martes, 27 de enero de 2015

10 discos que cumplen 20 años

Una selección para conocer cuán viejos estamos.




Foo Fighters – Foo Fighters

Una de las más exitosas bandas del rock norteamericano de las últimas dos décadas empezó con este disco que, en verdad, es un trabajo solista de Dave Grohl; una colección canciones que el baterista de Nirvana grabó por su cuenta, tocando todos los instrumentos, a modo de catarsis para superar la muerte de Kurt Cobain. Así todo, no faltaron quienes calificaron en aquel momento al músico de oportunista e insensible, por poner un revolver en la portada del disco tan solo un año después de que su compañero se pegara un tiro. Más allá de las polémicas, este sería el primer ejercicio para un artista que hizo suyos los arrebatos de agresividad sonora de su antigua banda y supo combinarlos con la efectividad y el buen humor del pop para conseguir una fórmula arrolladora.



Garbage – Garbage

El cuartero de Wisconsin desarrolló una personal mezcla de guitarras filosas con ritmos electrónicos y melodías pegadizas que los llevaría a un estrellato instantáneo, pero que encuentra su mejor forma en este rotundo primer acto de puro rock digital con letras furiosas, eróticas y apesadumbradas. “Vine para cerrarte la boca, vine para arrastrarte / Vine para destrozar tu pequeño mundo y romper tu alma en pedazos”, advierte Shirley Manson en “Vow”. Y nosotros, 20 años después, seguimos enamorados de sus maltratos.



The Chemical Brothers – Exit Planet Dust

Tom Rowlands y Ed Simons fueron los principales exponentes de ese brebaje compuesto de dance, ritmos breakbeat, impronta hip-hop, sampleos soul y química lisérgica etiquetado entonces como “big beat”, que tuvo a Groove Armada, The Crystal Method y The Prodigy como otros exponentes. Un debut letal, responsable de varias fracturas y lesiones musculares en las pistas de los 90.



PJ Harvey – To Bring You My Love

Dos décadas atrás, PJ Harvey dejaba de funcionar como un trío y la cantante se recluía en su nueva casa campestre para componer el que sería (en los papeles) su verdadero primer álbum como solista y su salto al mainstream. La coproducción de Flood y John Parish (con los que establecería una larga relación artística) le sumó texturas densas y sensuales a la potencia y el enojo de sus trabajos anteriores, y le otorgó elegancia y teatralidad a la atormentada pluma de la vocalista.  



Supergrass – I Should Coco

Gaz, Mick y Danny quedaron en nuestra memoria como esos frescos y divertidos jovencitos de la pegadiza “Alright”, un éxito tan grande que, lamentablemente, opacó el trabajo posterior de una banda con el talento suficiente para mezclar la energía de The Buzzcocks y The Stooges con el encantador sentido melódico de The Beatles o The Monkees y, entre todo, obtener su propio sonido. Los chicos de Oxford se separaron en 2010, pero siempre tendremos este debut para recordarnos el lado más poptimista del britpop.



Björk – Post

Desde la portada de este segundo trabajo, se veía que las cosas se iban a poner cada vez más raras en la carrera de la artista islandesa. De aquel sencillo retrato de Debut, en crudo blanco y negro, con una Björk suplicante e inocente, a esta composición colorida entre una pose desafiante y sensual. La artista se mudó a Inglaterra y llevó su arte a nuevos rincones como el industrial (“Army of Me”), el swing (“It's Oh So Quiet”), la balada cinematográfica (“Isobel”) y la IDM más ensoñadora (“Hyperballad”). Años más tarde, declaró: “Post fue una búsqueda, Homogenic (el álbum sucesor) fue lo que encontré”.




The Smashing Pumpkins – Mellon Collie and the Infinite Sadness

Hubo una época en la que Billy Corgan tenía pelo, estaba enojado y se animó a poner en riesgo el éxito conseguido con Siamese Dream (1993) con un ambicioso disco doble de ¡28 canciones! complejas, rabiosas, tiernas y desafiantes. “Intoxicado de locura, estoy enamorado de mi tristeza”, cantaba en “Zero”, al frente de una banda que luego se desarmaría y jamás podría volver a transmitir semejante mezcla de emociones.



Pulp – Different Class

En un país por entonces dividido entre Blur y Oasis, Pulp emergió como una tercera posición: Un grupo de jóvenes experimentados (tenían ya 17 años de trayectoria), de espíritu arty sin llegar a presumidos, con un sofisticado líder de lengua observadora, capaz de reunir frustraciones sexuales y conciencia social en pequeños himnos bailables. “Por favor, entiendan. No queremos problemas. Solo queremos tener el derecho a ser diferentes. Eso es todo”, se puede leer en la contratapa. Y vaya si marcaron la diferencia.




