esencial de mi vida que me sorprende que no esté más reflejada en mi música. Es un aspecto crucial de quién soy», revela, y sostiene que «el judaísmo es una manera de pensar, un modo de ser, una mentalidad, y no solo un conjunto de rituales y de hechos». Así todo, tuvo que ingeniárselas para seguir con su carrera sin dejar de respetar el sabbat. «Es algo que tengo que hacer. Cuando entendí qué significa el sabbat y lo importante que es, me di cuenta de que tenía que encontrar una manera de no tocar los viernes por la noche o dejar la música», explica. «Considero que cualquier éxito que tenga en la música es directamente proporcional a cuán fiel soy a mis obligaciones espirituales y a mi ser». 

De chico, Furman quería ser escritor, «pero a los doce años me metí en el punk. Era lo que necesitaba en ese momento, porque era una suerte de marginado social (no es que ahora no lo sea, ja, ja) —recuerda—. Antes de escuchar punk, tenía la idea de que podías sentirte orgulloso de ser un inadaptado, que era una insignia de honor, y esa era la revelación: aceptar tu yo inadecuado. Así conocí gente a la que le gustaba esa música y me dije que tenía que empezar a tocar».

A los 20 años, en la universidad, formó Ezra Furman and the Harpoons, cuarteto con el que editó tres álbumes hasta que, en 2012, se lanzó en solitario con The Year of No Returning gracias a una ayudita de sus fans por internet. «No tenía un sello ni plata y estaba pensando cómo sacar el disco, tal vez pedir un préstamo… y mis amigos me hablaron de Kickstarter, que no sabía qué era. Pensé “tal vez haya suficiente gente que quiera ayudarme” y me sorprendió la cantidad de personas dispuestas a hacerlo. Si pensás que muchos van a apoyar lo que querés hacer, dale para adelante», recomienda sobre la plataforma de mecenazgo online.

Un año más tarde, le siguió Day of the Dog, con el que comenzó a llamar la atención de público y prensa, y ahora se encuentra promocionando Perpetual Motion People, un disco que, aunque no para de recibir excelentes críticas (Rolling Stone, Clash, Mojo, NME, The Guardian, Q Magazine, Uncut y, claro, Generación B, lo han elogiado), no puede calmar su ansiedad: «Mi meta es la grandeza, y no estoy conforme con lo que hice. Y aunque lo estuviera, quiero ser mejor». 



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Las peores familias del cine

Inspirados por el estreno de El clan, de Pablo Trapero, recordamos cinco parentelas desquiciadas de la pantalla grande.




Los Brewster - Arsénico y encaje antiguo (1944)
Mortimer Brewster (Cary Grant) es un joven periodista que viaja a visitar a la familia que lo crió para comunicarles su flamante matrimonio. Así se reencontrará con sus tías, Abby y Martha, que tienen el hobby de matar a jóvenes solteros y deprimidos con arsénico y una pizca de cianuro. Las viejitas entierran los cuerpos en el sótano, aprovechando que el chiflado primo Teddy, que cree que es Theodore Roosevelt, cava y cava porque piensa construir el Canal de Panamá. Y, encima, cae a la reunión su hermano Jonathan, un psicótico asesino prófugo con un fiambre a cuestas. En esta genial y clásica comedia negra, ¿adivinen quién es el adoptado?


Los Corleone – El padrino (1972)
El clan mafioso por excelencia de la pantalla grande. Vito Corleone (Marlon Brando) construyó un imperio criminal junto a sus hijos Sonny (James Cann), Fredo (John Cazale), Tom (Robert Duvall), Connie (Talia Shire) y, quizás el más temible de todos, Michael (Al Pacino). El comienzo de una trilogía que, por encima de asesinatos, traiciones y vendettas, demuestra que siempre lo primero es la familia.