Oasis – What’s The Story Morning Glory?

Como la imagen de su portada, tomada en la ya célebre Berwick Street del soho londinense, Morning Glory es la fotografía de toda una época de la clase urbana de Inglaterra. Cada vez que a alguien se le ocurra poner en duda cuál fue la banda británica más grande de los 90, el segundo trabajo de los liderados por los hermanos Gallagher ofrece doce respuestas inapelables.



Radiohead – The Bends

Luego del éxito masivo arrollador de la balada “Creep”, la banda comandada por Thom Yorke se limpió cualquier mancha de ser unos “Nirvana ingleses” con esta contundente muestra de que el rock de estadio también puede ser intelectual y enrevesado, que la épica y el drama tienen tanto cerebro como corazón. El quinteto luego articularía hacia sonidos más abstractos y desafiantes en trabajos como OK Computer (1997) y Kid A (2000), que los consolidaron como los grandes artistas de la primera década del siglo XXI. Pero The Bends siempre será el disco que sus fans van por la vida silbando de la primera a la última canción.



Leer en GeneracionB.com >>

lunes, 26 de enero de 2015

Cinco nuevas series que prometen

Una selección de flamantes ficciones para pasar el verano.



Agent Carter

El universo de Marvel se sigue expandiendo de la pantalla grande a la TV. Luego de Agents of S.H.I.E.L.D., llega la serie de Peggy Carter (Hayley Atwell), la oficial británica que fue el gran amor del Capitán América. Como una miembro infravalorada de la Strategic Scientific Reserve, Carter ahora debe hacer malabarismos entre las tareas administrativas a la que la relegaron y sus misiones secretas para ayudar a Howard Stark (el padre de Tony, futuro Iron-Man, acusado de ser un traidor de Estados Unidos), en las que contará con la ayuda de su torpe y gracioso mayordomo, Edwin Jarvis (¿les suena ese apellido?). Bienvenida esta nueva heroína que, a pura feminidad y acción, patea los culos machistas de la posguerra. Estrena el 10 de febrero a las 23, por Canal Sony.



The Man in the High Castle

Recién empieza, apenas tenemos un prometedor episodio, pero es imposible no entusiasmarse con esta adaptación de Amazon Studios de la famosa novela homónima de Philip K. Dick, que plantea la ucronía de un mundo donde los aliados perdieron la Segunda Guerra Mundial. Ambientada en 1962, las costas de Estados Unidos quedaron repartidas entre Alemania y Japón, con una zona media neutral y autónoma. Estas potencias conviven en una tensa guerra fría, entre sospechas e intereses, y la vigilancia, la represión y el conservadurismo reinan en los territorios ocupados. Pero hay una resistencia, que tiene como nexo una serie de extraños filmes que muestran una posible verdad oculta. Con Ridley Scott como productor ejecutivo, veremos si la serie puede capturar la complejidad y el espíritu del libro (el piloto se toma varias licencias) de reflexionar sobre realidades, ficciones y presentes desde el planteo de un pasado alternativo.



Mozart in the Jungle

¿Quién dijo que la música clásica es un ámbito de viejos burgueses, aburridos y estirados? Basada en las memorias de la oboísta Blair Tindall, la serie nos lleva al backstage de la Filarmónica de Nueva York de la mano de Gael García Bernal, que encarna a “Rodrigo”, un geniecito musical, extravagante y caprichoso, con espíritu de rockstar y ¡amante del mate! que llega a la conducción de la orquesta con la intención de modernizarla. Sexo, drogas, enredos y nada de acartonados smokings en otra nueva producción de Amazon Studios, que está comenzando a entregar series (y pronto también películas) muy originales (como la reciente ganadora del Globo de Oro y recomendadísima Transparent).




12 Monkeys

Adaptación de la cadena SyFy de la película de Terry Gilliam (que, recordemos, estaba basada en el corto francés “La Jetée”), sobre un presidiario que es enviado al pasado para tratar de impedir la propagación de un virus que exterminará a casi toda la raza humana en el futuro. Carece de la acidez y negrura tecnoburocrática del film, pero entusiasma desde una estética postapocalíptica, que recuerda a The Walking Dead o The Last of Us, y una trama con nuevos vericuetos e intrigas sobre qué es realmente el “Ejército de los 12 Monos”. Aaron Stanford (Nikita, X-Men: la batalla final) se calza el papel que tuvo Bruce Willis; Amanda Schull (Suits, Pretty Little Liars) le da un nuevo rol y perfil a la doctora que protagonizó Madeleine Stowe y el rol del chiflado que interpretaba Brad Pitt guarda una sorpresa. Los primeros episodios ya ofrecen la suficiente cantidad de sangre y paradojas temporales como para contagiarnos.



Better Call Saul

¿Acaso la serie más esperada del año? Los fanáticos de Breaking Bad sin dudas están ansiosos por ver este spin-off centrado en Saul Goodman (Bob Odenkirk), el inescrupuloso abogado que administraba el dinero de “Heisenberg”. No se entusiasmen tanto los que esperan un regreso de Walter White (Bryan Cranston) o Jesse Pinkman (Aaron Paul), porque el show se sitúa varios años antes de que este miserable aunque encantador carancho conociese a los maestros de la metanfetamina. Paciencia: en Estados Unidos (o en Internet, ejem, ejem) solo hay que esperar hasta el 8 de febrero, por AMC.




Bonus:

The Last Man on Earth

Quienes hayan seguido Saturday Night Live estarán acostumbrados a los desquiciados y desopilantes personajes de Will Forte. Pero el actor también tiene una gran veta dramática (basta con ver el excelente film Nebraska) y como guionista. Los tres perfiles pueden explotar en lo que promete ser una de las más interesantes tragicomedias de este año, que lo tendrá como un padre de familia y aburrido empleado bancario que, en 2022, se convierte en el ¿último? habitante del planeta. ¿Podrá ser la esperanza final de la humanidad un reto para el ex MacGruber? Arranca en Estados Unidos por FOX el primero de marzo.

lunes, 12 de enero de 2015

Entrevista a Dave Bascombe: “Los 80 fueron la edad de oro”

El productor e ingeniero inglés de discos famosos de Tears for Fears, Peter Gabriel, Depeche Mode y Suede pasó por Buenos Aires. En diálogo exclusivo con UltraBrit, recorre historia e intimidades de álbumes históricos y habla del presente y futuro de la industria.



Entonces no era como ahora, que se puede leer incluso en las portadas el “produced by Danger Mouse” o “Rick Rubin” o “Nigel Godrich”, casi como un aval por si el artista despierta interrogantes o desconfianzas. A Dave Bascombe hay que buscarlo en los inserts, entre los créditos del librito interno.

Ya sea como productor, ingeniero o responsable de la mezcla, su nombre siempre aparece ahí, chiquitito, pero su incidencia para el sonido de las últimas tres décadas ha sido enorme. Son muy pocos los tipos que han estado detrás de las consolas de álbumes históricos de los años 80 y 90.

Después de trabajar como asistente de producción de Genesis en Duke (1980), primer número uno del trío y disco con el que comenzó a abrazar el pop, fue ingeniero de Porcupine (1983), trabajo que consolidó a Echo & The Bunnymen para el éxito posterior.

Dos años más tarde, Tears for Fears lo convocó para Songs from the Big Chair (1985). De la mano de hits como “Shout”, “Everybody Wants To Rule The World” y “Head Over Heels”, se convirtió en un millonario clásico del pop que hizo despegar la carrera de Bascombe. Fue ingeniero de So (1986), la transformación de Peter Gabriel de un oscuro art-rocker en un pop-star, y productor de Music for the Masses (1987), la obra que le abrió a Depeche Mode las puertas del mercado norteamericano.

Los créditos continuaron las décadas siguientes, con mezclas para Erasure, Manic Street Preachers, Suede, Placebo, Goldfrapp y Kylie Minogue, entre otros. 2014 lo encontró tras las consolas de White Woman, el cuarto álbum de la sensación electro-funk, Chromeo, y This is What I Do, el regreso en muy buena forma de Boy George. “Ya había trabajado con él en los primeros temas de Culture Club, así que la pasamos muy bien recordando cosas. Y mucho de lo que hice fue reggae, ¡lo que fue realmente divertido!”, revela, con sonrisa pícara.

En mayo, visitó Buenos Aires para dictar una clínica de grabación en el estudio Santa Cecilia Sound, en el barrio de Villa Urquiza. Un momento que UltraBrit aprovechó para conversar con el hacedor del sonido de una era.

Eras muy melómano de chico. ¿Cuál fue el primer álbum que te compraste y cuántos tenés hoy?
Creo que el primer single fue “Daydream Believer”, de The Monkees, y el primer álbum fue Slade Alive, de Slade. No tengo idea de cuántos discos tengo ahora, pero son varios centenares.