Los Sawyer – La masacre de Texas (1974)
La familia caníbal del famoso “Leatherface” quedó escrita con motosierra y sangre en la historia del cine, y revolucionó para siempre el género slasher con toda una serie de películas enfermizas, donde se podrá cambiar el linaje, pero el horror siempre se mantiene. Si quieren comprobarlo, véanla completa acá:


El clan Jupiter – La colina de los ojos malditos (1977)
Papá y mamá Jupiter y sus angelitos Mars, Pluto, Mercury y Ruby son una horrible parentela de salvajes que viven de atacar y hacerse una panzada con cualquier amante del camping en el desierto de Nevada. Y no hay OFF que evite que estos bichos te morfen.


Los Simpson – Los Simpson: la película (2007)
¿Cómo que qué hacen acá? A ver, repasemos: Un padre alcohólico y golpeador, una madre con adicción al juego, un hijo mayor endemoniado que alguna vez se empastilló hasta robar un tanque, una bebé que se tirotea con mafiosos y, en el medio, una hija cerebrito que hace lo que puede entre esta manga de locos. Ah: y no olvidemos a un abuelo caníbal que escondía tesoros nazis, una abuela prófuga de la Justicia y dos tías que, alguna vez, secuestraron a una decadente estrella de TV. 


Bonus:

Los Puccio - El clan (2015)
A diferencia de las anteriores, esta es una familia de verdad: los vecinos ejemplares de San Isidro que, entre 1982 y 1985, hicieron un negocio de los secuestros extorsivos y los asesinatos usando su propia casa como fachada y prisión. Por primera vez, Pablo Trapero (Carancho, Elefante blanco) adapta un caso real a la pantalla y se centra en el perverso dominio patriarcal que Arquímedes Puccio (un temible Guillermo Francella) ejercía sobre sus hijos, en especial sobre Alejandro (Peter Lanzani, una revelación), estrella del club de rugby CASI y ex jugador de Los Pumas que servía como entregador. Quizás la narración no fluya como en otras obras del director, pero eso se suple con la contundencia de la historia, la filmación y la reconstrucción de la época de un país que seguía sin ver y callaba demasiado.


jueves, 6 de agosto de 2015

¿Quiénes son Los 4 Fantásticos?

Todo lo que hay que saber de la primera familia de Marvel, antes del estreno de su nueva película.



Origen

Cuenta la leyenda que los 4 Fantásticos nacieron en 1961 como una respuesta de Marvel al éxito de La Liga de la Justicia, de la competidora DC Comics, por entonces conocida oficialmente como National Periodical Publications (y vos que creías que esos eran Los Vengadores, ¿no?).
Verdad o no, lo cierto es que Stan Lee y Jack Kirby dieron forma a uno de los equipos de superhéroes más reconocidos del mundo: cuatro astronautas que, tras el vuelo de prueba de una nave, regresan a la tierra con extraños poderes tras haber sido expuestos a rayos cósmicos. Reed Richards puede estirar su cuerpo como goma, Susan Storm se hace invisible, Johnny Storm está hecho un fuego y Ben Grimm se llevó la peor parte, transformado es una bestia rocosa. Mr. Fantastic, The Invisible Woman, The Human Torch y The Thing, respectivamente, formaron así un grupo muy particular para los cómics de entonces: personajes que no ocultaban su identidad, convertidos en celebridades populares y con muchos, muchos problemas de grupo.

Lazos familiares
Por si hace falta aclararlo, la Antorcha Humana y la Mujer Invisible son hermanos. Ella, a su vez, está casada con el Sr. Fantástico, y conforman una de las parejas más estables en la historia de las historietas (su boda fue un evento épico en el universo Marvel). Con el tiempo, tuvieron dos hijos traviesos: Franklin (capaz de manipular la realidad) y Valeria (que puede proyectar campos de fuerza, como su madre, y teletransportarse en tiempo y espacio). Como verán, una familia muy normal.

Otros cuatro
Los 4 Fantásticos no siempre han sido los mismos. En diversos momentos, She-Hulk, Ant-Man, Black Panther, Spider-Man y Storm, entre otros superhéroes, formaron parte del equipo cubriendo la ausencia de algún integrante. A su vez, el cuarteto también ha compartido aventuras como parte de otros equipos, en especial de Los Vengadores.