En tu juventud formaste bandas, tocabas el teclado, y luego de pasaste al otro lado: la producción y la ingeniería de sonido. ¿Qué provocó ese cambio?
¡Que la banda era una mierda y yo necesitaba trabajar! [Risas]. Así que me conseguí un empleo en un estudio.

Siendo productor, ingeniero y mezclador, ¿cómo abordás cada proceso y lográs no confundir los límites entre cada función?
Siempre creí que esas tareas se superponen. Los límites son solo “políticos” y uno los adapta al estilo y la onda que hay en cada sesión. Si el productor está feliz con que el ingeniero le proponga ideas, bien. Pero a veces podés estar hiriendo susceptibilidades. Si soy productor, quiero que el ingeniero sepa cuándo hablar y cuándo cerrar el pico. Pero ahora solo estoy realizando mezclas y, si hago producción, me resulta muy difícil remezclar mis propios tracks.

Trabajar en Songs from the Big Chair te abrió muchas puertas. ¿Cómo llegaste a Tears for Fears?
Ellos habían echado a su ingeniero y, como yo había trabajado con el manager del productor, me llamaron. Grabamos las canciones en la casa del tecladista, por lo que fue algo muuuy relajado. Es más: si aislás el redoblante que suena en “Shout”, ¡podés escuchar un teléfono que sonaba desde la cocina!

¿Se siente desde la mesa de mezcla cuándo algo va a transformarse en hit o clásico?
Cuando trabajás con un artista nuevo no tenés forma de saber si una canción va a ser un éxito. Podés pensar que es lo mejor que se haya grabado, pero hay muchos factores en juego. Con un grupo ya de renombre, uno siempre espera hacerlo tan bien como el último. Así que no; no hay manera de saber si algo será un clásico: lo único que te queda es esperar que sea un hit si es realmente bueno.

¿Fueron los 80 la “década de oro” en términos de producción, de experimentar, de buscar nuevos sonidos?
¡Totalmente, por lo menos para mí! Por supuesto, siempre surgen cosas nuevas, pero aquella década representó un giro enorme en cuanto a cómo debe sonar y grabarse un disco.

En los 90 empezaste a colaborar con bandas de rock. ¿Qué desafíos profesionales te impuso el cambio de estilo de esa década? ¿Tuviste que aprender técnicas, cambiar métodos?
No, no he cambiado concientemente mis técnicas. Más bien, creo que absorbo el sonido de la época por ósmosis.

Mezclaste Coming Up de Suede en un período particular de banda. ¿Qué recordás de aquellas sesiones?
¡Uh, grandes canciones! Creo que, como se había ido Bernard [Butler], se esforzaron aún más en la composición. Fue complicado, porque estaban pasando por muchas cosas y ellos querían un sonido grande, pero también radiante.

¿Cuáles son los principales cambios que viviste en el negocio de la música desde tu oficio en estas tres décadas?
Como empecé siendo ingeniero de diferentes géneros, no tengo problemas en hacer cualquier música. Me gusta todo lo que sea bueno. En términos comerciales, hubo cambios. Hoy la mitad de mi trabajo viene directamente de los artistas o el management, lo cual es diferente: hay menos interferencia por parte de un montón de gente de las discográficas, pero no suele haber mucho dinero.

Hoy, con el desarrollo de Internet y el software de audio, muchos artistas se autoproducen y editan. En un escenario así, ¿cuál es la función actual de un productor y de un ingeniero de sonido?
¡Tenés que sostener a las bandas aún más! No hay nadie de una discográfica que pueda ayudar con otro par de oídos. Eso puede ser bueno y malo.

Escuchar música hoy también es una experiencia diferente. Ya no es tan habitual poner un LP y sentarse a disfrutarlo, sino que se cargan canciones en un MP3 y se las oye camino al trabajo en el subte o en el auto. ¿Hoy se produce y mezcla pensando en ese cambio de hábito de consumo?
Yo no lo hago, excepto que, quizás, cuido el orden de los temas. Sabés que, si ponés un muy buen track al final, la mayoría de la gente no lo va a escuchar nunca. Pero, en gran parte, eso también pasaba antes.

¿Tuviste dificultades trabajando con algún artista en especial? Dale, decilo: ¿quién es un dolor de huevos?
No, no: son todos seres humanos maravillosos [risas].

Publicado en revista UltraBrit (septiembre 2014)