La película invisible
Con este reboot, los personajes de Marvel han tenido cuatro adaptaciones al cine. ¿Cómo cuatro? Sí, en general, solo se recuerdan las películas de 2005 y 2007, con Jessica Alba y compañía. Pero en 1994 existió un primer film a cargo del estudio alemán Constantin, que lo hizo como una artimaña administrativa para no perder los derechos que había comprado sobre la franquicia años antes y evitar que volvieran a manos de la casa de cómic. Aquella cinta maldita se rodó en apenas un mes con actores ignotos y un presupuesto de solo un millón de dólares, bajo la producción de Roger Corman, ícono del cine B. Nunca llegó a tener un estreno comercial (por obvias razones), pero gracias a ese invento fantástico llamado internet podemos verla entera acá.


Diferencias
Los nuevos 4 Fantásticos pueden enojar a los puristas, ya que no respetan la historia original. Entre los principales cambios, los personajes son más jóvenes y obtienen sus poderes a partir de un experimento de teletransportación hacia un universo alternativo. Johnny y Susan Storm son hermanos, aunque adoptivos. Y el famoso villano Dr. Doom ya no es el líder de Latveria, sino un conflictivo geniecito creador (y víctima) del mismo incidente que da origen al cuarteto de héroes. Parte de estas alteraciones tienen su inspiración en Ultimate Fantastic Four, el comic book de 2004 que presenta una versión modernizada de los héroes. Es una decisión que el director Josh Trank (Poder sin límites) no consigue plasmar en un film memorable, con un abordaje más grave y discreto (“realista”, dirían) que invierte demasiado en la construcción dramática y poco en la acción y el entretenimiento. Y si hay un terrible enemigo de los 4 Fantásticos, ese es la falta de fantasía.



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lunes, 3 de agosto de 2015

Mick Jagger actor, entre Borges y cuernos

Se cumplen 45 años del debut en el cine del líder de los Rolling Stones, con un film que cita la obra del escritor argentino y arruinó su amistad con Keith Richards. Un cuento borgeano de sexo, traiciones y rock and roll.



La mayoría pensará en su protagónico en Ned Kelly; y es lógico. Un rodaje maldito, con incendios, heridas de armas y una novia en coma tras un intento de suicidio son razones más que memorables. Pero la primera incursión en el cine de Mick Jagger pertenece a un film olvidado y menos catastrófico, aunque mucho más extraño y polémico.

Hacia fines de 1967, el vocalista de los Rolling Stones había terminado las sesiones del álbum Their Satanic Majesties Request, y un nuevo horizonte asomaba en su carrera: la actuación. Hasta el momento, Jagger solo había puesto la cara en documentales con su banda. La oportunidad en la ficción llegaría con Performance, un sórdido y violento drama criminal en el que interpreta a un rockstar retirado que da asilo a un gánster (James Fox) en la mansión donde vive con dos mujeres. Entre ambos protagonistas se desarrolla un peligroso juego psicológico de identidades, de ficción y realidad, cargado de sexo, drogas y rock and roll.

La historia fue escrita y codirigida (junto a Nicolas Roeg, famoso luego por El hombre que cayó a la tierra, protagonizada por David Bowie) por Donald Cammell y está muy influenciada por la literatura de Jorge Luis Borges, del que el autor era un gran fanático. En un pasaje del film, Jagger recita un momento cúlmine del famoso cuento «El Sur»: «En ese punto, algo imprevisible ocurrió. Desde un rincón, el viejo gaucho extático (…) le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies (…)». También hay referencias al relato «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius» en un diálogo y hasta una fotografía del escritor argentino se muestra en la cruda escena final.


Performance no se hizo conocida por sus asociaciones literarias, sino por sus controvertidas imágenes y por ser la causa por la cual la relación entre Jagger y Keith Richards nunca volviera a ser la misma. Marianne Faithfull, por entonces pareja del vocalista, iba a interpretar a una de sus compañeras en el film, pero no pudo debido a las complicaciones posteriores a su malogrado embarazo, y su rol quedó a cargo de Anita Pallenberg, novia del guitarrista (y ex de Brian Jones).

Jagger y la modelo italiana hicieron mucho más que «actuar» las fogosas escenas de sexo, en las que también participó Michèle Breton. En sus memorias, tituladas Vida, Richards dijo que ignoró la aventura durante años, pero que «lo olía, en especial en Mick». Quizás esas sospechas fueron las que lo llevaron a no poner su guitarra en «Memo from Turner», la canción que Jagger compuso para la cinta (y su primer single solista, si bien ambos figuran como autores); su lugar fue ocupado por Ry Cooder.

La vendetta no tardaría en llegar. Richards y Faithfull tuvieron luego un affaire, que la autora de «Sister Morphine» calificó como «la mejor noche de su vida».  «Aún hoy se destaca. Creo que fue tan memorable porque fue solo una noche, eso es todo. Y todavía seguimos siendo grandes amigos», dijo en una entrevista el año pasado. En su libro, Richards recuerda haber escapado por la ventana descalzo y con la ropa colgando cuando Jagger volvió a la casa más temprano de lo esperado. «Con Marianne todavía seguimos bromeando sobre eso. Me manda mensajes: “sigo sin encontrar tus medias”».

Performance se rodó en 1968, pero se proyectó recién dos años después, ya que en Warner estaban horrorizados con el carácter alucinógeno, sexual y violento del film. Dicen que la mujer de un ejecutivo vomitó durante una función privada, y el estudio forzó cortes, ediciones y censuras varias antes de estrenarlo (en forma limitada) el 3 de agosto de 1970, primero en Estados Unidos y, tiempo después, en Europa.

La crítica fue despiadada en su momento, más allá de los destacados y convincentes trabajos de Jagger y Fox. Sin embargo, con el tiempo, la cinta adquirió el estatus «de culto». Hoy, resulta imposible no encontrar elementos estilísticos de esta obra en el cine de Quentin Tarantino, de Guy Ritchie y, en especial, de Jonathan Glazer (James Fox hasta hizo un cameo casi evocativo en La bestia salvaje, de 2000). También ha sido objeto de referencias en canciones de Happy Mondays, The Charlatans y Big Audio Dinamite.

Para Jagger, este sería el comienzo de una intermitente carrera actoral que continuó con el estreno, poco después, de la accidentada Ned Kelly y, décadas más tarde, con Freejack, Bent y Gigoló, además de varios cameos en otras producciones. Se volvería a cruzar con Borges, pero fuera del cine. Alguna vez, vio al escritor en el lobby del Hotel Westin Palace de Madrid y se acercó a saludarlo. Se arrodilló, tomó su mano y le dijo: «Maestro, lo admiro». Borges, que no veía, le preguntó quién era. «Soy Mick Jagger», respondió, a lo que contestó: «Ah, uno de los Rolling Stones». La anécdota fue contada en varias oportunidades por su mujer, María Kodama, testigo privilegiada de un encuentro digno de Ficciones.

Para el director Cammell, Performance quedaría como la primera y la más reconocida de sus cinco películas, todas retorcidas, oscuras, desafiantes y de escaso suceso comercial. Su trabajo más popular fue, quizás, el videoclip de «Pride (In the Name of Love)», de U2.

Muchos años después de aquel debut, Cammell y Richards se vieron por casualidad en Los Ángeles. El músico lo odiaba porque lo consideraba el principal responsable del romance entre su amigo y su novia.  «Se deleitó con la idea de estar complicando las cosas entre nosotros. Que Mick y Anita hicieran de pareja era una trampa. Fue el sorete más dañino que conocí, afirmó. En aquel cruce, el Rolling Stone le dijo que nunca le había dado alegría a nadie y le pidió que tuviera la hombría de matarse. Paradójicamente, Cammell se pegó un tiro en la cabeza poco tiempo después, en 1996, agobiado por problemas de salud. Cuenta la leyenda que no falleció al instante, sino que sobrevivió varios minutos y que, en un extraño estado de euforia, le pidió a su esposa que sostuviera un espejo delante de él. Mirándole la cara a la muerte, le preguntó a su mujer, en clara referencia a su obra maestra: «¿Podés ver la imagen de Borges?».

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